d i e c i o c h o

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Me encontraba sentada en el sofá, mientras Seokjin, que estaba sentado a mi lado, trabajaba en unos papeles de su empresa. Había conseguido formar una empresa de la nada y sin ayuda de mi padre o cualquier otra persona. Cuando yo me fui Jin solo estaba en la universidad y ahora era un abogado exitoso dueño de un bufete. Estaba orgullosa de él.

Empezó a cantar una canción que no había oído nunca. Su voz era preciosa y en unos segundos me tenía escuchándolo atentamente y con toda mi atención en una sola cosa –algo que no solía pasar muy a menudo –. Su voz era realmente cautivadora y calmante. Me estaba llegando tanto que me empezaron a picar los ojos. Llevaba años sin escucharlo cantar y lo había echado de menos.

Paró un momento para mirarme con una sonrisa.

—¿Puedes ir al despacho de papá y llamarlo, por favor?

—Claro.

Me levanté del sofá y corrí hasta el despacho de papá. Me quedé quieta en la puerta justo antes de llamar al escuchar a mamá gritar. ¿Es que no iban a parar de discutir nunca? ¿Esta mujer no podía dejar una convivencia tranquila? Llamé a la puerta y la abrí, sin esperar a que me diera permiso para entrar. Papá estaba sentado en su silla y mamá de pie, con las manos alzadas, señal de que estaba dispuesta a seguir gritando.

—Seokjin te está buscando. —me limité a decir mirando a mi padre. No quería mirarle a la cara a mi madre, no me apetecía.

Asintió lentamente y se levantó, dejándonos a mamá y a mí solas. Mal.

—Hyosun, ¿por qué...?

—No. —la interrumpí. —No quiero discutir, por favor. La única forma en la que no discutimos es cuando ambas estamos calladas.

Sabía perfectamente que iba a preguntarme por el chico de pelo verde que me recogió en casa de Taehyung y no tenía ganas de empezar una discusión sobre eso.

—Iré a prepararme un té, en ese caso. Pero cuando estés dispuesta a ser una persona adulta y disculparte por haberme humillado delante de toda esa gente por hacer aparecer a ese chico de los suburbios me avisas.

¿Ella oía las palabras que salían de su boca?

Salió de la habitación haciendo ruido, a posta, con sus tacones de aguja.

La silla de papá parecía cómoda y el ordenador que había en su escritorio era el mejor de la casa. Seguro que no le importaría que usara su ordenador ni tampoco su silla, así que senté y afirmé mis dudas. La silla era la más cómoda en la que había sentado a mi culo. De verdad que quería usar su ordenador pero el primer cajón de la derecha de su escritorio me estaba llamando. Cuando estaba pensando en si husmear en los cajones o limitarme al ordenador el corazón me empezó a latir demasiado rápido. Me había acelerado y estaba sentada en una silla, no había corrido ni realizado nada que tuviera a mi corazón así. Eso era una señal de que debería hacerlo, ¿no?

Acerqué mi mano para abrir el cajón. Se me disparó el pulso. Sólo había papeles. Fijé mi vista en los primeros que había, unidos por un clip.

La respiración se me cortó.

PAPELES DE ADOPCIÓN.

¿Qué?

Seguí leyendo y lo que vi me dejó sin siquiera poder moverme ni respirar. Hubo un cortocircuito en mi cerebro.

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