Alice se encontraba muy dolorida y mentiría si negaba el malestar que tenía. Una vez que anocheció decidió ponerle las esposas nuevamente al llorón, así decidió bautizarlo.
Eran alrededor de las ocho cuando pensó que dejarlo en el sofá viendo televisión mientras ella se dedicaba a conocer las habitaciones era buena idea. Subió cuidadosamente las escaleras, intentando no apoyar de a mucho su pierna herida y entró en la primera. Era inmensa, era incluso más grande que el asqueroso almacén donde dormía noches atrás. Inhaló el olor a perfume de caballero y sonrió con malicia cuando descubrió que era la habitación del chico. Se dedicó a observar las fotografías que reposaban sobre una pequeña biblioteca y se perdió en ellas varios minutos. Ese tema de las fotografías familiares la ponían muy sensible.
Su rato de silencio fue interrumpido cuando el sonido del teléfono de la habitación resonó. Suspiró y alcanzó el mismo para luego desconectar los cables. No podía permitir que él recibiera visitas, ni mucho menos llamadas en las cuales podía delatarla.
Se sentó en la orilla de la cama y fijó su vista en la fotografía de una bebé.
—Mi amor... —susurró— a mi también me encantaría tener un recuerdo tuyo así como este hombre tiene a esa pequeña. Si tan sólo supiera dónde estás, quiénes te tienen, todo sería diferente —llevó su mano hasta la cadena que colgaba en su cuello y acarició el dije.
Cerró fuertemente los ojos y se mantuvo así un par de minutos, pero el recuerdo de ese día la hicieron alejar el rostro de una bebé de sus pensamientos.
—Mamá, sé que has de estar muy avergonzada de mi, de lo que soy hoy en día —las lágrimas bajaron por sus mejillas. Desordenó su cabello frustrada, enojada y decepcionada con ella misma.
Se dirigió al baño, observó todo y abrió la ducha; justo lo que necesitaba. Comenzó a bajar su pantalón cuando Royce decidió que era momento de subir y asegurarse de que esa mujer no estaba haciendo algo que lo implicara a él. El hombre entreabrió sus labios con la intención de decir algo pero ninguna palabra salió cuando lo siguiente que vio fue un sujetador sobre la alfombra y a una desconocida entrando a su ducha.
Alice tardó más de treinta minutos en la bañera, lo suficiente para relajarse al menos por esa noche y lo necesario para darse cuenta que necesitaba atención inmediata en su pierna. Luego de vestirse con una prenda femenina que por suerte consiguió en el armario, bajó a la sala encontrándose a Royce dormido en el sofá.
—Lástima que sólo seas una cara bonita, porque de hombre no tienes nada. Eres muy llorón.
Ocupó un sofá, acomodó la pierna sobre el respaldo y las horas sin dormir pasaron factura ya que en cuestión de minutos se quedó dormida.
Una chica de contextura delgada se encontraba sobre una de las sillas del parque. Sus lágrimas salían sin cesar y su cuerpo se movía bruscamente debido a los sollozos.
No tenía nada, no tenía a nadie y se sentía perdida en medio de la noche. Perdió a las dos personas que más amaba en un solo día. ¿Cómo es posible que la vida le diera pruebas como esas?
—Hey reina —alzó la mirada encontrándose con un tipo robusto, con barba y sonrisa espantosa—. ¿Si te han dicho que una diosa como tú no puede estar a esta hora de la noche en un lugar tan, pero tan grande y solo como este?
—Déjame en paz. No quiero hablar con nadie —cubrió su rostro.
—No... —rió— mis amigos y yo estamos muy, muy solos y aburridos...
Lo siguiente pasó muy rápido; cinco hombres salieron de entre los árboles y la chica sintió mucho pánico al ver sus rostros. El primer hombre tomó la iniciativa y desabrochó con una mano su pantalón mientras la otra rozaba las piernas de la chica, asqueándola y haciéndola temblar.
—No por favor... Déjame ir... No me toques...
—Shh mi amor. Aquí el que ordena soy yo. Hoy conocerás a tu nuevo jefe, princesa.
—¡No! ¡Suéltame por favor! ¡No me toques!
Alice se removió incómoda en el sofá, su frente tenía varias gotas de sudor y sus labios lucían pálidos y resecos. Jadeaba mientras agitaba sus manos y decía cosas que Royce no logró entender. Él la observaba debatiendo la idea de despertarla, llamar a la policía o irse de allí.
—No por favor, no me toques. Suéltame, por favor...
Geoffrey vio las esposas que rato antes pudo quitarse ya que por suerte guardaba las llaves en un cajón, y nuevamente debatió si ponérselas.
—Hey despierta. Hey... —la movió lentamente.
La morena abrió los ojos sintiendo un poco de tranquilidad al ver que ese hombre no estaba. Pero se sintió igual de intranquila cuando vio que el chico al que había raptado en su propia casa la apuntaba con el arma.