Tocó varias veces el timbre del apartamento y seguido desordenó su cabello con frustración. No la veía desde ese día en la farmacia donde estaba en compañía de la morena, y temía que su amiga le reclamase por eso.
Ella era la única que podía escucharlo en ese momento y darle algún consejo que de seguro no tomaría. Cuando estaba dispuesto a dar la vuelta y volver al ascensor, su amiga abrió la puerta luciendo un atuendo bastante hogareño.
—¿Geoffrey? —su voz salió ronca, confirmándole al chico que la ha despertado—. Disculpa la tardanza. Estaba dormida, y no pensé que vendrias por aquí...
—Siento mucho haberte despertado pero ahora mismo no sé qué hacer y pensé que podrías ayudarme.
—Te noto desesperado. ¿Qué sucede?, y adelante... Puedes sentarte mientras me cambio por algo más —le cedió el paso a su apartamento.
Cinco minutos más tarde la mujer salió vistiendo un mono deportivo al igual que un suéter gris. Se dirigió a la cocina donde sirvió dos tazas de café y volvió con su amigo.
—¿Cómo estás?
Geoffrey la miró y suspiró.
—¿Cómo andas tú y cómo van las cosas con Beatríz? —añadió segundos después.
Entreabrió los labios para comenzar a explicarle las cosas y en ese momento agradeció que el teléfono local sonara. Siguió con la mirada a su amiga hasta verla atender el teléfono y se levantó de inmediato al ver que la misma palideció.
—Erika ¿qué te han dicho? —agarró el aparato y lo dejó a un lado del mesón.
—Es... es mi hijo... —su voz tembló y lágrimas no tardaron en deslizarse por sus mejillas—. Lo han llevado al hospital. Tuvo un accidente en la práctica de fútbol...
—De seguro no es nada alarmante y tu hijo está bien. Debes calmarte ¿si? te llevaré porque así no puedes conducir. Ve por tus cosas.
La mujer no agarró mucho; únicamente su móvil e identificación del niño para después bajar a toda prisa hacia el estacionamiento. La misma maldijo internamente al percatarse de lo lejos que quedaba el lugar donde hacían las prácticas y Royce no se percató la dirección que tomaban y a qué hospital se dirigían hasta que después de casi hora y media detuvo el auto frente al centro médico.
La mujer por los nervios ni esperó por él. Bajó y corrió hacia el interior.
No podía ser casualidad que haya vuelto a ese lugar. Metió sus manos en los bolsillos del pantalón luego de asegurar el auto y caminó a la entrada. Todo se le hacía tan familiar; desde la mujer sentada al otro lado del escritorio usando el computador hasta las puertas de los consultorios.
El médico entró a la habitación sólo para confirmar que su paciente dormía. Minutos antes le habían llamado a las autoridades quienes debían estar por llegar. La morena se removió incómoda y, lentamente abrió los ojos.
—¿Cómo se siente? —la voz del médico salió cálida y sonrió al ver que el señor hacía lo mismo.
—Duele un poco la cabeza pero ya ha dicho... que es normal —inhaló e intentó acomodarse.
—No quiero angustiarte pero en unos minutos vendrán algunos comisarios para hacerte una serie de preguntas. Sé que no recuerdas mucho, y es normal en tu caso, pero debes comentarles todo lo que recuerdes ¿si?
Asintió débilmente y juntó sus manos sobre su abdomen. Desde que el doctor salió de la habitación comenzó a contar los segundos para recibir a los comisarios.
La puerta de la habitación se abrió minutos más tarde, y ella ni se inmutó en mirar quién era. Se acostumbró a recibir visitas constantemente de enfermeras y médicos, más ahora que esperaba visita para las preguntas que debían realizarle.
Desvió su vista y al ver de quién se trataba acomodó su posición. Sonrió.
—Has vuelto.