Final de la 2da temporada

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Volvía a poner los pies en este piso, el azulejo color gris que durante tanto tiempo miré, la misma pieza que se rompió seguía en su lugar, la esquina de la recepción, aquel cuadrito que Joseph y yo más de una vez quisimos sacar para dejar el hueco y hacer enojar a Sylvia. Mis compañeros primeramente me miraron para luego saludarme, haciéndome las preguntas que ya me imaginaba ¿qué había pasado? ¿Por qué nos fuimos mi amigo y yo? Que si el jefe era un malvado ¿por qué nos corrieron? Unos imprudentes, los imprudentes que ya extrañaba. Hasta a mi amigo le mandaron saludos y la que le vende cremas le mandó decir que ya tenía un atraso, que no se hiciera de la vista gorda con el dinero, mi ambiente, mi lugar.


Justo ahí fueron mis pasos, a mi lugar, mi escritorio. Ya vacío, sin mis cosas, sin mi taza para el café que le gorreaba a la de recursos humanos, sin mi bote lapicero, seguramente mi engrapadora ya se la 'nahualeó' alguien, mi espacio. Me acerqué y con las yemas de los dedos rocé el que alguna vez fuera mi lugar, ahora estaba limpio, sin mi silla que tanto cuidaba, sin ese toque que yo le ponía, sin las migas de pan que a veces Joseph dejaba cuando venía a platicar conmigo, sin mi calendario pegado en la esquina para ahí anotar la hora en la cual checaba y que no me fueran a descontar, debía aceptar que ese ya no era mi espacio. Se siente muy feo volver a un sitio que creíste tuyo durante mucho tiempo y que de la noche a la mañana se convierta en un lugar tan lejano a ti, tan desconocido, haber perdido una parte de tu cotidianeidad.


– Así es la vida, Evan, así es – me dije a mí mismo, aguanté las ganas de soltar las de San Pedro, porque los chismosos de marketing se burlarían de mí, hasta un meme serían capaz de hacerme. Respiré, era hora de ir con ese sujeto al que tanto le debe mi desgracia.

Me acerqué al lugar que alguna vez fue de Sylvia, todo era diferente, la cueva, nuestra cueva, la de la bruja que todos apreciábamos, ya no era ni la sombra de lo que fue, una chica sentada afuera era lo primero con lo que te topabas. Mi estimada Sylvia siempre fue muy cercana a nosotros, podías entrar a su oficina, con ciertas precauciones, y hablar directamente con ella, salía y peleaba con los empleados, echaba bromas, regañaba, te hacía entrar a la cueva solo para darte un susto, y lo sabía, le divertía ver nuestras caras, espero que siga luchando por su vida y que sepa que le estoy mandando los mejores deseos.


– Buenas – le dije a la chica que estaba sentada frente a la oficina del jefe.

– Buenas...– revisaba unos documentos cuando le hablé, así que al levantar la vista su semblante sereno cambió – Hola, te está esperando, Evan – me dijo, no sabía que me conocía.

– ¿Usted cómo sabe mi nombre? – le cuestioné, yo no la conozco, por eso me parecía extraño.

– Créeme, no es muy grato para mí saber más que tu nombre – se levantó de la silla y se paró a mi lado – Ven conmigo, Alan te está esperando – comenzó a caminar rumbo a la bodega, aquella donde se guarda la papelería, el archivo, un espacio grande y cerrado, mis nervios comenzaban a dispararse.

– ¿No lo iba a ver en su oficina? – pregunté con cierta inquietud mientras caminábamos.

– No, te necesita en la bodega – sin mirarme contestó, en ese momento me detuve, ¿qué era todo esto? – No tengas miedo, si yo supiera que estás en peligro jamás me prestaría a esta situación, y aunque no me simpatizas, tampoco tengo nada en tu contra, anda, falta poco – se giró para hablar conmigo, mi ceño se frunció, no me daba buena espina todo esto. Asentí y continuamos andando.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora