«No estaré esta semana en la ciudad. Tengo asuntos pendientes con lo de la custodia, por lo que ahora será todo tuyo el problema de la chica.»
Leyó el mensaje que le dejó Erika y en vez de responder guardó el móvil. Se encontraba en el estudio aun cuando ya había terminado lo pautado para esa mañana.
—¡Recuerda apuntar las nuevas ideas Geoffrey! —gritó uno de sus compañeros.
En el camino hacia los condominios pensó en qué situación encontraría a la mujer. Abrió con la copia que le dejó su amiga y se adentró.
Todo lucía tranquilo y en silencio.
Se dirigió a la habitación donde encontró a Alice en el piso recostada a la cama. Los ojos de la morena estaban llenos de lágrimas y lucía perturbada. Se mecía de un lado a otro dándose calor a sí misma que no notó la presencia de él.
—Hola —optó por saludar y frunció el ceño a ver su estado—. ¿Te sientes mal? ¿Por qué, por qué estás allí?
—Intenté pararme y caí —respondió cabizbaja y aún muy confundida.
—¿Por eso llorabas?
La morena negó.
—Tuve una pesadilla —inhaló profundo y parpadeó varias veces.
—Te ayudo a ponerte de pie.
La ayudó a sentarse en la silla segundos después y ocupó un lado sobre el colchón.
—¿Dónde está la otra chica? —preguntó con una sonrisa a medias y se obligó a secar sus lágrimas—. Es muy linda, y buena. El otro día conversamos, y me contó que tiene un hijo, también llegó a hablarme sobre —lo miró—, sobre nosotros. Tuvimos una relación muy bonita y con mucha adrenalina.
Geoffrey tragó gordo. ¿Por qué Erika dijo eso?
—Nos gustaba mucho ir a manejar bici, ¡también adoras el paracaidismo y caída libre! —espetó con entusiasmo—. Lo que no me dijo fue porqué cortamos la relación. ¿Puedes decírmelo tú?
Carraspeó nervioso.
Las mentiras no se le daban muy bien, y también sintió una pizca de lástima al escucharla hablar de esa manera. Lucía entusiasmada.
—Éramos... éramos muy distintos.
—Oh, entiendo —se sintió cohibida.
—¿Sobre qué fue tu pesadilla?
La chica retrocedió la silla de ruedas y desvió sus pensamientos a lo que soñó en el transcurso de la madrugada.
—Es muy vergonzoso —admitió—. Un hombre abusaba de mí y, me decía cosas espantosas. Se sintió tan real...
Él asintió comprendiendo la situación. No era primera vez que ella tenía pesadillas. Recordó cuando estaban en su casa los primeros días, y la despertó en media de una.
—Pero fue eso: una pesadilla. Y estoy bien, estaré bien —sonrió—. Me dijo la chica que mañana es tu cumpleaños número treinta. ¿Planeas algo?
(...)
—¡Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, que los cumplas felices...!
Cantaron las tres mujeres que se encontraban en su casa: su prometida, madre y hermana. Shanelli fue la primera en acercarse a la cama, como si temiera que despertara una bestia y sonrió maliciosa cuando quitó la sábana que cubría a su hermano.