Capitulo 07: El nombre del Fuego

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(Aclaración, esto en sí no pertenece a la Saga Ángel Oscuro II, es la historia de como Roma y Argos se conocen, y para no ponerla a parte, la agrego al libro, además porque es importante, pero sólo es éste capitulo, luego los demás todos endrán que ver con la Saga)

31 de Mayo de 1965

«Demasiado lejos, su cerebro rugía y gritaba. Estaba furioso, mucho más de lo que en su vida había estado. La soledad comenzaba a aplastar con fuerza un corazón completamente oscuro.

Maldecía a sus hermanos, y más aún a los que no lo eran, no lograba entender por qué y a la vez, la certeza de saberlo lo enojaba todavía más.

No podía calmar su temperamento, su temple siempre había sido sádico y ruin, pero había llegado a un claro plano en que la maldad y el dolor ya no llenaban aquel vacío de su cuerpo. Iba mucho más allá, su condena lo estaba enloqueciendo, no había hablando con nadie en eones. Sólo mantenía pequeñas charlas con las mujeres a las cuales ultrajaba, o mejor dicho con las pocas que podían escucharlo, pero aquello ni siquiera podía llamarlo conversaciones.

Y aunque fuera su error, jamás bajaría la cabeza ante nada, un hombre no era así, él no era así. No se lamentaría, lo hecho, hecho estaba, no había vuelta atrás, y si la hubiera, sabía que volvería a masacrar a su hermano de igual forma, y con la misma saña, eso le decía que no aprendió nada, o por el contrarío, que el castigo le valía mierda y no había absolutamente nada que aprender.

Lejos de haber recapacitado, o como mínimo haber bajado la cabeza, volvía a su sadismo, aquel que por tantos años había experimentado. Le gustaba, le fascinaba... por más que su mente se negara a aceptar entrar a casas de jovencitas y perturbar sus sueños, había sido malditamente divertido. Más cuando ellas no quisieran en un principio, pero todas terminaban accediendo, porque después de todo, le rogaban, y por más que ninguna lo hubiera tocado realmente, o como mínimo mirado sus ojos, él se sentía todo un hombre, sólo en aquel instante su hombría era tirada por la borda, aunque dudaba seriamente de que tuviera una...

Suspiró antes de tomar nuevamente de la botella de cerveza que tenía entre las manos, no podía negar que adoraba el sabor de aquella bebida absurda, aunque le hastiaba el hecho de no poder perder la conciencia con sólo una, o un cajón, necesitaba mucho más. Pero con las rondas que tenían planeadas para aquella noche, una iba a ser suficiente, no quería desconcertar a las infelices humanas, no quería que lo sintieran de ninguna forma.

Jamás usaba perfume, no le gustaban aquellas chorradas de hombres, se afeitaba por mero acto reflejo si es que se encontraba con ganas de perder tiempo, y una que otra vez usaba shampoo con esencias raras, la gran mayoría de las veces solamente usaba jabón blanco y la mierda. No era como si tuviera a alguien a quien impresionar - no era como si alguien se percatase de su presencia –, después de todo, poco importaba a qué oliera él realmente.

Respiró pausadamente mientras le pedía al cantinero la cuenta, por supuesto que el bastardo lo veía, no era un bar normal, él jamás podría ir a uno y pretender que lo atendieran.

El Inmortal lo miró con recelo y él pagó como si en verdad le hubiera importado ser un buen ciudadano, Argos sabía que se podía ir sin pagar y el bastardo se arrancaría los testículos con un picahielo antes de recordarle el hecho de que su cerveza no corría por cuenta de la casa.

Como era costumbre, ni bien giró, todos bajaron la vista y se apartaron de su camino, y no lo agradecía, le parecían un montón de malditos chupapollas, ni siquiera lo miraban a los ojos... pero no les dio importancia, los Elfos y Brujos que estaban allí poco importaba si ninguno se atrevía a mirarlo, no eran nada, simple escoria. Le sonrió a Sigrid la única Bruja con las suficientes pelotas o escaso sentido común, que no había bajado la vista y menos que menos, se había movido del medio. Sabía por qué era, la maldita se tenía una gran estima y se creía mucho mejor que cualquiera, y al decir verdad, a Argos le importaba muy poco, pero le encantaba recibir una sonrisa a cambio, por más sádica y sin gracia que fuera, lo estaban mirando, sin temor, plantando una batalla menor, ya que sabía que ella se apartaría si él decidiera desenfundar su espada. Era Bruja, no estúpida.

Saga Ángel Oscuro II. La Dama de BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora