Epilogo: El sacrificio de la Dama de Blanco

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«Era sumamente fácil amar a una mujer lo suficiente para vivir con ella toda una vida. Amarla lo suficiente para dejarla en libertad era algo completamente distinto.»

La Canción de Annie. Catherine Anderson.

La cabeza se le partía en miles de pedazos si no es que en más. Estaba en un estado más que lamentable, digno de dar lastima.

Hasta el ruido más pequeño era un inaguantable estruendo, y ni hablar de la luz, eso si que merecía un capitulo aparte.

Todo el maldito día se la había pasado con el piso en movimiento, el estomago hecho una apretada bolsa fingiendo ser resistente al vodka, y la garganta en la mano.

No se sentía mejor, ni de cerca, pero quién lo estaría habiendo hecho lo que ella hizo, absolutamente nadie, que la jodieran pero ya no importaba.

Kev le dijo que no la pasaría a buscar pero que si tardaba más de dos horas iría por ella y que se jodiera quien se pusiese en su camino, bien, no quería que un Lobo y un nuevo Oscuro muriesen prematuramente, ella lo haría rápido.

Se cambió de ropa temiendo que Gerard hiciese demasiado escándalo si la veía, estaba claro de que la había sentido llegar, el aire en su habitación se había vuelto cálido, con una advertencia que la dejó helada.

No se volvería a bañar, ya estaba así.

Se puso un vestido negro apretado con los zapatos rojos que tanto adoraba. Sin medias, sin perfume, sin nada más. Sólo eso. No tenía caso prepararse para lo que estaba a punto de hacer.

Acomodó un poco de ropa en una valija negra que encontró en el armario, guardó todo a las apuradas asegurándose de que estuviera medianamente ordenado. Por dentro se dijo que estaba haciendo tiempo, y lo hacía, pero no contaba con demasiadas horas para decir adiós, y bien sabía que no sería ni remotamente fácil hacerlo.

Se armó de valor y caminó hasta la habitación del Vampiro. Respiró lo más calmada posible por más que todos sus músculos estuviesen en tensión. El alcohol que aún no terminaba de digerir amenazó con ser expulsado, pero contuvo los nervios. Sentía los pies helados y las palmas sudorosas, era un maldito desastre, pero terminaría lo que tenía que terminar en ese mismo instante, no esperaría.

Golpeó por mero formalismo, sabía que él estaba en la puerta y ni bien lo vio el mundo pasó a segundo plano, por un momento no supo qué hacer hasta que él la dejó ingresar, allí olía tan bien, se sentía completa a su lado, como si todo encajase en su interior... pero luego despertaría del sueño, él se enteraría de lo que ella le había hecho, y todo se iría al maldito demonio.

― ¿Cómo estás? ―le preguntó rápidamente.

Gerard la observó por un largo instante, su mirada claramente reparó en toda su anatomía y luego volvió a sus ojos.

El fuego que surgió en aquel verde hipnótico ni siquiera llegó a calentarla, Dezz se sentía demasiado fría como para responder a él.

Aún cuando Gerard estuviese molesto con ella, se comportaría como si no existiese en el universo algo que le pudiera molestar de ella... y odiaba lo que estaba a punto de hacer.

― Bien gracias... ¿Qué...?

― Vengo a decir adiós ―interrumpió.

Él la miró sin entender a qué iba el comentario y enfrío la mirada.

― Nathalie está bien... Ahora todo está más o menos en su lugar. ¿Por qué quieres irte? ―preguntó acercándose de repente.

Sus ojos se iluminaron y su rostro se enfureció, Dezz se parto inteligentemente.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora