xxiii.

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Alex estaba en su cuarto. Sus ojos cerrados pero su mente se mantenía alerta. No era el primer Día de la Unidad que pasaba de esta forma, desde que tenía uso de razón recordaba pasar noches enteras fingiendo estar dormida cuando se padre llegaba de la fiesta en el centro de Walden.

Aquella noche no era diferente, oyó la puerta de su casa abrirse y a Villard entrar a tropezones. Imaginó a Sienna sentada en la mesa, esperándolo pacientemente a que llegara, con la comida hecha, temerosa de llevarse una golpiza si Villard pretendía cenar en casa.

—¿Por esto no fuiste a la fiesta? —cuestionó su padre arrastrando las palabras. Para sus catorce años, Alex estaba casi segura de cuántas copas llevaba encima. Incluso pudo sentir el aroma a vino tinto en el aire de la habitación, traspasando las rendijas de la puerta.

—Quería estar preparada en caso de que tuvieras hambre —respondió su madre en un hilo de voz. Alex hundió el rostro en la almohada.

—¡No quiero esta mierda! —gritó su padre y dio un respingo al escuchar cómo un objeto se hacía añicos. Supuso que era el plato y sabía perfectamente que horas más tarde Villard se quejaría por tener que gasta dinero en uno nuevo.

—Villard, por favor... —susurró su madre. Lo que prosiguió, fueron golpes que Alex conocía. Oyó a su madre sollozar y a su padre quejarse, murmurarle cosas que Alex no llegaba a comprender con sus oídos tapados por sus manos.

La puerta se volvió a cerrar y ella se destapó. Puso los pies descalzos sobre el suelo frío, con el corazón desbocado y los ojos llenos de lágrimas al oír cómo su madre sollozaba del otro lado. Dudó en ponerse de pie, temerosa de lo que pudiera encontrar del otro lado, pero finalmente secó sus ojos y se armó de valor para salir de su habitación.

Su corazón se detuvo cuando vio a Sienna sentada en el suelo, rodeada de comida y pedazos de vidrio blancos.

—Alex, vuelve a la cama —ordenó su madre sin siquiera mirarla. No hacía falta que lo hiciera para que imaginar su rostro manchado de sangre y moratones que al día siguiente cubriría con maquillaje.

Por primera vez en su vida, Alex sintió un cosquilleo en su nuca y su respiración se volvió irregular. Miró la puerta, por la que horas más tarde volvería su padre rogándole porque le perdonara. Sienna lo perdonaría y el círculo volvería a repetirse.

No podía permitirlo.

Tomó el teléfono que se hallaba colgado a su lado.

—Alex, ¿qué haces? —preguntó su madre, mirándola. Su pecho se hundió al ver su ojo hinchado y violeta junto con los rastros de sangre. Aquella imagen no se le borraría nunca más en su vida, la vería cada noche antes de quedarse dormida y cada mañana al levantarse en la soledad—. Baja el teléfono, cariño —pidió poniéndose de pie a duras penas. Alex la miró unos segundos en silencio, hacía falta marcar dos números para así comunicarse con los guardias de forma urgente. Solo esos dos números. No necesitaría hablar. Minutos más tarde los guardias estarían golpeando su puerta—. No puedes hacer esto, Alex —continuó su madre negando con la cabeza pero no avanzó hacia ella. Supuso que en su interior, Sienna quería que hiciera la llamada tanto como Alex—. Si lo haces, nos quedaremos sin nada.

Marcó los números.


Abrió los ojos de repente, encontrándose con la tenue luz del amanecer filtrándose por las rendijas de la tienda. Suspiró, acomodándose bajo la manta naranja y sonriendo cuando sintió a Bellamy moverse detrás de ella. Recordó que anoche, tras el beso, se habían recostado en la improvisada cama y hablaron por horas. Conoció más a Bellamy y él a ella, ambos se dieron cuenta qué tan mal había empezado su relación pero prometieron que de ahora en adelante todo mejoraría... Ambos lo necesitaban... Se necesitaban.

Beautiful Mess I → Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora