Se llevó una sorpresa al entrar a casa; su madre se encontraba en la mesa del comedor degustando un trozo de torta rellena de chocolate. Colgó su llave en el llavero, y luego de quitarse la chaqueta se acercó a su progenitora con el ceño fruncido.
—Al menos finge que te alegra verme por aquí, hijo.
—No —soltó de repente—. Quiero decir, claro que me sorprende sólo que no avisaste que tomarías un vuelo tan pronto —explicó y besó la frente de su madre cálidamente.
—No todo es obra mía, eh. Vine porque Beatríz nos invitó para la cena que han organizado.
—¿Nos? ¿De qué cena hablas?
Se sentía perdido. Todo lo sucedido anteriormente lo tenía agotado. Pensó que llegaría directo a la ducha y después a la cama pero se equivocó.
—¡Hijo!
Giró para encontrar a su padre bajando las escaleras con una enorme sonrisa. Hace meses no lo veía.
—Papá —correspondió al abrazo que su padre le ofreció y palmeó su espalda suavemente—. Qué gusto que estén aquí pero sigo sin entender.
—¡Hola suegros! —Beatríz entró a la casa sosteniendo varias bolsas de tiendas muy reconocidas. Saludó a ambos, y luego dejó un rápido beso sobre los labios de Geoffrey—. ¿Dónde están mis cuñados?
—Han salido al súper-mercado.
—Bien, llevaré esto a la habitación entonces —forzó una sonrisa.
—Te ayudo —ofreció él y cogió algunas bolsas.
Se dirigieron a la habitación donde al entrar ambos soltaron todas las compras de la chica sobre la cama. Él llevó ambas manos a la cintura y con una sola mirada le pidió explicación.
—No me mires así, amor. Invité a tu familia porque pasado mañana será tu cumpleaños y ¿qué mejor momento para decirles que nos casaremos en siete meses? —jugó con el cuello de su camisa, hablándole muy de cerca—. Vengo de hablar con el chico que se encargará de organizarlo todo, y ha aprobado mis ideas.
—No puedes tomar decisiones sin antes consultarmelo. Todos estos días estaré muy, muy... —pensó en qué excusa decir para librarse de ella y atender el otro asunto donde se ha implicado—estaré muy ocupado. Ya sabes, cosas laborales.
—Hmm... ¿Por qué será que no te creo?
—Debes hacerlo.
La siguió con la mirada hasta verla sacar todas las cosas que compró.
—Aunque ya que he planeado todo para tu cumpleaños pienso que es muy tarde para darles la otra noticia.
—Quedamos que lo haríamos públicamente después de asistir a la consulta.
Suspiró.
—Sé en lo que hemos quedado pero se trata de tu familia, y eso cielo, no puede esperar.
El teléfono de Geoffrey vibró en el bolsillo de su pantalón, lo sacó y leyó el nombre de su amiga seguido del mensaje.
«He hecho lo que me pediste. He llevado a la chica al condominio pero déjame decirte que, no está del todo bien como para valerse sola. Aún siente dolores según lo que me ha dicho.»
—Ojalá me prestaras la misma atención que le das al móvil —eliminó rápidamente el mensaje cuando escuchó a su mujer.
—No es nada. ¿Bajamos?
—Vamos.
(...)
Alice se encontraba sobre el sofá, con su mirada fija en cualquier parte del pequeño apartamento. Esperaba impaciente que alguien más entrara o los nervios le jugarían otra mala broma. No entendía porqué de pronto su ex pareja la sacó de esa manera del hospital, porqué se encontraba en ese apartamento completamente sola y no soportaba el dolor en sus extremidades. Más de una vez intentó ponerse de pie por si sola, y en todas soltó quejidos.
—Hola nuevamente —saludó Erika al volver—. ¿Estás bien? —se preocupó al ver su expresión de dolor.
—Sí. Solo intenté pararme de aquí... Pero dolió.
—Ya. Él me ha pedido traerte esto. Te será de mucha ayuda —arrastró una silla de ruedas que la morena miró con sorpresa.
—¿Tendré que usar eso, en serio?
—Eso creo. También he traído unos medicamentos que te ayudarán a manejar el dolor, y antiflamatorios.
—¿Por qué lo hace?
—¿Hacer que?
—Nosotros. Hemos terminado, o eso me han dicho mientras estuve hospitalizada. No tengo ningún recuerdo con él —frotó su rostro—. O sea, si lo hago pero de nosotros juntos... Todo está en blanco.
—Debes tener paciencia —fue lo único que dijo.
Alice asintió resignada. Debía esperar verlo nuevamente para pedirle explicaciones.
Erika no sólo le entregó la silla, sino también un par de conjuntos para vestir y una bolsa con comida xpress. Sólo seguía las órdenes de su amigo.
Ayudó a la mujer a sentarse sobre la silla, y estando detrás para moverla observó su tatuaje. El simple hecho de mirar aquella B le pusieron los pelos de punta.
—Te decía que muero por ver a mis padres —habló Alice, apoyando sus manos sobre las ruedas.
—¿Qué recuerdas de ellos?
—La verdad no mucho. He tenido un sólo recuerdo de ellos y es de nosotros tres yendo a un paseo familiar.
Asintió sin preguntar nada más.