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Estaba totalmente hecha un puto manojo de nervios, el estómago se me contraía por los estragos de los cuales era víctima. Sentía que mi corazón me golpeaba con más insistencia el pecho para salir de ahí.
—¡Ya deja de caminar como una loca! Estás arrugando la cola —Wanda ordenó exacerbada por mi notable ansiedad, mientras volvía a acomodar el vestido que se amoldaba a mi cuerpo.
—Bien, soy una mujer adulta. Sí puedo con esto —sonreí, pero no duro mucho—. Mierda, tengo miedo de caer y quedar como estúpida o de que Tony me deje plantada por arrepentirse de esto ó de...
—Basta, necesitas calmarte. Él no hará eso y no vas a caerte. ¿De acuerdo? —la gemela suspiró, mirando el reloj en su muñeca—. Ya casi es la hora, tengo que ir a tomar mi posición pero tú debes de dejar tu paranoia, eso sí que te hará ver mal.
—Bueno... lo intentaré —puse los ojos en blanco.
—Ya relajate, luces muy hermosa.
Mi amiga se acercó para darme un pequeño y reconfortante abrazo antes de salir de la habitación. Me giré hacía el espejo para observar mi figura completa con el vestido nupcial escogido para hacerme sentir como una reina en el día tan especial y, también para deleite de mi futuro esposo: tenía un escote en vprofundo y bien pronunciado a la curvatura de mis senos, sin mangas, de falda esponjosa con varias capas de tul y unos diminutos detalles de flores en el borde. Sólo esperaba que de verdad le encantara.
Escuché el rechinido de la puerta pero no aparté mi vista del cristal para darle un último visto a mi figura.
—¡Wanda, será mejor que vengas con una botella de vodka o voy a enloquecer y matar a alguien! —dije fatigada, cubriendo mi estómago.
—¿Significa que debo cancelar el viaje a Honolulu? —cuestionó una voz gruesa que me hizo dar un respingo—. Porque si matas a alguien hoy nuestra luna de miel tendrá que posponerse.
Me giré al momento, hallando el semblante divertido de mi futuro cónyuge.
—¿Qué haces aquí? Es de mala suerte que veas a la novia —le demandé, al borde de la histeria.
Él se acercó hasta mi posición, encogiéndose entre sus hombros.
—Yo no creo ninguna de esas supersticiones de bodas —me explicó—. Así como no me quejo de que uses un vestido blanco aunque ya no haya nada puro en ti. Por cierto, te sienta de maravilla.
