Capítulo 47

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Ayer se fue Joseph, este es un día algo complicado, debo volver al trabajo, siento como en un abrir y cerrar de ojos mi vida cambió, es increíble ver cómo unas personas pueden hacer una rutina tan diferente. Ya no tengo mamá, mi mejor amigo se fue a vivir a otro lugar, yo estoy definiendo para donde va mi vida, en fin, estoy muy confundido. Edilberto no me ha buscado desde el día que nos despedimos en mi pueblo y Gregorio, ese abogado ha sido mi salvador más de una vez, me acuerdo que le debo una comida, por aquella cena que no pudimos terminar porque gracias a que Joseph hizo algo en la veterinaria y lo llevaron a la cárcel no terminé mi filetito, por cierto ahora que me vuelvo a acordar ese infeliz no me contó lo que pasó esa extraña noche.

– ¡Por fin ya viene! – vi mi transporte, como no tenía sueño y en verdad no debía abusar de la amabilidad de mi jefe Ashley, salí de mi casa temprano, conté mis moneditas y estaba en la parada del bus, porque eso sí, no soy como los otros chocosos pasajeros que saben que se van a subir al camión y no buscan el dinero antes y ahí están como mensos estorbando en la puerta de subida.

Y ocurre algo maravilloso, siento mis ojitos brillar, está casi vacío, el sueño de todo pobre: subir al busco con casi todos los asientos disponibles, a veces soy un tipo con mucha suerte. Elijo un lugar solo, obviamente, y me siento con tranquilidad, hoy debe ser un buen día, reviso mi celular para checar la hora y noto un mensaje de texto.


Hola Evan, ya volví y quisiera invitarte por un café. Soy Alan.

¡Vaya! En otra época me hubiera aterrado, ahora sonrío, luego de todo lo que pasamos, tanto él como yo, creo merecemos paz entre nosotros. Le contesto que sí, a lo que no tardó ni un minuto en responder.

Genial, te veo a las seis en la cafetería El Paste.


Bueno, ya tengo plan, espero que no sea muy caro porque luego de los descuentos que voy a tener por los días que falté, mi quincena va a quedar flaquita, flaquita, más flaca que la Taylor Swift, y mira que esa mujer está muy flaca. Al menos tengo trabajo, sonrío otra vez, voy a echarle toda la energía a mi vida, ahora sí quiero que todo sea diferente, en honor a mis papacitos que me miran desde el cielo, lo voy a lograr.


Luego de un rato llego a mi parada final, ahora el autobús va casi lleno por lo que tengo que batallar con señores gordos y tipos que no se mueven para poder llegar al timbre. Lo toco una, lo toco dos, lo toco tres veces y nada.

– ¡Oye, acá me bajo! – le grito y el pelado del chofer sigue manejando, es entonces que mis hermanos de pobreza empiezan a rechiflar y gritar ¡Bajan!, no hay nada más fuerte que la unión de los Godínez y obreros de la mañana. Méndigo, me dejó un poquito más delante de mi parada, me choca tener que caminar de a gratis, pero ni modo, y mejor me apuro porque no sé cuánto trabajo tengo pendiente.


Voy caminando a paso moderado, total, voy con media hora a mi favor, me puedo dar ese lujo, aunque no me hago tan tonto, voy caminando y de repente se me acerca alguien, volteo, no vaya a ser un ratero que se quiere llevar mi casi moribunda cartera con más tarjetas de presentación que billetes.

– Buen día Evan – es el señor de las galletas, lo miro un poco agitado, sin embargo, hoy noto en él algo que no había visto antes, como si su sola presencia me diera inseguridad, es raro, lo he tratado otras veces y no me había sentido así de incómodo.

– Hola don ¿cómo le va? – le digo amablemente sin detenerme, no sé, tal vez estoy loco.

– Aguarda, espera muchacho, me falta el aire – me detengo y volteo para hacerle caso, pone sus manos sobre las rodillas y la canasta de galletas a un lado.

Una Eva y tres patanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora