V. Fernando

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Diciembre, presente

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Diciembre, presente....

Olvidar...

Si pudieran cumplirle un deseo, sería el olvido.

Olvidar lo que hizo, lo que le condena, lo que lo tiene atado a esta vida insulsa que le provoca náuseas. Su propia existencia nauseabunda, el constante recuerdo de que no merece estar ahí que debía haber muerto hace años.

Quiere olvidarlo todo pero aquello es imposible. Lo sabe y aún así no puede evitar anhelarlo.

Fernando se sienta sobre las sábanas frías, las mira todas revueltas y observa sobre todo el espacio que hay entre ellas. Fer había oído a Claudia marcharse pero para la comodidad de ambos había decidido mantener los ojos cerrados cómo si continuará dormido.

Si tan sólo hubiera visto la mirada de cristales en los ojos de la chica, en cómo se había sentido pequeña en ese mar de blancura, en cómo se había sentido manchada al descubrirse a su lado... Se dice que hasta el corazón más destrozado podía romperse en pedazos.

Fernando sabía que si la miraba a los ojos, se quebraría por completo.

No podía quebrarse, no era digno ni siquiera de sentir dolor. Porque el dolor le hacía sentir vivo, le hacía recordar que aún podía sentir y para él, el sentir, era prohibido. De igual manera su ausencia a su lado lo había hecho sentir terrible, sentir ese hueco dónde Claudia había descansado anoche.

Anoche.

Algo había ocurrido, algo realmente malo.

Sabía que Claudia lo había escuchado también. Fernando había estado hasta altas horas de la noche editando el vídeo que subirían la mañana siguiente, sentado frente al computador había conectado su USB de Internet móvil, aquella ocasión había puesto la música sin audífonos. Trataba de poner música de fondo.

El capítulo era sobre una prisión abandonada y realmente estaba tratando de componer el vídeo pues aquella ocasión la investigación había sido aburrida, casi nada rescatable o interesante que mostrarle a sus seguidores pero Fernando era la magia pura, pues él podía componer hasta un centro de diversiones en algo tétrico y sombrío, a si pues comenzó a cortar y editar sobre su trabajo mediocre de aquella ocasión y entonces pausó el vídeo, el rostro de Claudia se congeló mientras sonreía a la cámara.

Sintió a su corazón estrujarse.

En secreto, siempre hacía lo mismo. Casi nunca en la realidad la miraba, casi siempre los dos mantenían una distancia prudente, a penas si disimulaban palabras para los vídeos y que estos no se vieran extraños pero en realidad los dos se evitaban, pero cuando todos se iban de su alrededor y Fer se sentaba en la computadora era libre de mirarla en la edición. Era pues como un anciano que miraba la fotografía de su mujer difunta, era pues cómo mirarla a los ojos sin sentirse tan culpable.

Las Horas en el JardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora