Capítulo 29.

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Mi cama me llamaba, así que me tiro sobre ella. Me había topado a mi hermano y a dos de sus amigos abajo pero no les di tiempo a verme bien porque subí corriendo las escaleras. Genial, justo el día que vengo hecha un mar de lágrimas, todos me ven.

No he salido de mi habitación en toda la tarde, he cerrado las ventanas y las cortinas, ni siquiera me he quitado la ropa y así me escondo bajo el edredón. La cabeza me duele de llorar y pensar qué fue lo que cambió de ayer a hoy. Por qué Harry tomó esa decisión.

Como no he querido bajar a cenar, escucho como la puerta de mi habitación se abre. Aprieto los ojos y tomo con fuerza las cobijas.

Una mano se posa dulcemente en mi brazo y yo sollozo. Es mi madre. Acaricia gentilmente mientras yo continuo llorando. En un momento luego de varios minutos de la presencia de mi madre, me enderezo. Veo que me ha traído la cena y ha dejado el plato en mi buró. No ha encendido el foco, solo la luz del pasillo y una lámpara en mi cuarto que alumbra tenue la habitación.

Ella me sonríe con melancolía y acaricia mi cabello.

-¿Así se siente?- le pregunto. -¿Un corazón roto se siente así?- lloro de nuevo. -Duele mucho.

Mi madre hace una mueca y me toma en sus brazos, yo lloro en su hombro mientras ella trata de calmarme acariciando mi espalda. Nos quedamos así por largos minutos.

-No sé qué pasó. Pero estas cosas suceden a veces, la vida es así, no puedes vivir sin sufrir un poco. Aunque parezca difícil siempre nos llevamos un aprendizaje. Tu corazón está pasando por mucho en este momento, debes aprender a sobrellevarlo, lo único que lo puede curar es el tiempo. Sé que suena más fácil de lo que es, pero ya verás que es una etapa, y todas las etapas se acaban.- mamá me sonríe con ternura. No sé muy bien qué pensar, quiero tanto a Harry, y me duele tanto que haya hecho esto.

Tengo suerte que mañana sea sábado, no les digo nada a Ian y a Alice. De todas formas, se hicieron sus amigos, y aunque Harry y yo ya no estemos juntos por decisión de Harry, no significa que ellos también deban dejar de ser sus amigos.

Mi Sábado y mi Domingo son iguales, me quedo en mi habitación escondida en mi cama, llorando, a penas y bebo un vaso de agua. Dios, estoy hecha un desastre. Mi teléfono está apagado desde que se le acabó la pila y no me he molestado en cargarlo. No quiero que llegue el lunes, no quiero ir a la escuela, no quiero salir de mi cama, ni de mi habitación. Mi rostro está seguramente hinchado, y mis ojos rojos, además estoy muy débil, no podré soportarlo.

—¡Arriba perezosa! Mamá y papá te dejaron encargada conmigo, así que levantate y metete a la ducha que apestas.—gruño ante la voz de mi hermano y cubro mi cabeza con las cobijas.

—Conmigo no funciona. Arriba ahora.— corre las cortinas dejando que un poco de luz se filtre, aunque no parece que haya sol.

Tira de mis cobijas hasta que me las quita de encima.

—Por Dios, ni siquiera te has cambiado. Levántate, se hará tarde.

—No quiero.— logro murmurar.

—No he preguntado. Voy a tener listo el desayuno y si regreso y no te has duchado te irá mal.— y con eso, sale de mi habitación.

Resignada, me levanto. Paso frente al espejo para verme. Estoy horroroza, mi cabello tiene nudos, mi rostro y mis ojos rojos e hinchados. Con los pies arrastrándose por toda mi alfombra, llego al baño y me deshago de mi ropa. Abro la llave y sin procurar que esté tibia, me meto. Inevitablemente el agua de la regadera se mezcla con las lágrimas que he empezado a derramar.

M U T E |H.S.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora