En cuanto terminó de despertar, abrió los ojos lentamente y se topó con la cara de su felino justo a escasos centímetros de la suya. Lo escuchó maullar y no supo si era de hambre o si se debía a que se sentía incómodo en el lugar, después de todo, seguía siendo un sitio extraño, terreno desconocido. Le rascó suavemente la cabeza durante unos segundos, pues el gato se bajó de la cama y se marchó de la habitación, dispuesto a seguir explorando los alrededores.
Soltó un bostezo largo a la par que se quitaba las mantas de encima y se levantaba del colchón matrimonial. Fue hacia el closet, donde había el doble de ropa que antes, y tomó unos jeans negros junto con una camisa de cuadros azul y un par de boxers. Luego, se dirigió hacia el baño que se encontraba junto a la habitación y optó por tomarse una ducha. El agua templada caía por su cuerpo mientras se lavaba con tranquilidad; no tenía prisa. Pasados unos minutos, cerró la llave de la regadera, se secó con su toalla color durazno y, finalmente, se vistió. Antes de salir del pequeño cuarto, colgó la toalla en las puertas de la ducha y miró su cepillo de dientes que descansaba en un vaso junto a otro cepillo color rojo, pensaba si debía lavarse los dientes y después desayunar o al revés. Se lavó superficialmente la boca y, al salir del baño, escuchó ruidos provenir desde la cocina.
Caminó entre las cajas donde se encontraban sus pertenencias, pues todavía tenía demasiada flojera como para vaciarlas, y llegó hasta el umbral que daba a la cocina donde se detuvo a observar al rubio que comenzaba a cocinar algo.
—¿Te parece bien una tortilla española? — preguntó Antonio, completamente despeinado y con solo un boxer encima—. Puedo hacer otra cosa.
—Lo que quieras está bien— dijo el moreno, viendo como su gato se frotaba contra las piernas del español—. ¿Te ayudo en algo?
—Quítame a la cría de encima o me tumbará— bromeó el rubio, tratando de caminar con el gato entre sus pies.
Fernando sonrió divertido, porque le parecía curioso que Antonio denominara al gato como si fuese su hijo; de ambos. El extranjero se acercó y tomó al animalito entre sus manos, acurrucandolo cual niño. Mientras el español preparaba el desayuno, el moreno fue directo a la alacena de donde tomó una lata de comida para gato que posteriormente vació en el plato de éste. El felino bajó de sus brazos y comenzó a engullir sus alimentos como si fuese la última comida de su vida.
Los minutos pasaron y los dos jóvenes ya se encontraban sentados a la mesa, con los platos llenos de alimento justo a sus narices. El silencio era relajante y nada incómodo. Fernando jugaba con sus pies, incapaz de estar completamente quieto, hasta que sus piernas se cruzaron con las del rubio. Levantó la mirada, discretamente, para observar entre sus pestañas a Antonio quien se mantenía totalmente concentrado en su plato. Con gesto pensativo, se volvía preguntar cómo es que había terminado ahí, viviendo con él. Llevaban poco más de un año saliendo y un par de semanas viviendo juntos. La verdad es que Antonio no había rogado mucho al moreno para que se mudara con él, solo bastó con una dulce sonrisa anhelante y un "por favor" suave. Cuando menos se dio cuenta, ya estaba trasladando todas sus cosas al apartamento del rubio.
—Es mi turno de lavar los platos— dijo Fernando, en cuanto concluyeron el desayuno.
Recogió los trastes sucios de la mesa y se encaminó a la cocina. Ahí, fregó los platos mientras, seguramente, el rubio se hallaba en el baño. Le resultaba aburrido el limpiar la loza, pero tenía que dividirse las labores del departamento con Antonio, y prefería eso a lavar el baño.
En cuanto terminó de enjuagar el último plato y lo dejó en las rendijas donde se secaban, sintió unos brazos rodearle la cintura y un mentón recargarse en su hombro.
—¿Tienes muchos deberes de la universidad?— preguntó el rubio, curioso.
—No— dijo, comenzando a caminar por el apartamento, con Antonio detrás suyo sin soltarle—. Ya los he hecho todos. ¿Qué hay de ti?
—Solo tengo que leer un documento.
—Pues ve a leerlo. Anda. ¿O esperas que te lo lea yo?
—Pero toda la semana hemos estado ocupados— decía el español, en voz bajita—. No hemos tenido tiempo para nosotros.
—Por Dios, Antonio. Pareces niño chiquito— le dio un par de palmadas en el brazo como insentivo—. Anda, ve a hacer lo que tengas que hacer.
El rubio hizo un ruido de insatisfacción, pero obedeció al contrario por lo que lo soltó y se retiró a la habitación. Fernando, por otro lado, se sentó en uno de los sofás de la sala y prendió la televisión; comenzó a hacer zapping sin mucho interés, con su minino acurrucado en su regazo. Poco después reapareció Antonio y se acomodó a su lado, con su laptop. El moreno detuvo su búsqueda y dejó un canal que transmitía una película de miedo subtitulada. Como el rubio se encontraba leyendo, el extranjero decidió mutear el televisor para no perturbarlo.
Segundos transcurrieron y el moreno sintió como la cabeza del rubio se posaba en su hombro; le dio un vistazo, descubriendo que seguía con los ojos clavados en la pantalla de su computadora, concentrado en las letras que se mostraban. Sus ojos chocolates volvieron a la película; la mano derecha se encontraba propiciando de caricias al felino mientras que la otra se hallaba sobre su rodilla. Antonio, tímidamente, unió su mano con la del adverso y entrelazó sus dedos. La cabeza del moreno descansaba sobre la del español, tranquilamente. Todo estaba en calma.
Pero Antonio, luego de un rato, comenzó a fastidiarse con la lectura y decidió dejarla. Su vista esmeralda vagó por la habitación, pasando por la película proyectada en la televisión, viajando por las cajas de mudanza, hasta detenerse en el moreno. Se fijó en lo bien que se veía desde ese ángulo, en lo fina que era su mandíbula y en sus labios.
El rubio escondió su rostro en el cuello de Fernando, aspirando su aroma a jabón y dejando un beso en su piel canela. El extranjero no tardó en alejarse un poco, llevándose la mano a la zona acariciada y mirando al adverso con ojos entrecerrados.
—¿Ya terminaste de leer? — inquirió el muchacho de ojos chocolate.
—Sí— afirmó el rubio, con inocencia, pero era mentira.
—Eres un cabrón. Estás mintiéndome.
—Fer, el documento es muy aburrido— decía el rubio con voz ligeramente tierna—. Quiero hacer otra cosa.
—Tienes que leer lo que te dejaron en la universidad. Vamos, no seas huevón.
—Me da pereza, tío. Y quiero estar contigo.
—Toño, estamos juntos. Estoy, literalmente, sentado a tu lado.
—Pero no es suficiente— dijo, con ojos cual cachorro apaleado; Fernando odiaba que hiciera eso, porque siempre cedía a sus encantos.
Vio como los delgados labios del más alto se iban acercando a los suyos y no pudo evitar cerrar los ojos con anticipación. Cuando sintió aquel roce, se sintió tan bien que poco le había importado todo lo que había pasado por estar con aquel chico a su lado.
—Solo un rato— dijo Fernando, cuando se separaron a penas unos centímetros —. Luego te pones a leer tu maldito documento.
Y Antonio sonrió, contentisimo, antes de volver a besarlo.
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Amor hispano
Teen FictionUno es de México, otro de España. Uno está en tierra extranjera, otro en su pueblo. ¿Qué traerá el porvenir para ambos?