CAPITULO 24

435 41 9
                                    

Ichigo se quedó hasta tarde en Eros. Concretamente hasta que el lento
operario terminó al fin de arreglar el recordatorio de su estupidez. Cuando
cerró la tienda, observó que las luces de Love Dead aún estaban encendidas,por lo que decidió hacerle una visita a su dueña, una vez más en busca de su perdón. Decidido a que en esa ocasión Rukia no pudiera huir de él, entró silenciosamente por la puerta trasera y, cuando la halló haciendo el aburrido inventario, no dudó en abrazarla cariñosamente por la espalda.
Se extrañó al verla forcejear fieramente entre sus brazos,bastante
asustada, y pronto supo que los problemas volvían a perseguirla.
—Soy yo —susurró amoroso en su oído, a la vez que la besaba con
cariño en la mejilla para tranquilizarla.
—¡No sabes el susto que me has dado! ¡Creía que eras uno de esos psicópatas que no dejan de mandarme esas cartas amenazadoras...! —Rukia
se calló al darse cuenta del error que había cometido al comentarle a Ichigo su situación. Pues si sus empleados eran un tanto pesados con respecto a su seguridad, Ichigo era tremendamente protector y por nada del mundo admitiría dejarla sola.
—¿Qué cartas? —preguntó él, negándose a soltarla.
—Nada que sea de tu incumbencia —replicó Rukia , zafándose de sus
brazos y señalándole la salida.
—¡Si alguien te está amenazando, tengo todo el derecho a saberlo!
Déjame protegerte, Rukia —pidió Ichigo , cogiendo entre sus manos las de ella, aún temblorosas.
—¡Vete! —exigió Rukia , alejándose de él.
Ichigo se marchó un tanto reticente, pero sus fríos ojos le advirtieron que
aquella discusión no había terminado.
Cuando Rukia consiguió tranquilizarse, echó el cierre a su local y salió, dispuesta a subir a su apartamento. En la acera de enfrente, vio que Ichigo la observaba y, sin decir nada, se apoyó en una de las farolas de la calle y siguió atentamente todos sus movimientos.
Rukia no le dirigió ni una palabra mientras se encaminaba hacia su casa, pero la tranquilizó enormemente saber que él estaba allí sólo para protegerla.
A la mañana siguiente, alguien encargó un caro sistema de seguridad para su tienda, que ella no pudo rechazar, pues ya estaba pagado. Pero lo que más tranquilizaba a Rukia era que todas las noches, cuando llegaba la hora de echar el cierre, Ichigo estaba allí, apoyado en la misma farola, observándolo todo con sus fríos ojos azules. Lloviera, nevara o hiciera un calor de mil demonios, siempre estaba allí únicamente por ella.
Las insultantes cartas siguieron amontonándose en mi escritorio. Todos los días recibía como mínimo unas diez. En mi opinión, eran un gasto de papel absurdo.
La policía continuaba ignorando mis quejas, por lo que, simplemente,
dejé de quejarme. Al final de la semana, estaba más que harta de todo aquel maldito asunto: entre mis agobiantes empleados, Ichigo , que no me perdía de vista ni un instante, y mi amigo kaien , que no dejaba de ofrecerme consejos, me tenían hasta las narices, así que al final hallé el lugar más adecuado para esas estúpidas amenazas. Ya que la policía no necesitaba las cartas y yo estaba cansada de que mis empleados no dejaran de recordármelas, tratando de, según ellos, insuflar algo de prudencia en mi alocada mente, decidí utilizarlas como haría cualquier persona sensata: las
coloqué en el baño, junto al papel higiénico, dándoles a elegir entre utilizar el rasposo papel reciclable que nos obligaba a usar Ran o las bonitas y floridas amenazas del Comité.
El número de cartas fue disminuyendo con gran rapidez.
Aquel día concluyó sin más contratiempos que los habituales, hasta que, a la hora del cierre, oímos un extraño ruido en la parte trasera.
En Love Dead sólo quedábamos la dulce Agnes, el intrépido Barnie,
que se estaba probando un disfraz de Spiderman dos tallas más pequeño,
para ir a su emocionante convención de la Cómic-Con, y yo. Alertada por
todo lo ocurrido últimamente, cogí a mi fiel shirayuki y me dispuse a informar a mis empleados de que me dirigía a investigar la causa del estruendo.
Pero cuando me volví para pedirles que esperaran en la tienda, ya era
demasiado tarde: en cuestión de segundos, Agnes había sacado una enorme pistola de su horrendo bolso, lo que me hizo plantearme seriamente qué más podía guardar la anciana en él, mientras que Barnie se puso la máscara, ocultando así su identidad. Aunque su expuesta barriga sin duda alguna lo
delataba.
Los dos se pegaron a mí protectoramente y se negaron a alejarse de mi lado. Con cautela, salimos por la puerta trasera y pillamos in fraganti a dos
jóvenes de unos quince años, bastante desaliñados, que con unos esprays
rojos intentaban escribir «¡Lárgate, puta!». Su caligrafía era espantosa y su pulso semejante al de una abuelita con párkinson.
Decididos a darles una lección, nos colocamos silenciosamente a su
espalda, obstruyendo todas las posibles vías de escape.
—¿Qué creéis que están intentando escribir? —pregunté burlonamente,
mientras golpeaba el bate de béisbol contra una de mis manos.
—No tengo ni idea. Me he dejado las gafas en el bolso —respondió
Agnes, apuntando con la pistola a los impertinentes adolescentes, que nos
miraban sin un atisbo de arrepentimiento por haber sido pillados con las manos en la masa.
—Sea lo que sea lo que intentabais hacer, no está bien dañar una
propiedad privada —los aleccionó el superhéroe, llevando a cabo su papel.
—¡Vamos, llamad a la policía! ¡Nadie vendrá a ayudaros, porque todos
quieren que os larguéis, y a nosotros no nos castigarán! —dijo muy chulito
uno de los chicos, que aún no sabían cómo se las gastaban los de Love
Dead.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Barnie, un tanto preocupado por
no poder darles una lección a esos chavales.
—¡Oh, tengo una idea! —anuncié, sacando cinta adhesiva de mi
bolsillo.
Ichigo había recibido una llamada de la policía poco después de terminar
de cenar con uno de sus abogados, con el que ultimaba la adquisición de un nuevo local en Roma. Por suerte, no estaba demasiado lejos de su tienda en la avenida comercial y había llegado en tan sólo unos minutos.
Tras dejar el coche en su plaza de aparcamiento, se dirigió hacia la
parte lateral de su edificio, donde un agente reprendía a dos chicos que no
dejaban de llorar e intentar explicarse a la vez.
—¡Nosotros no queríamos! ¡Nos han obligado! —suplicaba uno de
ellos, señalando lo que habían pintado.
—Sí, claro. ¿Y se puede saber quién os ha obligado? —preguntó el agente, poniendo los ojos en blanco ante las tontas excusas de los adolescentes.
—¡Una mujer con un bate de béisbol al que llamaba shirayuki , una abuela de pelo rojo con una pistola enorme y...!
—¡Y un Spiderman gordo! —concluyó el otro delincuente, ante los
titubeos de su amigo.
—Sí, está bien... Esto... Vosotros tomáis drogas, ¿verdad? Decidme,
¿qué os metéis? ¿Éxtasis? ¿Coca? ¿Crack? ¿Cristal? Es cristal, ¿verdad? —afirmó preocupado el agente de policía, ante la insólita historia de los
jóvenes.
—¡No, se lo juro! ¡La mujer con el bate nos ató con cinta adhesiva de
pies y manos y nos trajo hasta aquí! ¡Luego nos obligó a escribir eso!
—Sí, claro. Mientras Spiderman paseaba junto a la abuelita de Billy el
Niño, ¿verdad? —se burló el agente de la cada vez más fantasiosa historia
que estaban contando para intentar librarse de la responsabilidad de sus
actos.
—¡Se lo juro! ¡Todo es culpa de los empleados de esa maldita tienda!
¡Nosotros solamente queríamos espantar a la dueña con una pintada, pero aparecieron esos personajes y...!
—Entonces, ¿me estás diciendo que ésta no es la primera pintada que
hacéis? —se interesó el policía, viendo que con cada palabra que
pronunciaban únicamente cavaban más hondo su propia tumba.
—No, sí... Bueno... Nosotros... —balbuceó uno de ellos.
—Hemos hecho una en el local de enfrente —confesó el otro.
—Ajá, ¿en algún sitio más?
—No señor —contestaron los dos al unísono, cabizbajos, dándose al
fin cuenta de que sus excusas no servirían de nada.
—¿No debería usted ir al local de enfrente para comprobar los daños y
preguntarle a la dueña si quiere presentar una denuncia? —interrumpió Ichigo el interrogatorio, un tanto preocupado por Rukia .
—Señor kurosaki , sé que es su prometida, pero en la comisaría no le tenemos demasiado aprecio a esa mujer, desde que la exesposa de Charlie le envió unos bombones con laxante que probamos todos sus compañeros.
Cuando le reclamamos a Rukia Kuchiki una disculpa, ¿sabe usted qué hizo? Nos mandó una tarjeta, junto con un paquete de pañales para adultos.
Comprenderá, señor kurosaki , que si no es absolutamente necesario, no
pienso pisar el establecimiento de esa mujer. Por lo pronto, rellenaré este parte y me llevaré a estos dos quejicas a la comisaría. Usted puede calcular
el coste y añadirlo a la denuncia cuando termine —dijo el agente, señalando la estropeada pared.
Poco después de que el policía se marchara de allí con los jóvenes
detenidos, Ichigo se quedó pensando: aquellos dos mocosos de mirada débil no tenían lo que había que tener para ofender a un conocido empresario,
pero sí para intentar hacerse los gallitos ante la amenazada propietaria de un pequeño negocio.
Ichigo se apostaría su deportivo de lujo a que los padres de esos chavales pertenecían a esa extraña asociación que iba a la caza de brujas y acosaba a Rukia.
Finalmente, echó una mirada a la dañada pared, en la que, en grandes
letras rojas, se anunciaba «Eros apesta». Debajo de esta primera frase, se repetía dos veces más el insultante enunciado, pero con distinta caligrafía y letras más distorsionadas. Era como si alguien les hubiera estado enseñando a hacer una pintada en condiciones sin terminar de conseguirlo. En un lado parecían haber dibujado la cara de Spiderman... ¡A saber por qué! Ichigo recapacitó sobre todo lo que había visto y oído esa noche y no
tuvo ninguna duda de que la historia de los chavales era cierta, para su
desgracia. Muy pocos conocían el impulsivo carácter de Rukia y él estaba demasiado enfadado por la despreocupación que había mostrado el agente de policía ante los problemas de Love Dead como para decir la verdad.
Cruzó con paso decidido hacia la tienda de su rival, dispuesto a
reprenderla, pero cuando vio a Rukia , no pudo hacer otra cosa que bromear para intentar borrar la preocupación de su rostro.
—¿Así que mi negocio apesta? Creía que eras un poquito más original
—se burló Ichigo.
—Por lo menos a ti no te han llamado puta —replicó ella, furiosa,
intentando borrar con desesperación esa palabra de la pared.
—Déjalo, Rukia , será mejor que pintes encima —le aconsejó Jack,
cogiendo el trapo de sus manos manchadas.
—No tengo dinero para eso —respondió ella, irritada, arrebatándole el trapo e insistiendo en limpiar la pared.
—Yo tengo pintura blanca en mi almacén. Si me ayudas, creo que
podremos tenerlo listo para mañana.
—Gracias —sollozó Rukia , levantándose del frío suelo y corriendo a los amables brazos de su enemigo, que siempre la esperaban abiertos.
Después, simplemente hundió la cara en el fuerte y seguro pecho de
Ichigo y dejó salir todas las lágrimas que hasta entonces no se había permitido derramar. Él no dijo nada, no hizo nada, simplemente la abrazó, disfrutando del instante y de sentirse útil ante aquella fuerte mujer que continuamente negaba que lo necesitara.

HASTA QUE EL AMOR NOS SEPARE (adaptación ichiruki )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora