Capitulo 02: Maldiciones Oscuras

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Podía recordar a duras penas la sensación de lo que era la piel de Naths rozando la suya, en aquel acto puramente carnal que habían compartido, ni una sola vez le había dicho que la quería o necesitaba, cosas que en aquel momento eran ciertas, y ahora, cada palabra quemaba su piel, incinerándolo entre las llamas.

Podía recordar vagamente las torturas que había padecido, he incluso lo que había significado caer en un mundo que obviamente no conocía, en el medio de un imperio en ruinas tratando de protegerse constantemente. No había sido un soldado como la mayoría de los Ángeles, él no había conocido en verdad lo que era ser un Ángel, ni siquiera era uno maldito, pero eso no importaba ahora... sólo ella podía importarle, Nathalie.

Algo en su interior se modificaba cada vez que pensaba en su Ángel, como si su Alma pesara manos, porque la podía sentir, Prune había devuelto disolviendo la mayoría de los castigos que había impartido Beel, no estaba agradecido, lo estaría con ella si en su momento hubiese hablando para detener el infierno por el que había pasado, que devolviera su alma después de siglos de no tenerla sólo podía tomarse como un gesto de compasión, y él detestaba la lastima.

Ahora que podía volver a sentir medianamente, era en donde más cerca quería tenerla. Ya no estaba privado de nada, porque podía detectar la diferencia, ahora se sentía libre al fin, una libertad que en verdad no disfrutaba, pero lo sentía.

El oscuro abismo en el que se estaba tirando a sí mismo era infinitamente grande, y el dolor disminuía mientras más profundo cayese. Las ansias de sangre se volvían casi irrefrenables, no podía con aquel remolino de emociones desesperadas, pero sabía que todas se consumían con la misma rapidez con la que despertaban, estaba perdiéndose nuevamente, y sin su Ángel no existía un por qué retener su cordura y compasión, dos cosas que jamás había experimentado, pero que a veces rozaban la superficie de su armadura.

Ya no intentaba explicarse a sí mismo lo que por dentro sentía, no había sentido en refutar o buscar una excusa, lo único que en verdad era real y latía sobre su pulso, era su necesidad de ella, como tantas otras veces había pasado. Y ya no se sentía como un niño intentando apalearla con su silencio, sabía que si conseguía traerla, no se apartaría de ella ni un solo segundo, porque era simplemente tortuoso no tenerla, ni siquiera sabía si había pasado una semana o un mes. A juzgar por sus adentros, sabía que era poco tiempo.

El dolor era punzante y desgarrador, pero las cosas empeoraría, si no la encontraba pronto, todo empeoraría...



***



Sonrió por la misma ironía de todo lo que alguna vez había vivido. Nadie pensaba en la amarga sensación de estar muerto y continuar de pie. Nadie reparaba en él, aquel había sido su castigo, la maldita ilusión de la soledad agrietando su alma.

Podía decir que se había hartado de sí mismo, pero lo cierto era que si lo afirmara, estaría mintiendo. Eso jamás pasaría, adoraba demasiado su existencia como para aborrecerla, detestaba su castigo, pero no a él... esa era la diferencia.

Argos creía que su maldad sólo era la deficiencia de un mal cálculo, y aunque todo fuera su culpa, jamás la aceptaría como tal, porque simplemente no le interesaba sentir pena de sí, había sido castigado y estaba soportando su pena, sin ella, en realidad... sin nadie.



Sus manos siempre bañadas en sangre eran el frío recordatorio de lo maravilloso que era poder aniquilar a alguien y disfrutar de su locura. Pero todas sus victimas habían llegado un poco tarde, él no sentía piedad por nadie, ni siquiera por su propia Alma. Roma había sido la única luz entre tanta oscuridad, pero qué importaba eso ahora, no podía cambiar lo que era, y ciertamente, se había convertido en un ser mucho más desagradable de lo que había sido con ella.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora