Capítulo 17

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No quería, en verdad que no quería, pero ni hablar, trabajo es trabajo, dinero es dinero y la quincena ya casi llega, así que no me queda otra mas que aceptarlo, llevo esperando afuera de este lugar unos minutos, si no fuera de día comenzaría a sentir miedo porque este sitio de perdición y vicio debe ser concurrido por malandros, mala copas, violadores y toda clase de fichitas.

-- ¡Miren nada más! El gordo de la otra noche – y para terminar de coronar el momento el grupo de encuerados de la otra vez acaban de llegar.

-- Míralo, se ve más gordo que la vez anterior, deberías dejar las hamburguesas y los tacos – otro de los ponchados esos me dijo, pues no es obligatorio estar lleno de bolas y comer zanahorias nada más.

-- ¡Ya le cayó caca al pastel! – negando con la cabeza dije aquello, no es que estuviera feliz de estar ahí.

-- Pero si se defiende el gordo – uno del grupo se comenzó a reír de mí.

-- ¿Qué? ¿Te duele que te digan la verdad, gordo? – el más pesadito de todos es el primero que me dijo gordo, ese tipo me cae de la patada, no recuerdo que tuviera los pelos rubios, aunque si soy sincero no los pude ver aquella ocasión porque era de noche y no estaba tan iluminado.

-- No, no me duele que me digan la verdad, zorra – le dije directamente a lo que un silencio incómodo se formó entre nosotros, ellos siendo tres y yo uno nos miramos.

-- ¿Me llamaste zorra? – sonrió, pero se le nota en la cara que echa chispas.

-- Sí, zorra – directamente se lo repetí, él miró a sus amigos haciendo una sonrisa ladeada para luego, con fuerza, arrojarme a la pared de ladrillo rojo aprisionando mi cuello con su antebrazo.

-- ¿Te crees muy gallito? – Me dijo al oído mientras me ahorcaba, me faltaba el aire, me estaba lastimando - ¿No vas a decir nada ahora? – intentaba liberarme pero ese tipo lleno de bolas era muy fuerte.

-- ¡Se está poniendo rojo! – uno de los encuerados aquellos gritó y se empezaron a reír.

-- ¡Anda, repítelo! – comenzaba a faltarme el aire, sin poder evitarlo recordé aquella noche, sentí como nuevamente me sometían y me destrozaban la vida, sentí como si los amigos de Alan Bernardi volvieran a atacarme, ¡no me gustaba sentirme así! como pude y por instinto de supervivencia le propiné un golpe seco en su estómago, toda la fuerza y la rabia que pude reunir la junté en ese golpe y el tipo de pelos güeros me soltó.

-- ¡Zorra! – Le grité mientras inspiraba todo el aire que podía - ¡Zorra! ¡Zorra! – Lo miré con mucho enojo – Siempre he respetado a toda la gente... A todos sin importar lo que hagan... – me seguía faltando el aire, batallaba para hablar – Pero no voy a permitir que me agredan nada más porque sí, yo no tengo su cuerpo, ni lo deseo, soy gordo, soy flácido, pero yo no me vendo por lujuria, yo vendo mi esfuerzo y trabajo por necesidad, en algo mal pagado pero decente para mí, no tengo interés en estar lleno de bolas porque mi cuerpo es mío y no estoy dispuesto a compartirlo con medio mundo – trataba de calmar mi respiración por lo agitado que estaba y por la furia que sentía – Que te quede, o mejor dicho, que les quede algo claro, ¡mi cuerpo no está en venta! – les grité con furia y con los ojos a punto de llorar, así me hubiera gustado reaccionar aquella noche, aquella horrible noche.


-- La fiesta terminó chicos, entren – el tipo que me había recibido nos dejaba entrar, pude ver que a su lado estaba el dueño, Adán Edilberto.

-- Entren, vayan a su lugar – yo seguía muy alterado – Evan acompáñame por favor – Adán estiró su mano para cederme el paso, yo asentí, lo único que deseaba era dejar de ver a aquellos tipos. Entré primero, pero pude escuchar que él habló con uno de los chicos, no sé con cual – Tu y yo vamos a hablar más tarde, así que espero que estés preparado – luego sentí su mano en mi hombro y me guio a su oficina.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora