XVII

569 76 19
                                    

La había cagado monumentalmente, pues había dicho cosas que realmente no pensaba y que lograron ofender profundamente al español, y eso quedaba en claro cada día que pasaba sin que éste fuese a visitarlo.

Se sentía realmente miserable.

No pudo justificarse ni por mensaje de texto puesto que no le permitían usar el celular. Intentó pedirle ayuda a Daniel, diciendo que se arrepentía inmensamente por sus palabras, pero él se negó, asegurando que eso le pasaba por andar en círculos. La verdad es que le estaba dando muchas vueltas a la situación y eso ya tendría que resolverlo por cuenta propia.

Fernando, nuevamente, miraba el reloj, esperando pacientemente a que Antonio cruzara la puerta aun sabiendo que esto no pasaría.

...

No se sentía bien, es decir, se sentía de la mierda. Tenía el sentimiento de que había sido usado como un juguete que fue desechado cuando ya no funcionó o dejó de ser entretenido. Suspiró por décima tercera vez en la semana, dejando reposar su mejilla contra la palma de su mano derecha, mirando desganado la sopa, que yacía en un plato justo frente a él, y jugando con la cuchara con la izquierda.

El timbre de su departamento sonó, por lo que se vio obligado a levantarse e ir hacia la puerta, la cual abrió. Esbozó una sonrisa diminuta y falsa en cuanto vio que Luis le regalaba un gesto similar, pero lleno de compasión.

—¿Puedo pasar?— preguntó el castaño, sonando más precavido que autoritario.

El rubio asintió sin formular palabra y se hizo a un lado para dejar que el contrario se adentrara al departamento. Luis llevaba una bolsa plástica blanca que tenía en su interior dulces varios y algunas frituras; pudo percibir el aroma a comida, aunque solo se trataba de un plato simple de sopa.

Luego de que Antonio cerró la puerta, ambos se dirigieron a la mesa, donde se sentaron uno junto al otro.

—Lamento llegar sin avisar, no pensé que estuvieses comiendo todavía — explicó el castaño de ojos miel, viendo como el contrario engullía lentamente la sopa.

—Está bien. Aunque me sorprende que hayas venido a verme.

Luis dejó la bolsa sobre la mesa, causando que esta sonase y se desparramase por el material.

— Después de lo que pasó, supe que no ibas a estar bien— dijo, pasándose una mano por su sedoso cabello y mirando al rubio que observaba su cuchara como si fuese algo de otro universo—. Sé qué, aunque sonrías, necesitas alguien que te acompañe. Heme aquí entonces.

—Gracias, pero no es necesario— aseguró, esbozando una débil sonrisa.

—No finjas. No hay nada de malo con que te sientas triste, Tony.

El aludido, ante la mirada seria del otro muchacho, soltó un largo y derrotado suspiro, dejando la cuchara dentro del plato y dejando caer su espalda contra el respaldo de la silla.

—Aún no puedo creerlo— aceptó, mirándose los dedos que empezó a entrelazar entre sí—. Pensé, tontamente pensé que había algo más que amistad, pero solo era yo siendo usado como un juguete para complacer su curiosidad. Ya tiene la edad suficiente como para decir si solo quiere sexo o si realmente quiere una relación sería, no para jugar con los sentimientos de los demás.

—Porque tú nunca lo viste como un amigo.

Antonio unió los labios con fuerza, pensando en cómo continuar; sus ojos verdes se clavaron en los miel del otro muchacho.

— Solo por un corto tiempo— aceptó, su voz se tornaba bastante triste y melancólica —. Luego me enamoré de él.

Ambos se silenciaron después de esa frase. Antonio volvió a mirar sus manos, que comenzaba a estrujar como nervioso e incómodo con la situación, aunque en realidad solo estaba distrayendo su mente para no pensar en todo lo acontecido.

—Antonio.

Luis tomó su mentón con la mano diestra, y lo obligó a encararle para, sorpresivamente, besarle. El rubio recordaba el tacto de esos labios sobre los suyos, y a pesar del tiempo en que estuvieron separados, recordó que siempre habían sabido como moverse. El castaño era excelente en el arte de besar, Antonio tenía que aceptarlo aunque le costara, pero el problema era que, aun si se sentía físicamente bien, no causaba nada de esas tonterías cursis que relataban las historias de amor. No sintió que el estómago se le revolviese, ni que el pecho se le calentara, tampoco que su mente se pusiera loca y menos que su piel cosquilleara. Sí, siguió el beso, porque resultaba placentero aún cuando no había emoción alguna. Una vez que Luis se separó de Antonio, el segundo mencionado sintió como lágrimas caían silenciosamente por sus pálidas mejillas, por lo que se apresuró a limpiarselas, siendo todo en vano pues fluían como un río sin control.

—¿Antonio?— le llamó preocupado el más alto, temiendo incluso tocarlo.

—Yo...— trató de hablar, descubriendo que su voz temblaba y se le quebraba mientras se limpiaba una y otra vez con el dorso de las manos—. Aún pienso en él...

Era inevitable. Se había contenido tanto que toda la tristeza de su ser que fue acumulada, salió despedida como una lluvia torrencial. Aunque no sollozaba, si jadeaba un poco y se sorbía repetidamente la nariz para evitar que los mocos salieran y le escurrieran hasta la barbilla.

No quería besar a Luis, quería a Fernando. No quería ser utilizado por el mexicano, quería ser amado por él. Había sido demasiado para su pobrecito corazón que ya estaba realmente frágil desde antes de conocer al extranjero, solo requería un toquecito y este se rompería. Cosa que sucedió.

El castaño acunó el rostro del contrario con ambas manos y comenzó a limpiar las lágrimas que escurrían con los pulgares. Podía ver que Antonio se estaba reprimiendo, porque no parecía estar llorando con completa libertad.

—¿No puedes pensar en mí?— inquirió el mayor, seriamente.

—No...— susurró el rubio, no sabiendo que hacer en una situación así.

— ¿Aun cuando él te ha roto el corazón?

—No... Tú también lo hiciste.

—Pero fue un grave error, Antonio. Yo realmente te quiero.

—Luis, por favor... No puedo...

El aludido resopló con derrota, viendo como el contrario continuaba llorando. Estaba insatisfecho y dolido con tal respuesta, pero sabía que cuando Antonio se enamoraba, se entregaba completamente y era totalmente leal, así que lo había perdido irremediablemente, aunque no le molestaba la idea de aprovechar su corazón dolido para tomar ventaja, pero quizás eso lo haría tiempo después.

—Deberías dejar de llorar o llenarás tu comida de mocos, Tony— dijo, tratando de cambiar de tema para alegrar al menor —. Por cierto, a tu sopa le hace falta algo de sal, ¿sabes? Lo sé porque tus labios saben a ella. 

Antonio sonrió ligeramente, entendiendo las intenciones del adverso.

—Al menos no fue algo con zanahoria— agregó el rubio, tratando de calmarse.

—Iugh. Eso hubiese sido asqueroso. Sabes lo mucho que detesto ese tonto vegetal. Probablemente te hubiese vomitado encima.

—Uy, que rico— dijo sarcástico, ganándose una sonrisa del de ojos miel.

—Callad y comed de una vez tu sopa, risitos de oro.

El de ojos verdes sonrió más alegre, asintiendo repetidas veces, limpiándose las lágrimas, y se dispuso a por fin alimentarse.

El resto de la tarde fue más animada. Antonio se olvidó por un instante de lo demás y se concentró en pasar un buen rato con Luis, porque seguía siendo alguien importante a pesar de todo, y con él se divertía bastante. Engulleron las golosinas y hablaron hasta entrada la noche, cuando el castaño tuvo que partir.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora