Capitulo 03: Crimen y castigo

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Dolor, demasiado dolor como para poder entender algo más que el simple hecho de sentirlo acariciando su piel, lacerando su propio ser hasta convertirse en algo mucho más agónico que la fría muerte.

La fuerza que alguna vez había resistido dentro de sí misma se perdía. Podía recordar vagamente lo que era ser humana, o al menos creer serlo, porque entendía que jamás lo había sido.

Rozó su cuello con una caricia significativa, el eco de una acción que hacía cada vez que estaba nerviosa pero no sintió el peso del collar. Todo lo que le parecía familiar, desaparecía.

Se dijo que tenía que dejar de arrastrarse he intentar escapar, si caminaba sólo por hacerlo no existía molestia alguna, ahora, cuando intentaba transportarse a sí misma, el dolor la impulsaba a perder la conciencia.

Dejaría de perseguir un sueño idiota, no podía escapar de su fatídico destino y ya no quería ni siquiera bromear sobre eso.

No sintió pena de sí, tampoco melancolía por lo que claramente estaba dejando atrás. En sus adentros, muy profundamente, sabía que era lo que en verdad quería, dejar de pelear, deja que todo se fuera. No existía una razón para seguir más que el castigo eterno, no moriría de dolor, porque por más que rozara el delirio más doloroso y perdiera el sentido entre gritos agudos, siempre había despertado, sintiendo el rozar de sus plumas negras acariciar lentamente su espalda, produciendo que la simple caricia relampagueara como fuego sobre su sensible piel.

Por un momento, una sensación vivida le pego de lleno inundando su cuerpo, algo de satisfacción que la removió y la ayudó a quedarse sentada en una posición más cómoda.

― Podrías enloqueces si nadie te visitara...

Sintió la agitación de su propia furia golpearla dolosamente. No quería estar cerca de nadie, se sentía desolada, y era como quería estar, con ella misma, perdiendo el sentido. No quería a ningún Ángel cerca, y menos aquella Profeta desagradable de ojos negros y cabello rojo.

― Dianna ―soltó gruñendo.

Sabía perfectamente que se encontraba inmovilizada.

― Quería ver que estuvieras bien... ―soltó intentando sonreír.

Sabía que ella también estaba condenada, como todos los demás, pero poco importaba que fingiera sentir pena, cosa que claramente, Naths sabía que no sentía.

― «Tendrás un juicio justo» ―citó con sorna disfrutando de su cara de disgusto por ello, le había recriminado que sabía lo que en verdad pasaría, pero citarlo después de saber el resultado le pareció apropiado ―. Creo que tus profecías son extraordinariamente una porquería.

― Yo no...

― ...Fui quién te juzgó ―terminó Naths algo aburrida ―. Lo sé, entiendo la diferencia entre un Serafín, una Potestad y una simple Profeta.

Dianna se quedó en silencio, contemplando la furia contenida de Nathalie, en realidad, no demasiado contenida si quería ser sincera. El aire se ponía extrañamente denso, y la maldad que impulsaba el motor interno de todo Ángel Oscuro se hacía enteramente insoportable, Nathalie aunque no lo supiera, irradiaba un poder oculto, letal, dejándola con la plena seguridad de que si Lehahel no estuviera conteniendo en cierto sentido al Ángel, éste estaría desgarrando su yugular, claro que no podría matarla, pero la diversión en este caso, sería intentarlo.

Podía sentir que la mente de aquella niña había mutado notablemente, adaptándose a un nuevo escenario, uno en la que el bien o el mal bailaban sobre una delgada línea intentando entorpecer un juicio en la debacle.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora