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Tener una de las gemas del infinito colgando de su cuello como un simple accesorio le estaba costando mucho más de lo que Stephen imaginó. No sólo tenía a un alienígena a su lado amenazando con acabar su vida, si no que también lo golpeaba en uno de sus puntos más débil: su prometida. Y esta vez no se libraría haciendo un trato como lo hizo con Dormmamu.
—_____, lamento mucho que tengas que pasar por esto —se disculpó el hechicero una vez más—. Yo no pensé que...
—Cariño... está bien, saldremos de esto —le aseguró su novia, sonriendo para calmarlo.
El alíen desagradable les había atado las manos detrás de la espalda, haciendo imposible defenderse. También agregó como tortura ponerlos frente a frente, separados tan sólo por unos centímetros para que pudieran presenciar sus posibles finales.
—Yo no estaría tan seguro de eso, bruja. Me temo que uno de ustedes morirá si no me dan lo que busco —replicó con diversión el alienígena que se presentó como Ebony Maw.
—Habla por ti mismo. ¿No sabes que somos como Batman y Robin? —rió el doctor con su característico sarcasmo—. Ella y yo podríamos patear tu trasero sin sudar. Sólo ven y libéranos y te mostraré.
—Él sin mi no es mucho, pero te aseguro que juntos somos invencibles, poderosos. Así que estamos listos para cuando venga tu jefe —bromeó la chica, guiñando un ojo para su amante.
—Sus chistes infantiles no los van a sacar de esto. Es mejor rendirse y darme la ubicación de la gema —insistió Maw.
—Ya te lo dijimos mil malditas veces, no está aquí —espetó la chica entre dientes, matando con la mirada al imbécil de otro planeta.
—Tu hermana, la tal Gamora me dijo que lo guardara, donde no pudieras encontrarlo —agregó el doctor, tratando de moverse.
—Bueno, entonces dígame donde está oculto, señor Strange. Por favor —exigió Maw, inclinándose hacía el castaño.
—Ella se lo quedó, no sé dónde esté ahora —repuso él.
—Mientes —sonrió el patán alienígena.
—¡Es verdad! Estás perdiendo el tiempo aquí. ¡Déjanos ir ahora! —ordenó la prometida del hechicero. Ebony Maw se giró hacía ella y la hizo callar con un shh, antes de volver a Strange.
—Vamos a ver si esto te ayuda a revelar el secreto —habló el alíen, haciendo un ademán con ambas manos.
De inmediato, unos brillantes fragmentos de algún tipo de cristal se adhirieron al rostro de Stephen, encerrándolo en un dolor monstruoso que lo hizo temblar y soltar gritos gradualmente.
