Epílogo

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Nathaniel y su madre, Nora, se encontraban en el cementerio. Él repudiaba ese lugar porque lo hacía sentir raro, decaído; triste. Y eso a él no le gustaba. Sin embargo, allí se encontraba enterrada su hermana menor, y aunque no era de esas personas que iban muy a menudo a visitar a sus seres queridos al cementerio, cada vez que él iba pasaba una hora hablándole a ella, como si estuviera viva. En ese momento se encontraba con su madre, que estaba acomodando en la lápida las flores que le había comprado.

Nathaniel arqueó una ceja; a él le sorprendió mucho cuando ese día, su madre lo llamó para preguntarle cómo estaba y luego salió la conversación de que era el aniversario número trece de la muerte de su hermana. Su madre lo invitó a él para que fueran juntos al cementerio, pero Nathaniel prefería ir solo para tener más privacidad con su hermana y hablarle sin que nadie lo viera. En ese momento no había nadie en el cementerio, excepto ellos dos.

Nora se sacudió las manos cuando terminó de acomodar el ramo de flores en la lápida. Suspiró y los dos se quedaron en completo silencio, mirando hacia la lápida.

—Feliz cumpleaños, cielo. —susurró Nora.

Era una total desgracia lo que había pasado con su hermana el día de su propio cumpleaños. Él aún no les perdonaba a sus padres lo que había ocurrido ya hace muchos años. Para Nathaniel, Nathalie fue como su mejor amiga, la única chica a quien le tuvo profundo amor y cariño, y cuando ella murió fue como hundirse en un mar de tristeza, para sentirse solo y decaído. Ya se había acostumbrado a no verla y saber que, por más odio que le tuviera a sus padres, ella estaba muerta, pero todavía pensaba en alguna forma que hubiese hecho hacerla feliz el día de sus quince años y prepararle él mismo su fiesta, o haberla detenido cuando ella salió muy enojada de su casa.

Nathaniel siguió callado sin despegar la vista de las letras que formaban el nombre de su hermana en la lápida, con las manos metidas en los bolsillos y un rostro sereno. Era increíble cómo los años fueron pasando rápido, y se imaginó, cómo hubiese sido Nathalie si estuviese viva; hermosa, alegre y positiva.

—Tu padre esta vez sí quiso venir, pero empezó a sentirse mal antes de salir. —dijo su madre, rompiendo el silencio.

Él ya estaba acostumbrado a lo mismo. No a que su padre se encontrara casi todo el tiempo enfermo, sino a no verlo involucrado en algo que tuviera que ver con sus hijos. Ya a Nathaniel le daba igual; si era cierto eso de que antes de salir se sentía mal o si era una excusa para no ir al cementerio.

—Oh. —fue lo único que salió de sus labios.

Estuvieron media hora más allí en el cementerio, hasta que los dos decidieron que eso había sido todo, y se fueron.

Nathaniel condujo hasta la zona donde seguían viviendo su madre y su padre, mientras que Nora le iba contando sobre cómo le había ido en un desfile de moda que había ido en New York. Se despidió de ella cuando la dejó afuera del portón de su casa, y condujo sin rumbo alguno por toda la ciudad. No tenía idea adónde ir, pero no quería llegar a su casa a carcomerse la mente. Todo el tiempo se la pasaba estresado y sin descanso alguno por las noches por estar trabajando en la empresa de su padre; después de tanta negación, se vio en la obligación de tomar su puesto ya que era su único hijo y comenzaba a tener problemas de salud.

Tampoco quería ir a un bar a tomarse algo relajadamente, porque apenas eran las cuatro de la tarde.

La vida de Nathaniel con los años fue cambiando mucho y se convirtió, por así decirlo, en alguien más maduro. Tenía años sin saber lo que era una buena fiesta y una buena borrachera, sin acostarse con mujeres, y hasta sin ver a sus amigos. No le alcanzaba el tiempo para nada y anhelaba unos minutos de su vida de antes. Al principio le echaba —como siempre— toda la culpa a su padre, pero después de que supo cómo manejarlo todo en la empresa, empezó a acostumbrarse y a hacerse la idea que, si su padre no vivía por mucho, le tocaba a él hacerse cargo.

Mi Amigo con DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora