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Me miré al espejo una vez más repitiéndome las mismas palabras.

—No puedes hacerlo, Hyosun. Si lo haces irás a la cárcel. —señalé a mi reflejo en el espejo y entrecerré los ojos.

Tal vez me estaba volviendo loca.

—¿Has dicho algo, Hyosun?

—No, que va.

Me giré a ver a Jiho, mi gran acompañante de la tarde.

Dejó otro vestido en la pila para que me lo probase. La miré mal y suspiré. Yo no quería probarme toda esa ropa. Me daba muchísima pereza.

Me senté en el gran sillón que estaba lleno de vestidos, pero no me importó aplastarlos. Necesita sentarme y dejar a mis pies descansar.

—Me había parecido que decías algo. —comentó probándose unos bonitos tacones de aguja.

—Sí, pero no tiene importancia. —me quité de debajo del culo una falda que trajo para mí hacía como media hora, mientras ella me tiraba un vestido a la cara para que me lo probase.

Estaba empezando a hartarme de tanta ropa. Estaba agobiada.

—Bueno. —se encogió de hombros, incorporándose y sonrió señalando los zapatos. —¿Qué te parecen?

—No están mal, pero prefiero unas converse.

La verdad que les quedaban muy bien, pero donde estuvieran unos zapatos cómodos que se quitara el resto.

—Me los llevo. —pronunció contenta.

Se levantó y empezó a andar con ellos súper feliz y sonriendo. Ella estaba feliz y se estaba divirtiendo muchísimo,.yo me moría de ganas de llegar a casa y tirarme en la cama.

No sé como llegué a dejarme convencer por Seokjin para venir a comprar trapitos con esta tía para una estúpida cena entre nuestras familias a la que yo no quería ir. También era un castigo de mi madre por saltarme un par de clases.

—Haz lo que quieras. —comenté. Ella se dio la vuelta, dejándome ver una bonitas bragas rosas de encaje, para recoger una blusa del suelo y probársela como por tercera vez.

Mientras Jiho seguía probándose ropa y zapatos yo estaba sentada en el sillón, en ropa interior, y mirando al techo mientras hacía pompas con mi saliva.

Por el rabillo del ojo vi como Jiho se daba la vuelta, para enseñarme por tercera vez la misma blusa.

—¡Qué asco! —gritó al ver como hacía la pompa con saliva.

Dejé escapar otro suspiro.

—Que sí, tía. Si soy una guarra. No sé para que me invitas a venir de compras contigo si sabes lo cerda que soy.

—Eres la única que ha querido venir. —comentó cruzándose de brazos y mirando hacía otro lado.

Estaba intentado parecer débil y adorable pero a mí me pareció ridícula al llevar solo una blusa, unas bragas y unos tacones más altos que un rascacielos.

Tal vez su futuro era ser equilibrista.

—Por qué no me extraña... —rodé los ojos.

—¿Has dicho algo? —preguntó como si no lo hubiera escuchado.

Me levanté del sillón y me puse enfrente de ella. Yo también debía estar ridícula con mis bragas de ositos y mi sujetador de flores.

Porque hortera se nace, no se hace.

—Yo digo muchas cosas, Jiho. Y tú haces como que no escuchas ninguna. Por eso todavía no me has matado.

—No sé a qué te refieres.

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