Días después.
—Sigo muy enojada Geoffrey. No puedo creer que me hayas echado así ese día, y hayas preferido a esa tipeja que sabrá Dios quién es.
Royce la oyó decir esas cosas, más no le estaba prestando la atención que ella deseaba.
—Pero eso ya no importa bebé. Entiendo que necesitabas a alguien que se encargara del aseo de tu casa y acudiste a ella —Beatríz sonrió forzadamente y extendió una copa de whisky hacia él—. Hey, ¿me estás escuchando?
No, la verdad que no. Desde el día que sucedió todo lo relacionado con la morena no ha podido dormir por las noches, era como una jodida pesadilla el hecho de haberla dejado en ese hospital a la suerte de los médicos.
¿Y qué podías hacer tú? ¿No te das cuenta que ella te retuvo por varios días? protestó su subconsciente.
—¡Estoy harta! —chilló Beatríz ofendida y muy, muy molesta— siento que ya no soy prioridad para ti. ¡Te he dicho que he tenido mucha comezón y no me prestas atención!
—No... digo, si te he escuchado y esa comezón ha de ser por el perfume.
—Lo más probable —hizo un puchero—. Es original de París y siento que debo demandar a la empresa que me lo vendió. Jodida comezón —se rascó el cuello y luego los brazos.
—Siento interrumpir —una castaña se asomó en la puerta— pero ya se ha acabado el descanso y debes volver a grabación.
—Ve tranquilo, cielo. Yo me iré pero en cuanto llegues a casa, avísame.
—Lo haré —le dio un beso rápido—. Cuídate.
Se adentró al pequeño cuarto rodeado de audífonos y micrófonos, para minutos después comenzar.
Cualquiera diría que lo que le sucedió hace días ya estaba dado por superado, que ya no le daba pánico volver a casa pero su realidad era que al entrar a la misma sentía un vacío muy extraño. Por más acompañado que estuviese con Beatríz (quien a veces pasaba la noche en su cama), sentía que le hacía falta algo más.
La imagen de la chica que apareció aquel día en el estacionamiento obligándolo a subir a su propio auto, libre y decidida, lo desconcentraron de a momentos y debió volver a entonar la letra de su canción.
—¡Stop! —gritó alguien al otro lado del cristal— lo estás haciendo fatal, hombre. Bebe agua, no sé u otro trago de whisky pero debes mejorar los tonos altos.
Una chica se adentró al pequeño espacio y negó reiteradas veces al tenerlo al frente.
—¿Qué te sucede?
—Nada.
—¿Cómo que nada? Royce, sé que únicamente soy tu representante en este nuevo proyecto pero debes esforzarte porque todo salga a la perfección o perderemos mucho más de lo que hemos aportado.
—No sucede nada. ¿Puedo continuar? Gracias —pidió serio, y al darse cuenta de cómo le habló, añadió—: lo siento. Mi mente está muy lejos del estudio y...
—Beatríz me comentó lo de una mujer que encontró en tu casa hace poco. Lo que menos queremos ahorita es un escándalo, así que, por favor, si estás así por esa chica es mejor que vayas aclarándote ¿de acuerdo? —apoyó ambas manos en su cintura—. Nos tomaremos el día y dentro de tres más volveremos a intentarlo.
Al despedirse de todos en el estudio salió del edificio y se dirigió a su auto. Tras debatir si estaría bien o mal, se decidió y encendió el motor.
—Buenas tardes, señorita —sonrió la enfermera cuando entró a la habitación con un envase lleno de sopa y un vaso con jugo de durazno—. Sin conocerte siento mucho que estés en esa situación. Eres muy joven, y hasta podrías ser mi hija, esa razón me hace pasitas el corazón.
Alice desvió su mirada hacia la señora.
—Aún no podemos creer que hayan pasado tantos días y nadie se haya comunicado con nosotros para saber algo relacionado a ti. ¿Pero sabes? Confío en Dios y sé que pronto alguien vendrá por ti —arrastró una silla y la ocupó a escasos centímetros—. ¿Cómo te sientes?
Desde el día que Alice despertó los médicos y enfermeras esperaban algún otro avance que involucre escuchar la voz de la chica, poderse comunicar con ella sin necesidad de recibir sólo dos parpadeos.
—Siento que estoy tratando con una chiquilla a la que hay que darle de comer, asearla, ¿pero sabes? Llevo diez años haciendo lo mismo con diferentes pacientes —rió cálidamente—. Siempre me encariño con los pacientes, y tú no serás la excepción. Mucha charla, ahora a comer... y lo sé, no vayas a odiarme pero la sopa no tiene ni una pizca de sal.
El proceso de alimentación era algo lento pero una vez que acabó procedió a cambiarle la bata que la mayoría de los pacientes odiaban. La terapia de veinte minutos comenzó; y la mujer se encargó de darle movimientos en las extremidades inferiores como superiores.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
—Hace, hace unos días ingresó una chica acá.
—Con esa explicación no puedo ayudarle, señor. Aquí entran muchas chicas, muchísimas.
—Creo que ingresó debido a un accidente automovilístico.
—Soy nueva en este puesto, pero déjame chequear los datos que la hermana superior registró de hace unos días.
La espera se llevó alrededor de unos quince minutos y él concluyó que la señora no sabía cómo utilizar un computador.
—No hay registros, al parecer... oh, sí. Milagros.
—¿Milagros?
—La chica entró sin identidad alguna y hasta los momentos no la han reportado —suspiró—. Por lo que la apodamos así ya que es un milagro que esté viva. Gracias a Dios. Un momento... ¿es usted familiar? Lo hemos estado esperando por días, ¡hasta que por fin! Sígame, lo llevaré con ella. ¿Qué parentesco tienen?
—No, yo...
—Es su pareja —afirmó—. Gracias Dios.
Juntó sus manos e hizo una reverencia hacia una imagen religiosa que reposaba en una pared.
Lo tomó del antebrazo guiándolo a un pasillo. La mujer caminaba muy derecha, con la cabeza alta y le sonrió a un par de enfermeros que conversaban en una esquina.
A lo mejor ni se trataba de la misma mujer. Quizás cuando despertó los médicos decidieron llamar a las autoridades y ahora está en prisión, y él ahí, jugando con fuego de ser acusado como cómplice.
—Entiendo que esté nervioso y tal vez le sorprenda la condición en la que vaya a ver a su pareja pero le repito: es un milagro que esté viva.
La señora giró una manilla y en cuestión de segundos entraron a una pequeña habitación.
—Siento interrumpir con la terapia de la paciente, pero su pareja ha dado con ella y ahora está aquí —explicó con una sonrisa.
La morena desvío su mirada y al verle el rostro agrandó sus ojos.