Capítulo 1.

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Honestamente, mi vida es un desastre. Tengo una maraña de cosas en la mente y y siempre olvido todo, soy desorganizada, compulsiva, nunca me quedo callada y por eso siempre traigo problemas. Y sólo tengo diecinueve años, ¿qué puedo decir? 

Todavía recuerdo cómo era de pequeña y lo mucho que he cambiado hasta ahora, era tan tímida y callada, ahora soy todo lo contrario. Pero debo darle créditos a una persona que se encargó para que yo sea quién soy hoy en día. Mi niñez no fue la peor de todos pero tampoco la mejor, mi padre siempre ha sido un hombre repulsivo conmigo, nunca llevamos una buena relación y eso se debe a que soy su única hija de tres hijos. Tal vez quería un tercer niño, pero después llegué y arruiné sus planes.

Pero qué culpa tengo yo de que Dios me haya querido hacer mujer.

Desde pequeña he sido prácticamente su esclava, siempre fue frío conmigo, con mis dos hermanos nunca lo fue. Pero todo cambió cuando fui creciendo y me di cuenta que a pesar de siempre haber sido condescendiente con él no iba a lograr nada; así que, a los catorce, comenzaba a salir con mis amigos a fiestas sin que mi papá o mamá se enteraran, a los quinces o dieciséis comencé a emborracharme y ahí fue cuando los problemas con mi papá surgieron más. Siempre discutíamos, no le agradaba nada de lo que hacía, aunque yo tampoco era un ejemplo de una buena hija, ya que siempre sacaba malas calificaciones, siempre llamaban a mi madre porque le contestaba aun profesor o hacía un desastre en el salón de clases, y eso a mi padre le daba más motivos para desquitar su ira conmigo.

Mamá nunca hacía nada para defenderme, siempre que papá me regañaba o me gritaba, para ella todo era: Tu padre tiene razón, y eso me enfadaba mucho con ella, hasta tal punto que terminé teniéndole una pizca de rencor.

Hasta que llegó un día, el que siempre es el que rebasa los límites y terminas mandando todo a la mierda.

Una semana después de mi graduación en la preparatoria había discutido con mi padre, porque me había ido a una fiesta y él me había dicho una hora exacta de llegada y no llegué a esa hora que dijo. Llegué a casa ebria, muy ebria, y papá me estaba esperando con mamá sentados en el sofá de la sala. Lo primero que hizo fue gritarme y regañarme, porque, él pensaba que además de haber inducido alcohol a mi organismo también introducía drogas, algo que me molestó porque no lo hacía.

Pero... Hay más.

Eso no sólo fue el problema, el problema más grande aún es que –cosa que no recuerdo cómo sucedió – ese día cargaba una camisa muy... Descotada, pero tampoco era una zorra, mi padre me agarró fuertemente por el cabello y me preguntó que si eso que tenía en la parte baja de mi espalda era un tatuaje. Yo estaba completamente confundida hasta que me vi en un espejo y si, efectivamente había un tatuaje, pero era pequeño, muy diminuto. Lo recordé después y le expliqué que me lo había hecho, él se puso como loco a gritarme más fuerte e insultarme, hasta que me dio una cachetada y eso lo último que toleré de Frank Lewenski.

Me fui a esas horas de la madrugada, a las dos, y agarré todas mis cosas y las empaqué en un bolso y me fui, con mi madre rogándome que no lo hiciera, pero estaba borracha y molesta.

No tenía ningún lado adónde ir. Los padres de Peyton eran considerados también mis padres pero no quería molestar, además de que su hija también andaba alcoholizada.

Así que, sin otro lugar que pensar, decidí irme al departamento de mi segundo hermano mayor. Lucas. Él me recibió confundido, pero le expliqué mejor y él lo entendió todo. Viví con él durante varios meses donde tuve que buscar empleo y poder entrar en la universidad.

Durante ese tiempo maduré mucho.

Hasta que después, con el pasar del tiempo, papá ni siquiera preguntaba por mí y mamá siempre lo hacía, pero ya no me importaba.

Mi Amigo con DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora