Beatríz se encontraba impaciente en la sala de su departamento. Tenía sobre el sofá la prueba, ni siquiera se atrevía a observar la misma debido a los nervios. No podía permitirse estar en una situación así ahora, no cuando nuevos proyectos se aproximaban y con Geoffrey en una muy buena etapa de su carrera.
Dio un salto cuando escuchó el timbre, tragó saliva y se dirigió como un saltamontes a la puerta.
—Disculpa la tardanza, había mucho tráfico —se excusó su pareja.
—Tu tardanza es lo de menos, amorcito. Lo que importa ahora es lo que señala esa prueba —miró la misma—. No soy capaz de ver el resultado.
—Salgamos de dudas —respondió dirigiéndose al sofá donde se sentó para después, lentamente, alzar la prueba y observar el resultado.
(...)
—Los resultados de la paciente son muy alentadores. Ya no hay riesgos mayores, finalmente podemos decir que lo peor pasó y ahora lo único que queda es la recuperación.
—Gracias a Dios. Eres una joven muy fuerte.
—¿No se ha comunicado el chico que la visitó hace poco?
La señora suspiró, y negó.
—No, doctor. He chequeado el registro de visitas y ese chico no dejó algún contacto para informarle acerca del alta de la chica. Ya que ha terminado el proceso de exámenes, no podemos dejarla acá por mucho más tiempo, el seguro seguirá corriendo y...
—Sol, por favor infórmale a la chica de recepción. Tienes razón con eso del seguro médico —suspiró— y no podemos permitir que eso suceda o se las verá fuerte para cancelar la deuda. Creo que, si avisamos a las autoridades, solucionaremos su problema.
—Tiene razón, doctor. ¿Se da cuenta? Después de todo, nadie levantó investigación sobre su accidente. Han pasado muchos días, pero es correcto hacerlo.
Pasado cinco días desde su visita al hospital, Geoffrey no había parado de preguntarse si era buena idea volver o no. Después de todo, ahora tenía nuevas prioridades y entre ellas está Beatríz y su nueva idea de adelantar la boda.
—Bebé.
Escuchó a su prometida llamarlo pero no le prestó atención y siguió en su rollo mental.
—¿Royce? —acomodó la sábana alrededor de su cuerpo y se sentó dejando al descubierto su pálida espalda—. Parece que no estás contento. ¿O me equivoco?
Sonrió forzadamente.
—Lo estoy. Estoy muy... muy contento.
—Qué bueno porque tengo muchísimas ideas. ¿Gustas escuchar alguna?
Acarició la pierna de su prometido.
(...)
Las imágenes en su mente no eran del todo claras. Dos personas caminaban mientras llevaban de la mano a una niña muy sonriente.
Una recién nacida llorando a todo pulmón.
Dos hombres, uno de ellos con mirada muy frívola, observándola fijamente.
A una mujer corriendo en medio de árboles, desesperada y dolorida.
Un hombre de facciones suaves, mirándola con temor y diciéndole cosas que no logró procesar. Lucía una barba de pocos días, labios rellenos, y lo último que logró ver fue una sonrisa en el rostro de ese chico.
—Él... —pronunció apenas audible, captando la atención de una enfermera.
Sintió su garganta reseca.
—Has dicho algo —la enfermera se veía estar muy feliz de haberla escuchado—. Llamaré al doctor.
—Te... tengo sed.
—Regreso en unos minutos.
Quedó a solas en la habitación. Llevó una mano a su cabeza que dolía severamente e hizo una mueca de dolor al sentir un ardor en su muñeca. Una intravenosa.
—Buenos días —saludó el doctor al entrar a la habitación.
—¿Puede beber agua, doctor? Me ha dicho que tiene sed —intervino la enfermera.
Alice desvió la mirada desde el doctor hacia la enfermera.
—¿Cuál es su nombre?
Los tres se dirigían hacia lo que parecía ser un fin de semana familiar. Sus padres conversaban sobre lo primero que harían al llegar a la casa que alquilaron, mientras ella sonreía y miraba todo a través de la ventana.
Era una chica feliz a sus diez años. Tenía a sus padres junto a ella, unos tíos maravillosos que la adoraban y visitaban de vez en cuando, un par de loros y muchos sueños que cumplir más adelante.
—Alice, hija, ¿y a ti que te gustaría almorzar el día de hoy?
Miró a su mamá a través del retrovisor.
Alice.
Alice.
Alice.
Entreabrió los labios para decir algo pero no mencionó nada. Le costaba mucho hablar por el ardor que sentía en la garganta y, además, no es como si supiera quién era en realidad.
—A... Alice.
—Alice —sonrió la enfermera— ¿recuerda qué sucedió antes de que llegaras aquí?
La morena intentó llegar más allá, recordar el motivo por el cual llegó a ese hospital pero tanto esfuerzo era en vano.
—De acuerdo, no te forjes tratando de pensar el porqué. Dime algo Alice, ¿Podrías decirme el nombre de algún pariente?
El doctor miró a la enfermera dándole a entender que no intervenga y volvió su vista hasta la chica que cerró los ojos. Cuando finalmente los abrió, hizo una mueca de dolor y suspiró antes de hablar.
—Mis padres, y... también a él...
—De acuerdo. Tus padres, ¿sabes dónde podemos localizarlos?
—No... no sé cómo se llaman —descansó unos segundos y continuó—. No sé dónde localizarlos.
—Y cuando dijiste también a él ¿a quién te referías?
—Al chico que estuvo aquí hace poco.