CAPITULO 45

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Fue una larga noche en la que Ichigo apenas la dejó descansar. La hizo
llegar a la cumbre del placer muchas veces antes de quedar plenamente
satisfecho y rendirse ante el cansancio de sus cuerpos.

A la mañana siguiente, Rukia se removió inquieta en la cama, buscando medio dormida los protectores brazos de su amante, al que comenzaba a acostumbrarse,
pero para su sorpresa, su cama se hallaba vacía y él no estaba allí.
Lo buscó por todas las habitaciones, hasta que en la destartalada mesa
del salón, vio que le había dejado el desayuno acompañado de una hermosa rosa roja, y una nota.

Desde hoy contaré los días que faltan hasta nuestra boda.
Me he ido antes de que te levantaras, porque si hubiera esperado y te
hubiese tenido una vez más entre mis brazos, me habría sentido
terriblemente tentado de romper mi promesa.
Espero que me eches de menos y aceptes al fin lo que los dos
sabemos: que me amas tanto como yo a ti. Creo que ante este hecho lo
mejor que podemos hacer es casarnos, para que hagas de mí un hombre
decente.

Rukia hizo una bola con ella y la tiró al suelo. Después miró
atentamente el desayuno, tan cuidadosamente preparado, y al pensar en cómo la cuidaba, cambió de opinión y deshizo la bola de papel, alisó la nota entre sus manos y la guardó junto a la rosa, que puso en un pequeño jarrón de un fino cristal.
—No sé por qué sigue teniendo estos detalles conmigo. Después de tanto tiempo debe de saber cuánto los odio —comentó Rukia en voz alta, sin
poder resistir la tentación de oler una vez más la exquisita flor que Ichigo le
había dejado—. ¡No pienso echarte de menos! —sentenció, mordiendo uno
de los cruasanes, sin dejar de observar la arrugada nota que tenía enfrente.

—¡Joder, cuánto lo echo de menos! —se quejó Rukia , desplomándose
sobre el mostrador, sin poder dejar de mirar las apremiantes facturas que se
le iban acumulando.
—Lo añoras, ¿verdad? —aseveró Ran, al ver el lamentable estado de su amiga.
—¿De qué narices estás hablando? —repuso Rukia , confusa ante sus
palabras.
—Estabas suspirando por Ichigo , echas en falta su presencia y lo mucho que te ayudaba últimamente a llevar este negocio —afirmó Ran,
satisfecha con el hecho de hacerle reconocer que nunca podría olvidar a ese hombre que tanto la adoraba.
—¡Lo que echo de menos es el café de las mañanas! En cuanto a Ichigo , ese incordio de hombre, únicamente tendría que cruzar la calle y meterme
en su tienda si quisiera ver de nuevo su arrogante cara.
—Tengo entendido que a partir de mañana no podrás hacerlo, ya que se
va de viaje por algo relacionado con su trabajo y no volverá hasta el día de
la boda.
—¿Cómo que se va? ¿Adónde demonios se marcha a tan sólo cuatro
días de la boda? —preguntó Rukia , dispuesta a averiguar todo lo que pudiera sobre ese viaje.
—La verdad es que no lo sé. Como tampoco sé por qué te interesa tanto, si ya has decidido que no va a haber ninguna boda —sonrió Ran , ante la intranquilidad que comenzaba a demostrar su amiga al pensar que iba
a tener a Ichigo lejos.
—¡No me importa adónde vaya! ¡Sólo me molesta no tenerlo cerca por
si alguno de mis parientes me sigue acosando con preguntas sobre una boda que nunca se celebrará!
—¿Por qué no les dices simplemente que tú no has aceptado casarte
con él?
—¿Acaso crees que no lo he intentado? Pero todos ignoran mis
palabras y dicen que son los nervios previos al enlace, mezclados con las
hormonas del embarazo.
—Y es verdad, ¡estás nerviosa! —corroboró Ran, pinchándola.
—¡Ran! ¡No hagas que una mujer embarazada te rompa las piernas! —la amenazó Rukia , furiosa por la ausencia de Ichigo , que duraba ya
dos días.
—¡Vamos! ¡Tú nunca atacarías a una persona indefensa!

—La gente puede decir muchas cosas de ti, pero te prometo que nunca
dirán que eres indefensa: tu lengua viperina te delata.
—Ahora sí que has conseguido ofenderme —bromeó Ran,
acostumbrada a las pullas de su amiga—. Me voy para que puedas
escabullirte sin que nadie te vea hacia la tienda de enfrente, para preguntar
por el paradero de tu futuro esposo —concluyó alegremente, esquivando
con habilidad uno de los peluches de muestra que su amiga había tenido la
intención de estamparle en la cara.
—¿Cuántas veces tengo que decirlo? ¡No pienso casarme nunca! —
exclamó Rukia .
—Si tú lo dices —ironizó Ran, mostrándole la elaborada invitación
de su boda que Ichigo había mandado a todo el mundo.
«No estoy aquí por ese idiota, no he venido aquí por él. Sólo necesito...
sólo necesito...» A quién quería engañar. Si en esos instantes se encontraba en la puerta de Eros, era por una única cosa: ver a ese presumido que llevaba dos días sin dar señales de vida y que pensaba alejarse de ella dentro de poco. Ichigo le había dicho que no la vería durante un tiempo, pero Rukia no se imaginó que echaría tanto de menos su voz, su maliciosa sonrisa, sus impertinentes palabras o sus perversas caricias. Se levantaba por la mañana añorando su presencia.
Todo por culpa de esa boda en la que él se había empeñado. ¿Por qué no entendía de una vez por todas que ella nunca se casaría con nadie? ¿Por
qué tenía que insistir? ¿Para qué demonios necesitaba ella tiempo para
pensarlo si todos parecían saber ya la respuesta? Rukia tomó aire antes de
adentrarse entre aquel montón de flores y empalagosos regalos que tanto la disgustaban. La solitaria rosa que Ichigo le había dejado antes de marcharse aún presidía su salón, pero Rukia se decía que la había guardado sólo porque era un delicado presente que no quería despreciar.
En la tienda no halló a Ichigo , así que se dirigió hacia Gavin, su fiel
empleado, para dejarle recado.
—¿Podrías decirle a Ichigo que he venido a verle?
—Lo siento, señorita Kuchiki , pero en estos momentos el señor kurosaki está preparando su viaje a Francia y ya no va a venir por aquí. Tiene que marcharse a resolver un problema que ha surgido con una de sus tiendas
—añadió el joven, sin poder evitar esquivar su mirada.
—Sabes que mientes como el culo, ¿verdad? —lo increpó ella, furiosa
porque Ichigo hubiera ordenado a uno de sus lacayos que se deshiciera de ella
—. ¡Pues informa a tu jefe de que no pienso casarme con él ni ahora ni
nunca, así que sería mejor que dejara de planificar esta boda a mis espaldas! —declaró Rukia , muy molesta, marchándose con un violento portazo—. Si crees que esto va a quedar así es que todavía no me conoces, Ichigo —murmuró, de vuelta a su tienda.
Ichigo se encontraba en su despacho, ultimando los preparativos de su
viaje, sin poder dejar de pensar un solo instante en su temperamental
enamorada. Sólo había estado dos días alejado de ella y ya echaba de menos sus ironías y sus exaltadas contestaciones. No es que le gustara estar siempre discutiendo, pero con Rukia cada batalla era estimulante.
Le gustaba por su arrojo, por su temperamento, capaz de igualarse al
suyo, y por su exquisito cuerpo y desbordante pasión. Ella era la única
persona que había conseguido profundizar en su alma y hallar al verdadero Ichigo que se escondía detrás de aquella falsa sonrisa que dirigía a todos.
Rukia era la única que podía hacerlo feliz y por eso había decidido
casarse con ella, algo que sin duda se había convertido en misión imposible
con la cabezonería de aquella mujer.
¿Es que acaso no le había demostrado con creces que era un hombre
distinto al arrogante que en una ocasión intentó apartarla de su camino?
Bueno, vale, seguía siendo arrogante... pero todo lo demás era distinto a
cuando la conoció, porque ahora la amaba con todo su ser y no podía
imaginar su vida sin ella.
Por eso había organizado la boda y se había obligado a dejarle algo de
espacio para que pensara. Seguramente, ella estaría de lo más tranquila en su tienda, disfrutando de poder llevar las riendas de nuevo, y ya se habría olvidado de él tanto como de la rosa que le había dejado en prenda de su amor. ¡Pobre rosa! ¿En qué vertedero habría acabado, después de que él se marchara sin dignarse decirle adiós?
Pero si lo hubiera hecho, como le decía en su nota, no habría tenido
valor para apartarse y dejarle ese espacio que tanto necesitaba para
reflexionar. Porque cada vez que la tenía cerca no podía evitar convertirse en un egoísta sinvergüenza que sólo quería retenerla a su lado como fuese.
Mientras Ichigo suspiraba resignado, el siempre alarmista Gavin entró en
su despacho, seguramente con una más de sus ficticias urgencias.

Por lo visto, la explosiva Rukia había estado allí y se había exaltado un
poco ante las palabras del joven, negando su presencia, porque aunque
Gavin lo intentara con todas sus fuerzas, era un pésimo mentiroso. Seguro que en esos momentos Rukia debía de estar maldiciéndolo.
Se despidió de Gavin con una sonrisa y, tras mirar su reloj, se dio cuenta de que ya era la hora de irse a ese evento en el que él sería la atracción principal, o eso al menos era lo que los organizadores pensaban.
¡Maldito egocéntrico de las narices! En un principio, Rukia pensó
esperar pacientemente a que Ichigo decidiera terminar con la farsa de
esconderse por los rincones de su tienda, pero tras recibir una nueva llamada de uno de sus familiares preguntando por la boda, su paciencia se agotó y salió de nuevo, decidida a tener una seria conversación con él. Así que enfiló nuevamente hacia Eros, cuando tuvo la idea de entrar por una de las puertas traseras y esquivar así al perro guardián de Gavin.
Pero antes de que pusiera en práctica su idea, vislumbró el impecable
descapotable de Ichigo en su plaza de aparcamiento privado, lo que indicaba descaradamente que, en efecto, él se hallaba allí, y ni se molestaba en ocultarlo.
Cambió de plan y lo esperó apoyada en la reluciente carrocería del
coche. Si Ichigo quería irse de allí, primero tendría que escucharla.
Él no tardó demasiado en aparecer, esbozando una de aquellas estúpidas sonrisas que Rukia comenzaba a odiar.
—¡Veo que me has echado de menos estos dos días! ¿Has venido para
rendirte al fin a mis encantos y aceptar casarte conmigo?
—Parece ser que tu empleado no anota demasiado bien los mensajes,
porque precisamente le he dejado bien claro que no pienso casarme contigo de ninguna manera.
—¡Ajá! Un mensaje acompañado de una impaciente visita..., creo que
empiezas a contradecirte, Rukia. ¿Me odias o me amas? —preguntó él,
impertinente, apartándola gentilmente de su coche.
—¿Adónde crees que vas? ¡Esta conversación aún no ha terminado! —
gritó ella, furiosa.
—Tengo una cita que no puedo faltar, así que nuestra conversación tendrá que esperar a... ¿tal vez el día catorce?
—¡Ni sueñes que me presentaré allí! ¿Y con quién demonios tienes una
cita? —preguntó luego.
—¿Celosa? —bromeó Ichigo , sonriendo con malicia.
—¡Yo no he estado celosa en toda mi vida! —exclamó Rukia —. ¡Y espero que si tu cita es con una de esas modelos, te atragantes con su tanga y
mueras en el acto!
—No te preocupes por eso. En el último año, en la única mujer que
puedo pensar día y noche eres tú. Eres la única mujer que quiero que
comparta mi cama el resto de mis días —le susurró Ichigo al oído, haciéndola
caer bajo el hechizo de sus palabras.
Cuando Rukia lo miró dispuesta a replicar, él acalló sus protestas con la
pasión de sus labios. Devoró su boca con la hambrienta ansia de la
separación y en el instante en que ella se entregó a ese lujurioso momento
hasta quedar aturdida, él desapareció.
—¡Esto no quedará así! —gritó Rukia al vacío aparcamiento, dispuesta
a averiguar adónde se dirigía Ichigo y con quién tenía esa cita tan
importante.

HASTA QUE EL AMOR NOS SEPARE (adaptación ichiruki )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora