Capitulo 21: En caída libre.

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Azael sentía sobre sí una furia diferente, algo que no le podía contar a Remian, algo que él no tenía por qué saber.

Al ir a aquel punto de reunión en pleno día, sabía que no era solamente para extirpar todos los malditos sentimientos que el bastardo cobarde despertaba, era para algo más, siempre había algo más sobre la superficie de su gran problema.

El Demonio no era el típico Demonio, no porque fuese mitad Vampiro o porque la desgraciada estuviese un tanto desquiciada, sino por otra cosa, algo que nada tenía que ver con lo psíquico o con Vlad, ella en sí era diferente, siempre lo había sido... y sabía la respuesta. Era la hija de la que para empezar, había iniciado todo aquel embrollo en que pronto estaría metida. La maldita guerra contra la luz y la oscuridad. Azael era hija nada más y nada menos que de Lucifer, al igual que Alastor, sólo que no compartían el mismo padre.

Alastor o Damn, no había tenido tanta suerte como ella al deshacerse de su madre, «y mira que bien te fue después de eso...», si, Azy lo entendía, no hacía falta pelearse con su propio subconsciente.

Lo que más le molestaba de todo era saber que si Lucy quería a Remian era su puta culpa, ella le había rogado por que lo salvase, no tuvo el valor o la cobardía de convertirlo como había hecho Vlad con ella, por lo que la opción que le quedó fue Lucifer, y si bien la maldita no había hecho un cuerno por salvarlo, ahora que sabía que se había convertido en un Oscuro lo quería, como todo buen estratega, sin que le importase que él fuera... «¿Qué él fuera qué Azael?»

Adam apareció en el callejón salvándola de auto contestarse.

Al verlo llegar supo que todo sería como la última vez. Ninguno de los dos se sentía en condiciones de objetar ningún comentario sobre lo que a cada uno en particular le sucedía, lo único que querían era exiliar la furia de la única manera en que le fuera más dolorosa e insana, peleando.

Para cada uno existía un averno diferente, uno que recrearían para intentar alcanzar una paz dibujada. Lucharían por el control de sus propias emociones. Se castigarían por sus crímenes y errores. Sangrarían exteriormente, así como sin pensarlo también lo hacían internamente... todo por alcanzar la dicha de tener al menos un momento de lucidez. Quien dijese que no había lógica en aquel acto, entonces no conocía de infiernos personales.

Armarse de paciencia y superar sus errores o miedos no eran una solución viable para ellos, no, porque lo que no querían ver era justamente la mierda que los rodeaba, lo que hacía que actuaran de aquella manera. El cobarde es aquel que se refugia en su miedo y no puede ver más lejos de eso. Y para fines prácticos Azael y Adam lo eran... Grandes y enfermos cobardes.

La furia de Azy la había despertado Remian, ella tontamente había confiado en él con el fin de poder vencer su propio temor sobre sí misma, pero no fue suficiente con sincerarse sólo por un momento, ella no le había contado ni una quinta parte de todo lo que vivió y aún vivía, porque sabía que por más lejos que se encontrase de Vlad, siempre estaría con él, una parte de ella quería seguir encerrada en un rincón oscuro junto a la basura inhumana del Vampiro, pero estar allí le haría recordar, para no volver a equivocarse, jamás cometería el mismo error. - ¿Pero que solución era aquella? –, Azy sabía muy bien la respuesta, la solución que ahora tiraba de su cuerpo para emprender una lucha con Adam.

Si bien el desgaste físico y mental del acto en sí no le traía paz, poder pensar en el dolor de su carne le hacía olvidar las heridas en su ser, ocultarlas donde nadie las pudiera ver. Todas y cada una de las malditas que jamás cicatrizaban.

No era nada bueno lo que estaban por hacer, no era ni por lejos una solución inteligente, - ¿pero qué lo era? –, no existía al menos en su razonamiento una manera sana de terminar con eso. Enfrentarlo no era la solución, psicoanalizarse tampoco, fingir que no sentía nada ocultaba el problema para el resto pero no para sí. Luchar y castigarse sonaba interesante, la visión poco objetiva de la morbosidad transformada para dar paz... ytodos los caminos volvía al mismo lugar, la evasión del problema, no importaba de dónde tomara partida en su propia cabeza, porque después de todo estaba sola, y sólo ella podía ayudarse a emendar sus propios errores, pedirse perdón a sí misma y comenzar a intentar ser por lo menos un poco más sincera, pero no tenía tiempo de vencer los problemas de casi cien años en las próximas veinticuatro horas. Tenía que estar preparada para la verdadera lucha en la que se jugaría el destino y la felicidad de su Amo, y para eso tenía que despojarse de sus problemas.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora