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Los entrenamientos matutinos por los sábados eran una de las más aborrecibles torturas para Mari. Y no sólo se debía a que, según su criterio, los sábados eran para holgazanear todo el día y levantarse tarde; lo que más le parecía nefasto eran los ineludibles celos que le invadían cuando Bucky se la pasaba toda la jornada al lado de Nat.
¡Menudas ganas de darle un porrazo al soldado!
—Hey, Scotty —le llamó a su compañero con una sonrisa malévola.
Debía darle una probada de su propio chocolate a su amante para balancear las cosas un poco.
—Estamos en un simulacro, debes llamarme por mi nombre clave, Mari —bromeó él.
La chica puso los ojos en blanco.
—Ant-Man —corrigió enfática, acercándose a su posición— ¿Me das una mano para subir?
Apuntó con una mano la soga sobre sus cabezas. Era ridículo que les aplicaran ejercicios de secundaria, pero así era Steve de anticuado.
—¡Seguro! Venga —aceptó Lang, encorvándose para que pudiera escalar a sus hombros.
Una vez que estuvo ahí, sus ojos se giraron a Bucky y confirmó que su pequeña venganza estaba resultando efectiva. Él no le quitaba la mirada de encima, aún no molesto. Pero Mari se aseguraría de que lo estuviera pronto.
—Confío en ti, cariño —sonrió ella, hablando alto y claro para que llegará hasta los oídos de Barnes.
La chica estiró su brazo para alcanzar la cuerda y escaló en ella con movimientos exagerados para que sus curvas acentuaran más. Scott la observaba desde abajo celebrando su logro, y ella igual rió con él.
—Lo haces bien, linda —aduló el hombre.
Bien, se movió a la segunda parte.
Fingió que sus manos resbalaban hasta no estar más en la cuerda y caer sobre el cuerpo de Scott abruptamente. Por instinto, él la tomó de la cintura pero, cuando su amiga se removió por el dolor, una de esas manos terminó a un pelo de llegar a su trasero.
—¿Están bien? —cuestionó Steve consternado, llegando al lado de Sam.
—Aún en una pieza, si a eso te refieres —musitó Scott, con una mueca de dolor.
