XV

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Las manecillas del reloj producían un constante tic-tac que llenaba la silencio de la blanca habitación donde se hallaba. Miró por decima vez, en menos de diez segundos, la hora, reafirmando que aquel muchacho llevaba medía hora de retardo. De cualquier manera, no es como que realmente le importase la ausencia del rubio ni mucho menos le angustiaba, solo se preguntaba por qué no aparecia. ¿Estaba actuando como una enamorada? Definitivamente. Pero era culpa de Antonio por mal acostumbrarlo, pues desde que lo habían internado en el hospital, había ido a visitarlo a diario, sin falta, a la misma hora.

Justo cuando pensaba que ese día él ya no vendría, la puerta se abrió. Observó a Antonio justo en el umbral de la puerta, quién lucía cansado y agitado. Le vio abrir la boca para hablar, pero, yendo contra la creencias de ambos, Fernando se adelantó y profirió:

-¿Por qué te tardaste?- su voz no sonaba demandante, sino tranquila y curiosa, incluso algo preocupada.

Tal cuestión tomó por sorpresa a ambos, cuyos ojos se mantenían fijos en los otros sin decir nada aún. Antonio cerró la puerta a sus espaldas y, con respiración apresurada, se acercó hasta el borde de la cama donde se sentó. Tratando de no darle mucha importancia a la duda del moreno, tomó su mochila y buscó en ésta algunas cosas.

-Mi última clase se prolongó - decía el rubio, sacando una bolsa de gomitas y unas libretas de su mochila para entregarlas al mexicano, quien comenzó a ojearlas mientras él abría las golosinas-, y fui a comprar algo dulce para ti. Esos son los apuntes que ha estado haciendo Daniel por ti. Es muy majo, aunque se queje.

-Gracias- dijo, observando la espantosa caligrafía de su mejor amigo, sintiéndose afortunado por entender aquellos jeroglíficos-. Recuerdame invitarle una caguama cuando salga de aquí.

-Seguro. Hablando de Dany, dijo que si no entiendes algo, ya sabes que le puedes llamar. Le parece extraño que nunca le preguntes nada acerca de los temas que han visto, supongo que por eso me hace repetirte lo mismo cada vez que vengo.

-Ya. No le digas nada. Cuando venga, le diré que entiendo perfectamente sus patas de araña y que los temas no son verdaderamente difíciles.

El español asintió aunque el mexicano seguía leyendo, muy superficialmente, los párrafos escritos en tinta negra. Miró la bolsa de gomitas que había llevado con él y la movió un poco, causando que se produjera un sonido similar a cuando arrugas papel. Ante esto, Fernando, aun sin dirigirle la mirada al contrario, le pidió que le diera un par, por lo que tomó una con los dedos y la extendió frente suyo, pero poca atención le presto. Acercó un poco más la gomita y el moreno, al presentirla, abrió la boca como un niño que es alimentado por sus padres. Entonces, Antonio no pensó en otra opción mas que dejar la golosina en la boca del moreno, así que eso hizo.

Al principio, Fernando ni se inmutó, pero conforme los segundos pasaban, se hiba dando cuenta de lo que había sucedido, aunque realmente no era gran cosa. Alzó la cara para mirar directamente a los ojos del rubio, quien esbozó una angelical sonrisa e inclinó la cabeza con duda.

-¿Qué?- preguntó el español.

-Nada- aseguró, masticando lentamente la gomita con forma de una piña diminuta y viendo como el contrario se llevaba una de éstas a la boca-. Tienes rozados los labios.

-¿Qué no es normal?

-Me refiero a que los tienes lastimados, resecos, no que son rosas, animal.

-Ah- expresó, soltando una risilla y llevándose los dedos a los labios, sintiendo como ardían ante el toque-. Cuando estoy ansioso suelo lamerme mucho los labios. Es un mal habito.

-¿Te duelen?

-Un poco. No es gran cosa- hubo un denso silencio que se formó entre ambos mientras Antonio dudaba si debía hablar o no, hasta que finalmente lo hizo-. ¿Recuerdas lo de los fuegos artificiales?

Fernando no respondió, se limitó a mirarlo con sorpresa, nervios y horror. ¿Por qué tenía que sacar ese tema a flote? Ya había pasado un mes y parecía que el tema estaba zanjado.

-Parece que sí- masculló el rubio, pasándose la lengua por el labio inferior a la par que organizaba lo que quería decir-. Fue solo un impulso, ¿verdad? No significó nada, ¿cierto? Por eso hay que hacer como si no hubiese pasado nada, ¿me equívoco?

El mexicano le miró durante eternos segundos, pensando que no podía decirle que fue un maravilloso impulso, que realmente le había gustado besarlo y que le hubiese alegrado hacerlo posteriormente a esos acontecimientos. Pero no podía decirle que le movía el piso más de lo que Diana alguna vez hizo. No. Por Antonio sentía un inmenso y profundo cariño que jamás se había presentado hasta el momento, y no podía ni debía expresarlo.

-Realmente lo siento- dijo, tranquilamente mientras veía como el rubio bajaba la mirada a sus manos y se sonrojaba-. Me dejé llevar.

Luego de una pausa pequeña que pareció larga, el rubio le dedicó una cariñosa y gentil sonrisa que por poco y le provoca soltar un suspiro como colegiala de historia cliché.

-Nunca nos besamos.

Amor hispanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora