Prefacio

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La piel le hormigueaba por el frío que aún castigaba su ser.

Quería entender quién demonios era aquél que la había rescatado de la nieve, pero al parecer el Hombre Lobo se encontraba reticente a decir palabra alguna, lo que no le molestaba en lo absoluto, pero quería al menos saber su nombre.

Huraño como pocos a penas si la miraba. Él sólo había cambiado de formaba para poder llevarla hasta aquella rustica cabaña, le había dado ropa y la dejó en el baño, después de allí, había vuelto a ser un Lobo, y lo había sido desde entonces, andando de un lado a otro temiendo quizás que alguien se acercase, o simplemente para no dialogar.

Pero Dezz extrañamente quería preguntar algo, cualquier cosa, pero lo cierto era que su cansancio no la dejaba si quiera pensar. No podía recuperarse del todo, su cuerpo ardía por el fuego del frío y por la maldita agonía que había vivido todo su ser al convertirse en un jodido Ángel y lo único que podía hacer recostada en aquel mullido sillón, era mirar como el inmenso Lobo negro se paseaba de un lugar a otro, sus hombros se movían acompañando el avance de sus patas, y su lomo seguía un sutil siseo.

Se encontró pensando solamente en aquello, para no pensar en algo mucho más importante, como el hecho de que no podía sentir a Nathalie... se suponía que toda su vida la había sentido, sus emociones, o lo poco que podían compartir juntas. Pero aquello no pasaba.

Antes de que se rompiera la conexión que las unía había sentido sobre su cuerpo, como ella también sufría, las dos habían pasado exactamente por lo mismo, pero después, era como si el hilo que la uniese se hubiese cortado, ya no podía sentir absolutamente nada. Como si Nathalie hubiera muerto... cosa que sabía no era así. Comprendía que su hermana había podido realizar la tarea de matar a Uriel... o al menos eso creía ella.

Sin darse cuenta se quedó dormida, era lo único que había hecho en días, permanecía un poco despierta y alerta, y al otro dormida sin más remedios.

Al despertar se encontró con su vestido blando pulcramente acomodado a su lado, y el Lobo nuevamente caminaba de un lugar a otro, intranquilo. Muy a su pesar, Dezz se puso de pie y se arrastro hasta el baño.

Mientras se cambiaba examinó su reflejo. Sus ojos seguían siendo iguales, con un destello violeta que le sentaba bastante bien, haciendo de su mirada algo más intimidante. Sus rasgos seguían igual, su cabello antes castaño, estaba muy claro, tan parecido al de Remian que asustaba, y sabía por qué, ese era el color de su padre, y eso le encantaba, había adorado a aquél hombre, y tener su pelo era fantástico... aunque no lo era ser lo que él había sido.

Al volver, a penas tuvo la fuerza necesaria para taparse, hacía demasiado frío, y el vestido no abrigaba tanto como lo había hecho los pantalones y el saco de su héroe.

El Lobo se detuvo mirando la ventana un tiempo largo, sus ojos grises prendidos, relampaguearon con algo que no pudo identificar, si fue ira o cariño, daba igual, no entendía lo que podía provenir de un Lobo.

― ¿Qué sucede? ―preguntó temblando.

Intentó incorporarse nuevamente, pero el Lobo le gruñó, quiso discutir, pero para estar en posición vertical, primero se tendría que sentirse medianamente bien y con la seguridad de que sus piernas podrían soportar el peso de su cuerpo, cosa que obviamente no pasaba, le había costado horrores ponerse de pie y llegar hasta el baño, aún las malditas alas dolía un infierno. Pero lo más agónico de todo, era tener que salir de aquellas frazadas que la cubrían, definitivamente, agradecía que él Lobo no la dejara moverse.

Pensó por un momento que el maldito muy bien podría estar planeando convertirla en su cena, pero quizás se encontraría con un problema muy grave intentando recrear el cuento de Caperucita, ya que seguramente la niña no tendría una Daga entre sus piernas, objeto que Dezz si poseía.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora