Capítulo 42

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No sabía cómo reaccionar o qué hacer, nunca me había imaginado que a mi puerta llegara Adán Alejandro así de triste. Él es de esas personas que siempre tienen un chiste en la lengua, por eso, verlo así de apachurrado me hizo sentir mal por él. No pude sino más que abrazarlo y decirle que todo iba a salir bien, a veces más que necesitar palabras hace falta que te abracen en silencio.


– ¿Estás mejor? – le pregunté mientras estábamos en mi compacta sala, le había llevado café, lo bueno que me quedaba un poco de mi sobre de café soluble.

– Sí, gracias, perdón por este desastre – me dijo con más calma, sus ojos estaban rojos e hinchados, sí que estaba triste.

– No es nada, solo que la próxima vez que vengas, no olvides el pan – le eché la broma a ver si sonreía, lo hice, sonrió.

– Eres genial – estaba sentado a su lado y me miró mientras me decía aquello.

– Y adicto al pan, no lo olvides ¡El pan! – me carcajeé, va a pensar que soy un interesado y que solo pienso en el esponjado y dulce pan.

– No lo olvidaré – puso su mano en mi rodilla y la frotó.

– A veces eres muy bromista y está bien, y también como todos, a veces también necesitamos sacar una lagrimilla, no sé qué haya pasado exactamente, pero quiero que sepas que puedes con eso, eres futbolista, ¡pégale una patada en el trasero a la tristeza! a mí me funciona, aunque a veces la patada me la dan a mí, pero no importa, lo que sí es muy relevante es que comprendas que se vale llorar y no tiene nada de malo hacerlo – si conociera mi vida, lloraría más que con el video de Precious.

– Tú siempre eres así de fuerte – comentó para luego volver a mirar al frente.

– No, no siempre lo soy, me rompo, hace poco me rompí, en tantos cachitos que no sabría cómo volví a pegarme, a veces Joseph me dice que soy irrompible, pero no es cierto, no soy ni tan fuerte ni tan valiente como la gente cree – suspiré y también miré al frente, como si hubiera algo importante ahí – ¿Sabes? Hay ocasiones en las que quisiera tirarlo todo y regresar a mi ranchito, al lado de mi mamá, en mi tierra, volver al lugar en el que fui tan feliz.

– Tienes razón, ese lugar es genial y tu mamá es maravillosa, tanto como tú, tienes mucha suerte Eva con N al final – me dice y reprimo mis ganas de golpearlo, solo por esta vez.

– Mi mamá, la adoro, ella vale todo lo que he hecho y seguiré haciendo.

– Tú tienes una mamá que te ama, me di cuenta cuando estuve allá, tienes la fortuna que ella siempre te va a querer, pase lo que pase, no todos tenemos esa bendición – por su tono y su semblante empieza a trabajar la ardilla que tengo en mi cabeza, creo saber de dónde viene su tristeza.

– Honestamente sí, tengo la fortuna que mi mamá me ama, pero la tuya también debe amarte – se nota muy decaído.

– No sabes cómo quisiera creerlo de verdad, cuántas ganas tengo de creer que es cierto lo que dices.

– ¿Crees que no te ama?

– Ni ella ni mi papá me perdonan que no haya ejercito la arquitectura.

– ¿Eres arquitecto? – le pregunto con mucha sorpresa, nunca me imaginé que este chamaco fuera arquitecto.

– Sí, y creo que por la sangre que traigo, soy de los buenos – sonríe de medio lado.

– Cuando construya mi casa te llamaré – sonreí y el también.

– No he ejercido la profesión, pero si se hace con palitos a lo mejor y sí – vuelve a mostrar su sonrisa.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora