Capítulo 3

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-- Licenciado es que yo... – apenas iba a excusarse pero el tipo no la dejó hablar.

-- ¡Largo! Estás despedida, fuera de aquí – me quedé helado, me retracto, este sujeto a parte de ser un patán es peor, mucho peor que Sylvia. Solo miro atónito cómo este sujeto que tengo frente a mí despide a esta muchacha así, sin más ni más.

-- Licenciado yo le puedo explicar – ella hacía un último intento por conservar su empleo.

-- Ya déjalo, no tiene caso – me acerqué a la mujer y le puse la mano sobre el hombro – Este señor no te va a escuchar así le des las miles de explicaciones, a leguas se nota lo que es – lo miré con reprobación, este tipo de injusticias es a las que me refiero cuando digo que los asalariados somos solo un producto para muchas empresas, me imagino tomándolo de sus cabellos tan bien peinados y arrojándolo por el ventanal de su oficina dejando que un camión de seis llantas le pasara por encima.

-- ¿Cómo te atreves? – con indignación el abogado se me preguntaba.

-- Licenciado – la chica deseaba hablar, pero no la dejé.

-- Ya, no te preocupes, tengo un amigo que tiene una tienda de ropa, a veces solicita personal, voy a hablar con él, pero ya no llores, anda, este señor te despidió, eso sí, te debe liquidar conforme a la ley, y si no lo demandas, es más, yo te acompaño a demandarlo si no te paga – le dije a la chica para luego ver a ese patán, para ese instante el tipo me veía con ojos de asesinato, me daba miedo, pero como todo hombre, me lo aguantaba.

-- Con permiso – gimoteando la secretaria salió del despacho, sigo pensando que es bonito, lo único malo es monstruo que lo ocupa.

-- ¿Quién demonios se cree que es? – a grandes zancadas el señor ese se me acercó, me rebasaba por unos centímetros de altura, y de verdad daba miedo, ese rostro duro y esos ojos tan inexpresivos curiosamente expresaban furia.

-- ¡Pues yo! – no encontré algo más inteligente qué decir.

-- ¡Lárguese usted también si no quiere que lo mande a sacar! – me gritó, cerré los ojos esperando a que me partiera la engrapadora en la cabeza, pero cuando abrí un ojo miré que solo aguardaba - ¿No me escuchó? Largo de aquí, no sé por qué esa atolondrada lo dejó pasar, yo esperaba a la señorita de una agencia publicitaria, no a usted – no sé cuánto tuvo que pasar, pero mi vena en la frente comenzó a saltar, "señorita" "señorita", esa palabra se repetía en mi cabeza, este idiota me estaba confundiendo con una mujer, esa ventajosa y miserable de Sylvia me la volvió a aplicar.

-- ¿A quién esperaba? – entredientes pregunté, estaba a punto de estallar.

-- ¿Qué le importa? Es una chica y punto – me dijo muy secamente.

-- Por favor, ¿A quién esperaba? – apreté los puños, estaba que echaba chispas.

-- A la señorita Eva Noriega – me dijo y fue suficiente.

-- ¡Con un maldito demonio! ¡Soy Evan! ¡Con una jodida N al final! ¡Evan! ¡Soy un puerco, desobligado y maldito hombre! – le grité, estaba harto, todo el tiempo es lo mismo, Eva aquí, Eva allá, Eva, Eva, Eva, ¿Es que es tan difícil aceptar que un hombre macho puede llamarse Evan?

-- ¿Evan? – el sujeto me estaba mirando con curiosidad, espero haberlo asustado o al menos reivindicado mi hombría, no soy mujer, soy hombre. Caminó rodeando su escritorio y tomó una carpeta, revisó los documentos – Aquí dice Eva Noriega – me informó.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora