Capítulo 1.

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Es tarde, ridículamente tarde. 

¿Por qué mi despertador no sonó? ¿Por qué se fueron todos sin haber procurado despertarme? Mi hermano ya está en la Universidad, papá estaría probablemente yendo a dejar a mamá a su trabajo para después él ir al suyo. Mientras tanto yo estoy con el cabello enredado, un calcetín azul y uno gris, con restos de mi propia saliva en mis mejillas, y no puedo encontrar mi maldito zapato ¿Dónde dejé mi mochila? Finalmente rebuscando debajo de mi cama lo encuentro, observo el reloj, los números en color rojo me gritan que voy asquerosamente tarde, de nuevo.

Maldigo los Lunes.

Corro al baño y dejo la llave abierta mientras recojo mi desordenado cabello en un moño alto, haciendo un esfuerzo sobrehumano por que no se note que no lo he peinado. Cuando el lavabo está lo suficiente lleno de agua, meto la cara y tallo con fuerza. No pienso ir a la escuela con baba en el rostro. Me seco con una toalla y dejo que el agua se vaya. Procuro tomar mi mochila y ponerla sobre mi hombro antes de salir corriendo de mi habitación, bajo las escaleras volando, literalmente. Cierro la puerta de entrada y corro por la acera, tomar el autobús sería una pérdida de tiempo, y estaba segura que llegaría más rápido si tan solo corría.

Deteniéndome antes de cruzar una calle, aprovecho para recobrar un poco el aliento, hasta que me doy cuenta que no había tomado las llaves del cuadro colgado en la entrada. Quiero darme una palmada en el rostro, eso significaba que debía esperar a que alguien llegara a casa para poder entrar ¿Iba a ser ese mi peor día? Suspiro de cansancio y continuo caminando, de todas formas, ya es tarde y no alcanzo a entrar a la primera clase. 

Agotada, me adentro silenciosa al establecimiento. Los pasillos yacen vacíos, todos están en sus clases. Me acerco a mi casillero para mirar mi horario, saco los libros de la segunda clase y los meto a mi mochila, junto a los lápices, plumas y borradores. Con más calma, me dirijo al baño, ya que tenía al menos 28 minutos hasta que la primera clase terminara podía intentar arreglar mi cabello. 

Gracias a lo precavida que he sido siempre, tengo un cepillo para el cabello, un cepillo de dientes, algunas ligas y una pequeña bolsita de maquillaje de emergencia, era sobre todo para cuando Alice tenía un grano.

Con todo eso, pude desenredar mi cabello y lo hice una trenza de lado. Nota mental: Recortar un poco mi cabello, por lo menos abajo de los hombros. Con el poco maquillaje que me permitía y las ojeras que me cargaba, pude solucionarlo agregando un poco de base y polvo, ni siquiera delineé mis ojos, no tengo humor y con mi mal pulso, seguramente terminaría con una raya que cubriera mi párpado entero, no solo la línea de mis pestañas. Una capa de máscara y me veía bastante decente, natural, pero decente. Al menos ya no parecía que acababa de despertar.

Con la mitad de mis problemas solucionados, divagué entre dar un recorrido turístico por la escuela que me conocía de memoria, o quedarme quieta en algún sitio.

— ¿Señorita Morris?

Ya antes había preguntado a los cielos si acaso ese sería mi peor día, allí estaba mi posible respuesta. Aquella, dulce voz de la querida y aclamada Directora Sullivan, sí, como el monstruo de la película infantil. 

Queriendo que la tierra me trague y me escupa en una isla paradisiaca junto a Chris Evans en bañador -o sin el-, me doy vuelta en ese instante para saludar a la directora y probablemente explicarle mi razón para vagar por los pasillos en lugar de estar en clase. Me giro lentamente, encontrándome con la expresión interrogativa de la directora, trato de sonreír inocentemente. Atrapada.

— Buenos días, señora Sullivan.

Todas las mañanas es extraño decir eso, es como si presintiera que en cualquier momento alguien saldrá corriendo y gritará 33-12, tenemos un 33-12

M U T E |H.S.|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora