Capítulo XXXVI. Las espinas en el pecho
Enero, 1909
La historia nunca ha sido amable con los héroes, nadie con buen corazón resulta tener un final feliz, los dioses - cualquiera de ellos- tienden a lazar monedas al aire y jugar con el destino de todos.
Gabriel era sólo el juego del enorme rompecabezas que se perdía en el otoño, quizá fue esa misma ferocidad atemporal de saberse mortal lo que lo llevo a colocarse frente a Gloria cuando el arma estuvo frente a ella.
-¡No lo haga, por favor! - suplicó, los dedos de Stephané Moulian se paralizaron en el mástil del arma. Gabriel lo miró suplicante mientras a su espalda Gloria lloraba sobre el suelo, ocultándose la cara con las manos.- ¡Por favor!
Los ojos verdes de Step relampaguearon feroces sobre el muchacho y después de un minuto que le supo eterno, Step, volvió a apuntar el arma, dispuesto a matar a ambos si era necesario.
-¡Por favor! - repitió arrodillándose delante de él, los ojos de su amo volvieron a evaluar la escena entre la chica y el joven jardinero a sus pies. Su mandíbula se tensó.- ¡Se lo suplico, no lo haga!
-¿Quién demonios, eres tú?- le preguntó con los dientes apretados, en ningún momento, bajo el arma.
- ¡Me la llevaré de aquí!- dijo en cambio, tanteando a su espalda para tomar de la mano a Gloria, Step volvió a apretar la mandíbula. - ¡Nos iremos de aquí! No... no lo molestará ¡Se lo juró!
- Dije- volvió a mustiar y acercando el arma, le apuntó a la frente.- ¡¿Quién eres tú?!
-Ga... Gabriel Alfaro, se... señor- le contestó con voz estrangulada, los ojos negros del chico miraron arriba donde un sólo click dependía su vida. Gabriel volvió a mirar a los ojos verdes de su amo, coléricos e iracundos. -Soy... el, jard... jardinero.
-¿Y qué demonios haces acá?
- Déjeme llevarme a Gloria lejos de aquí...
-¿Por qué habría de hacer eso?- farfulló con una risa cruel en los labios. -¡Es una puta!
Gloria ahogó un gemido lastimero, como si no pudiese creer lo que estaba escuchando, como si un pedazo de su alma se fragmentara al oír las palabras de la boca de su amante, se llevó las manos al pecho, volviendo a llorar.
Gabriel pasó saliva, nervioso. Estaba viendo a la cara a la muerte pero... después de todo, Gabi ya conocía el más allá hace mucho tiempo por lo que se puso de pie y consigo Gloria y miró con serenidad al hombre rubio que veía a los dos con desdén.
-Yo me haré cargo de ella- le pidió con voz más alta. -Jamás tendrá que volver a verla, ni a ella ni a mi- y aquellas palabras supieron a condena. -Seré yo quién me haga cargo de su hijo...
-¡Esa cosa!- le señalo con furia- ¡No es mi hijo!
Gabriel asintió, no perdiendo los estribos.
-Tiene razón- le dijo con calma- Es mío.
Detrás de los muros, los ladridos de los perros se oyeron cercanos y entonces Step bajó el arma, agudizando el oído. Un atisbo de culpa le llenó los ojos.
La cacería, estaba cerca de ellos.
Se mordió los pálidos labios y observó con detenimiento a las dos personas que estaban delante suyo, le basto un solo segundo para mirar los ojos de Gloria para ahogar un gemido, no los pudo mirar a los ojos cuando volvió a hablar con ellos.
- Lárguense- dijo casi en un susurro. Gabriel tomó a Gloria de los hombros, no esperando ni un minuto más para que el joven amo no se arrepintiera. -¡Lárguense! ¡No los quiero volver a ver en mi vida!
Y así lo hizo, Gabi tomó a la mujer de la cintura y la levantó del suelo a pesar de sus quejas y la obligó a correr lejos de aquellos muros, de la enorme mansión Moulian.
(...)
Algo grave había pasado, Donnie lo supo bien cuando en el desayuno ninguno de sus hermanos asistió al gran comedor. Sin embargo, poco le importó pues el recuerdo de la noche anterior aún estaba marcada sobre su piel.
Gabriel...
Gabriel y sus labios...
Gabriel y sus besos....
Sus manos sobre su cuerpo, ella a su lado.
Jamás había sido tan feliz en su vida como la noche anterior, jamás volvería a ser tan feliz en su vida, no había manera. Así que, sonriente asistió a sus deberes, aun cuando madamme Larita sólo estuvo regañándola por lo distraída que estaba, ni una sola vez, dimitió su sonrisa.
Aún en su sueño de día, Donnie se sentó sobre el alféizar de su ventana, esperando poder ver desde ahí los jardines extensos de su hogar y así poder vislumbrar al hombre que le había robado mitad del alma. Pero no fue eso lo que se encontró, en cambio había dos mucamas bajo su cuarto, hablando quedamente entre ellas.
-¿Te enteraste de lo de Gloria?- murmuró una de ellas.
- ¿Embarazada, dices?
Donnie levantó una ceja, intrigada por la conversación, por lo que se ocultó mejor para que no la atraparán escuchando. La mucama asintió a su amiga y se acercó más a ella para susurrarle más bajito.
- Dicen que es de Gabo- murmuró la otra. Donnie sintió que la sangre se iba de su cuerpo, un escalofrío le recorrió la espina dorsal- Don Jaime no vino al trabajo pues dice que anda buscando su hijo, el capataz dice que ayer en la noche el amo Moulian los encontró a los dos y los hecho del pueblo...
La muchacha asintió lentamente y espetó.- Quién lo diría, ¡Con lo buen muchacho que parecía Gabriel!
No pudo soportarlo más. No pudo oír una sola palabra más de todas aquellas mentiras, con un sabor agrio en la boca salió de su habitación completamente enojada -¡Cómo se atrevían hablar así de Gabriel!, ¡Él jamás haría algo así! ¡¿Es qué la gente no lo conocía en absoluto?! -Furiosa caminó por los pasillos de aquella gigantesca mansión, la sangre le pitaba en los oídos. Estaba más que enojada, estaba tan indignada de todas esas calumnias y estaba dispuesta a ir a reclamar todos esos perjurios si no fuese por que en la sala de estar, mirando con ojos llorosos estaba el padre de Gabriel suplicándole algo a su hermano mayor.
Los ojos de Stephané relucían arrogantes y desdeñosos, cómo cuando alguien mira una basura. Donnie se quedo inerte, mirando desde la puerta la escena frente a ella. Don Jaime Alfaro, se inclinó a su amo y volvió a suplicarle con voz rota.
-Por favor, mi señor- sollozo- deje que regrese, mi muchacho es un buen trabajador, ha estado sirviéndole el mismo tiempo que yo y jamás ha recibido una mala noticia suya, jamás ha sido desobediente ¿Cómo esto puede ser motivo de su rechazo?
- Su hijo- espetó su hermano sin mover un sólo músculo- Fue encontrado haciendo actos indebidos bajo mi propio techo ¿No le parece eso, una razón suficiente tal insutlo para correrlo de mi hogar?
Fue cómo si las espinas de todas las rosas le desangrarán el pecho, una cosa era escuchar rumores del servicio y otra era, saber que todas eran ciertas. Sus lágrimas fluyeron sin parar. Un sollozo como el corazón roto del otoño, Donnie se sintió pesada, una pena que le hacía perder el aliento.
Caminó evitando las miradas de todo mundo, perdiéndose en los pasillos que llevaban al jardín de las rosas que una vez compartieron. Sentía que una espada le atravesaba el pecho y la espada estaba rota en un millón de estrellas moribundas.
Se recostó en el pasto, arrugando su vestido rosa que se había puesto aquella ocasión, se sintió cansada, como si no aguantará su propio peso y ocultó el rostro mientras lloraba en aquel rosal.
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Las Horas en el Jardín
ParanormalHabía una vez, un bosque. Dentro había un laberinto, Y en él un sólo camino, Que la llevaba siempre a él. Trilogía de flores Marchitas , libro III