Capítulo 11.

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Nathaniel.

Me levanté de mi cama cuando el Sol ya pasaba por mi ventana, vi la hora en mi celular y marcaban las siete y media de la mañana. Muy temprano para mí. Pero ya no tenía sueño, así que me froté los ojos, y saqué una camisa y un mono de mi gaveta y me los coloqué. Fui al baño y me cepillé los dientes y me eché un poco de agua en la cara para refrescarme. Salí de la habitación y bajé las escaleras. Tenía mucha hambre, pero de repente veo que en la mesa, están mamá y papá sentados comiendo a gusto, mientras papá tomaba café y leía el periódico con sus lentes puesto, y mamá comía.

Esto es raro.

-Buenos días. – dije.

Mamá levantó la vista con una sonrisa y papá seguía leyendo su periódico.

-Buenos días, hijo. Siéntate. – dijo mamá.

Agarré una silla y me senté al frente de ella, y mi papá estaba en el extremo superior sentado.

-¿Cómo amaneciste?

-Bien. – me encogí de hombros y en ese momento entró Teo con una jarra de jugo.

-Ah, Nathaniel. Qué sorpresa verte levantado a esta hora. ¿Quieres que te sirva? – dijo Teo.

-Si.

Ella dejó la jarra en el medio de la mesa y caminó otra vez hacia la cocina.

-Oh, tenía tanto tiempo que no desayunábamos en familia. – dijo mamá en un suspiro dramático.

Esto dejó de ser una familia cuando Nathalie murió, y tal vez nunca lo fue.

-¿A qué hora llegaste anoche, Nathaniel? – preguntó ahora mi padre, dejando el periódico a un lado sobre la mesa, y agarrando su tenedor y su cuchillo.

-No lo sé. Nueve, diez...

-Quería hablar contigo, Nathaniel. – dijo mamá, seria.

-Lo siento, mamá, ¿pero saben? Yo he querido esto – dije señalándonos a los tres. – desde hace mucho tiempo.

Mi papá tenía su mandíbula tensada y mi mamá iba a decir algo, pero Teodoro entró y dejó mi plato al frente de mi sobre la mesa. Me serví jugo de naranja y comencé a devorar mi desayuno. La mesa estaba en un total silencio, ninguno de los tres habló, y para mi era mejor, porque sus charlas formales o de trabajos eran lo que siempre conversaban, y sinceramente no quería oír eso en la mañana.

Terminé de comer mi desayuno, y en ese momento entró Teo otra vez, recogiendo los platos con otra muchacha del servicio.

-¿Qué harás hoy, Nathaniel? – preguntó mamá, limpiándose la comisura de sus labios con un pañuelo.

-Tal vez salir con los chicos. – tomé de mi juego.

-El sábado habrá una pequeña fiesta en la mansión de los Collins. Iremos... Los tres. – dijo papá.

-¿Qué? – fruncí el ceño.

-Lo que escuchaste, Nathaniel. – dijo.

Hubo un minuto de silencio.

-No iré. – dije.

-Dije que si irás. No te pregunté.

-¿Por qué me obligan? Jamás me ha interesado su mundo de negocios. Y no iré cuando sólo estarán ese montón de estirados empresarios y políticos. – dije.

-Nathaniel, tienes que entender, que ya es hora de que te involucres ya en la empresa y me ayudes. – dijo, en un tono pacífico.

-No. – negué con la cabeza.

Mi Amigo con DerechoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora