CAPITULO 3

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Varios años después...

Me encontraba allí, delante de aquel inmenso edificio que era el House Center Bank, una antigua y lujosa construcción que parecía no tener fin. Su imponente aspecto intimidaría a cualquiera, pero se trataba de mi última oportunidad para conseguir cumplir mi sueño de montar un inusual e insólito negocio al que nadie osaba darle la más mínima oportunidad.

Después de todo, yo sólo era una estudiante de veintitrés años que acababa de terminar la carrera de Empresariales y tenía muchas ideas estúpidas, o eso era al menos lo que opinaban de mí los diez bancos a los que había acudido con anterioridad en busca de apoyo financiero.

Ése era el último de mi lista, el último de la ciudad y el más odiado por todos. Los intereses que cobraban eran abusivos, los cargos por retraso en los pagos, los más elevados, y los requisitos para la concesión de préstamos, sumamente exigentes.

Pero estaba decidida, así que entré dispuesta a conseguir el dinero para abrir una tienda en la avenida principal. Había encontrado el local perfecto para mí, se hallaba en la parte conocida como Old Town, lo que hacía años era el centro comercial de Pasadena, una zona abierta con una larga y extensa área llena de comercios a ambos lados de la calle, transitada por personas y coches por igual. Era el sitio idóneo para mí y no pensaba perderlo por un insignificante problema como podía ser el dinero.

Me adentré en el vestíbulo y busqué en el panel de información dónde estaba el despacho de la persona más importante de la empresa. El presidente y dueño del banco, Isshin Shiba. Se encontraba en la última planta.

Posiblemente sería la persona más ocupada del mundo, y la más difícil de ver, pero como yo soy muy persistente y además se acercaba San Valentín, mi genio empezaba a fluir y a hacer acto de presencia. De modo que subí hasta la última planta, donde una secretaria con cara de bulldog detuvo mis pasos.

-¡Señorita! -llamó la soberbia mujer, deteniendo mi camino hacia el éxito-. ¿Tiene usted cita programada con el señor Shiba? -preguntó, deteniéndose protectoramente delante de la puerta del despacho.

-No, pero tengo que hablar de un asunto de negocios con él.

-El señor Shiba es un hombre muy ocupado, así que posiblemente no tendrá tiempo para usted. No obstante, si quiere esperar puede hacerlo. -Sonrió maliciosamente, señalándome unas incómodas aunque modernas sillas. La vieja y arrugada momia no hizo amago alguno de anunciar mi presencia al presidente del banco, pero yo no me iba a rendir tan fácilmente, de manera que aguanté el hambre, la sed, el frío y el sueño y me quedé allí casi hasta el cierre, momento en que una alta, orgullosa y encanecida figura pasó rápida y despreocupadamente junto a mí, sin dignarse siquiera dirigirme una mirada.

La vieja arpía de la secretaria me sonrió mostrándome la salida, pero yo por nada del mundo iba a ceder, y menos ante alguien como ella. Así que a la mañana siguiente volví con un gran bolso, me senté frente a la vieja bulldog sin que ella me indicara dónde hacerlo, y ante su atónita mirada saqué un bocadillo, una revista y un botellín de agua. Esta vez el señor Shiba me dedicó una rápida ojeada al pasar junto a mí, descartándome con igual celeridad que el día anterior.

Pero yo era persistente y tenaz y regresé una y otra vez, ante la atenta mirada de todos. Día a día ampliaba el tamaño de mi bolso y poco a poco fui apropiándome de una parte de la oficina.

El día en el que me llevé mi almohada anatómica y mi mantita, el presidente preguntó mi nombre; cuando desplegué mi sillón hinchable y me acomodé con mi termo de chocolate caliente, se interesó por el motivo de mi presencia allí y, finalmente, en el momento en que acomodé mi saco de dormir en un rincón de la oficina, me llamó a su despacho.

HASTA QUE EL AMOR NOS SEPARE (adaptación ichiruki )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora