Capítulo 39: El portacontenedores

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El tiempo estaba revuelto. Las oscuras nubes, expulsaban gotas de lluvia y estruendosos rayos a cada momento.

Las olas del mar, casi llegaban al inmenso barco portacontenedores de Maximillien.

Sus hombres iban armados con fusiles de asalto, cubriendo cada zona del enorme barco. Los contenedores portaban armas. Pero el principal objeto que transportaban, era uno de los componentes hardware más potentes del mundo... Próximo para instalarlo en OZINUX.

Maximillien se hallaba en su lujoso camarote, escribiendo en su cuaderno de apuntes. En él, tenía escrito todo, incluyendo el complejo plan de Rose Cox. Plan, que al igual a otros líderes de Talon, no iba a seguir.

Maximillien tenía un cargo importante y ganaba mucha pasta. Era respetado, querido y temido. Si ayudaba a Cox a provocar la segunda crisis ómnica, perdería todo. Y no era cuestión de ello. Maximillien estaba planeando algo para traicionarla, como el resto. Incluso podría aliarse con alguno de ellos... pero como dijo Doomfist, no puedes fiarte de nadie.

¡TOC! ¡TOC!

—Adelante —contestó el ómnico.

—Señor, tenemos a unos traidores entre nosotros.

—Voy... Tendré que mojarme el traje para enseñar el respeto que me deben...

Maximillien se levantó de su asiento y acompañó al guardia.

En una parte amplia del barco donde no habían contenedores, siete guardias apuntaban a dos hombres, que yacían arrodillados.

Las gotas de lluvia caían por su cara.

—Así qué, vosotros sois los traidores... —dijo Maximillien, que nada más llegar, agarró un subfusil de uno de sus hombres.

—¡Don Maximillien, por favor! —suplicó el hombre, que temblaba de miedo.

Maximillien se agachó junto a él y le acarició la cara con sus robóticas manos.

—Shhh, tranquilo, muchacho. Ya tendrás tiempo luego para suplicar y llorar... Cuéntame, ¿qué has hecho para que tus compañeros me avisen para darte un escarmiento?

El hombre intentó contestar, pero se ahogaba.

—No le he hemos traicionado, señor. Nos han robado unos informes del trayecto. Alguien conoce nuestra ruta, podemos ser atacados en cualquier instante —contestó el otro.

Maximillien lo miró y se levantó.

—¿Acaso tenéis idea de lo importante que es esto? ¡El futuro de la tierra depende de nosotros!

—¡Don Maximillien, por favor, tengo hijos a los que alimentar! —gritó uno de los hombres.

—Oh Dios, la típica excusa de los hijos... Mira, vamos a hacer una cosa...

El ómnico dejó el subfusil en el suelo. Y sacó de su chaqueta, un revólver plateado, vaciando las balas del tambor, dejando únicamente una.

—¿Conocéis en qué consiste la ruleta rusa? Una bala, un disparo. El tambor ira girando, y... ¿a quién le tocará el premio? —Maximillien, giró el tambor y le lanzó el revolver a uno de los guardias—. Empiezas tú.

Maximillien cruzó los brazos y observó.

Ambos se miraron entre sí.

Los dos hombres no podían creer lo que estaban a punto de hacer, dispararse en la cabeza...

—Adelante —insistió Maximillien.

El hombre con el revólver, se apuntó. Su mano temblaba. Cerró los ojos. Presionó el gatillo.

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