Capítulo 28 - La verdad de Alan

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Había llegado desde hacía un rato a casa de mis papás, mi hijo se iba a quedar a dormir ahí por lo cual lo fui a dejar, ya era tarde, cerca de las nueve de la noche, en cuanto llegamos, luego de saludar a su abuela, tomó su mochila y subió al cuarto que ya tenía, desde siempre él ha tenido su propia habitación en casa de mis padres. Mi madre y yo nos quedamos en la sala tomando una humeante taza de café, el clima frío ameritaba algo caliente.


– ¿Y cómo van los trámites de su divorcio? – me preguntó mamá para luego morder una galleta de mantequilla, de esas que estaban en la bandeja plateada sobre la mesa de centro.

– Bien, mi abogado está de viaje, por lo que el proceso está un poco lento, espero que en cuanto regrese todo tome el curso que debe – le respondí y tomé un sorbo de mi bebida.

– ¿En verdad estás seguro? Su matrimonio es un compromiso de muchos años, Bárbara y tú llevan gran parte de su vida juntos, ¿De verdad se separarán? – me volvió a cuestionar, es sabido por todos en la familia que mi madre adora a Bárbara, desde que la conoció y supo su historia, lejos de juzgarla se convirtió en su principal protectora.

– Sí, lo nuestro es insalvable, ella y yo lo reconocemos, juntos nos hacemos demasiado daño y a la larga el único afectado será el niño.

– Por eso mismo lo digo, Josué aún es muy joven, es un adolescente, necesita de una familia unida, de unos padres de que lo amen – se le nota la preocupación en el rostro, ella es demasiado sensible a los temas que tengan que ver con la familia.

– Más va a sufrir si ve a sus papás peleando todo el día, lo mejor es que aunque nos vea separados nos vea tranquilos, sin gritarnos o discutir.

– Ay hijo, me preocupas, no quiero que estés solo – dejó de lado los galletas para mirarme compasivamente.

– No te alarmes, estoy acostumbrado a estarlo, tal vez ese es mi castigo – mencioné mirando atentamente la reluciente bandeja que tenía enfrente.

– Quisiera que algún día me tuvieras la confianza para contarme aquello que te atormenta tanto, aquello que te cambió tan radicalmente – ella me continuaba viendo, seguramente preguntándose cómo es que este hombre alguna vez fue un chico feliz.

– A lo mejor algún día te lo cuento, por ahora no – respondí y sin mucho ánimo levanté mi taza y nuevamente tomé de ella. Sin embargo aquel silencio que se formó entre nosotros pronto se vio interrumpido por la voz juvenil de una chica, una muy conocida para ambos.


– ¡Por fin en casa! –miramos con sorpresa a la recién llegada.

– ¡Hija! – mamá se levantó y esperó a la muchacha para recibirla con un fuerte abrazo – No te esperaba tan pronto, pero me alegra que regresaras – le decía mientras la atraía a su cuerpo.

– Ya sé, me aburrí de Cuba y me dije, Renata es m omento de volver a casa – contestó y se carcajeó, como es su costumbre ciertamente, separándose miró a su alrededor – Hermanito, qué gusto verte – me lanzó un beso al aire – ¿Y papá? ¿No está?

– No, se fue a Chicago a un congreso, regresa en dos días – le comenté.

– Ay, yo creí que estaba toda la familia – haciendo un puchero tomó asiento junto a mamá.

– Pero está Josué, seguro se alegrará de ver a su tía favorita.

– ¡Ay qué bien! Obvio soy su tía favorita, me alegra que esté porque le traje una playera súper genial, estoy segura que le encantará.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora