xxii.

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La mente de Alex comenzó a dar vueltas, su estómago se contrajo logrando una arcada y sintió cómo su piel se erizaba. Se dejó caer al suelo, incompetente. No podía ponerse de pie, era como si tuviera un imán en el suelo. Cerró los ojos, tratando de que su visión volviera a la normalidad.

—Alex...

Abrió los ojos con un nudo en la garganta. Reconocía esa voz. Y el lugar donde estaba también. Se puso de pie mirando a su alrededor, las paredes grises, la mesa en el medio de la habitación, los escasos muebles, la puerta al final que daba al dormitorio... 

Estaba en su casa.

—Alex...

Giró sobre sus talones para encontrarse con su madre sentada en la punta de la mesa, mirándola fijo. Vestía su remera gris envejecida al igual que sus pantalones. Su cabello suelto y corto caía sobre sus hombros.

—Alex... ¿Qué hiciste? —preguntó en un hilo de voz.

Se tragó las lágrimas mientras ladeaba la cabeza sin comprender lo que su madre quería decirle. Tampoco sabía qué hacía allí pero no podía pensar claramente cuando todo se veía tan real. No recordaba exactamente la última vez que había estado en su casa, con el aroma tan familiar y con su madre sentaba frente a ella.

—¿Qué quieres decir? —susurró dando un paso hacia delante. Sienna no quitó su mirada de ella. Notó cómo los ojos de su madre se llenaban de lágrimas al tiempo que Alex se dejaba caer ante ella—. ¿Qué pasa, mamá? —preguntó desesperada, tomando las manos de Sienna entre las suyas para darles calor. Su madre bajó la mirada, aguantando un sollozo antes de volver a levantarla y mirarla a través de ojos cristalinos.

—¿Cómo pudiste matarlo?

El corazón de Alex se detuvo. Sabía a qué se refería. Sacudió la cabeza ciento de veces y se irguió hacia delante, dejando caer su cuerpo sobre las piernas de Sienna, quien no paraba de llorar desconsoladamente. Solo una vez en su vida la había visto de aquella forma. Cerró los ojos con fuerza, rogando porque su madre dejara de llorar, porque le acariciara el cabello y le dijera que todo iba a estar bien pero nada de esto pasó. Aunque el llanto cesó, obligándola a subir la mirada.

Dio un respingo, dejándose caer hacia atrás. Su madre seguía sentada en el mismo lugar pero su rostro ya no estaba limpio, sino manchado de sangre y un gran moratón recorría su ojo derecho. Las lágrimas surcaron los ojos de Alex. Lo recordaba perfectamente.

—No puedes decirles, Alex... —rogó su madre, quien comenzó a llorar otra vez, mezclando el agua salada con el ácido de la sangre—. No puedes hacernos esto...

Alex se tapó los oídos y cerró los ojos. No era verdad. Recordaba aquel episodio. El final. Recordaba a su madre llorando, sentada en la mesa, con el rostro manchado de sangre y moratones al tiempo que le rogaba a Alex porque no llamara a los guardias de Walden, que si lo hacía estaría arruinando una familia, que acabaría con ellos porque, incluso si su padre terminaba en confinamiento, no tendrían para comer... Pero que eso no importaba porque jamás llegarían a aquella instancia. Su padre las mataría a ambas.

No tenía catorce años. No estaba en el Arca.

Tenía diecisiete años. Estaba en la Tierra. Estaba con...

—Tienes que ir a buscarlo.

Alex abrió los ojos pero se encontró con el almacén a oscuras excepto por la tenue luz que emanaban los focos. Su respiración era irregular y su rostro estaba cubierto por la transpiración de aquella experiencia terrorífica. Se puso de pie a duras penas, debía recomponerse e ir en busca de Bellamy. Si los hongos habían causado esto en ella, no imaginaba lo que le podría estar pasando a él.

Beautiful Mess I → Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora