XXXIII. Las profundas aguas negras

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Estaba perdido... Era la conclusión lógica para esta situación, sin embargo por más que aquello fuera lo más obvio algo en su cabeza le terminaba diciendo que aquello era imposible.

Él jamás se perdía.

Antuan volvió la vista de nuevo a sus espaldas, escuchando pasos detrás de él. De nuevo, sus ojos verdes no notaron nada más que sombras, que terminaban ocultándose detrás de los troncos más grandes de aquel bosque.

A pesar de aquellos ruidos y sensación de vigilia, los muertos (extrañamente) estaban bastante callados. Apretó sus dientes, frustrado y tenso por estar en esa situación. De nuevo miró a ambos lados de su camino y lo único que reconoció fue más bosque y el laberinto eterno de árboles gigantes a su alrededor.

Se sintió pesado, como si sus piernas fueran de plomo: Le costaba alzar una tras otra, en su pecho su corazón latía ferozmente sobre sus costillas y asombrado reconoció que estaba nervioso.

Sintió náuseas, realmente no tenía ni idea de dónde estaba. Exhausto de tanto andar entre la oscuridad se detuvo cerca de unos arbustos espesos y se dejó caer fatigado. Hacía frío, una sensación de malestar le hizo estremecer los huesos.

Y entonces la escuchó.

Sus ojos buscaron entre las penumbras algún indicio de la voz que escuchaba a su alrededor. Le pareció una pesadilla, pues aquello no podía ser cierto. De nuevo, el canto se oyó lejano y de repente tan cerca que casi pudo jurar cantaban sobre su oreja, pero aquella ocasión sólo la oscuridad le regresó la respuesta.

Tan pronto como siguió la voz, se encontró con un lugar del que eran protagonistas sus peores pesadillas. Antuan retuvo el aliento, cuando sus ojos encontraron la salida de aquel laberinto de árboles que hasta hace un momento, no parecía tener fin. Sus pupilas se agrandaron, entre el terror y la realización de lo que se encontraba delante suyo... Lo primero que notó fue el olor, penetrante y fuerte, repulsivo. Agua estancada, quieta por tanto tiempo, le dejó claro al dar un paso al frente y encontrarse con el pantano extendiéndose a su alrededor.

Se quedó un segundo sin aliento, uno que lo devolvió nuevo al pasado, miles de memorias le asaltaron la mente. Cada uno de ellos, ensartándose con un collar roto, como piezas de rompecabezas que se unen y se pierden por completo.

El lago...

Donnie...

Oscar...

"Al frente, Antuan" La voz de su amigo a sus costados, le rompió el corazón. Cerró los ojos fuertemente, cuando los recuerdos de toda una vida pasada, de una niñez perdida volvieron a él como cuchillas. " Al frente"

Es apenas un borrón en la esquina del paisaje, una bruma o una sombra que lo distrae, Antuan  tiene los ojos húmedos por lagrimas de todo lo que le han arrebatado en ese sitio, se talla los ojos y enfoca su vista.

"Al frente, Antuan"

-¿Oscar?- pregunta y un vértigo le hace tambalear, parpadea continuamente, buscándolo.

"Al frente" le dice de nuevo y la sombra se dirige a esa dirección. El chico la sigue con la mirada y entonces, todo mareo pasa a un segundo plano y sus ojos se vuelven a aterrorizar.

Hay un chico en esas aguas turbias que todo lo consumen y en esta ocasión, no es un chico pelirrojo el que se encuentra atrapado. Antuan no lo reconoce de ningún sitio, pero no es necesario hacerlo por que el recuerdo, lo que se ha perdido... todo, cobra sentido. No tiene que reconocerlo, ni siquiera recordarlo por lo que corre rumbo al muchacho y lo jala de los brazos, para sacarlo de ahí.











(...)

Claudia miraba ajena a la ventana de la habitación. Las hojas bailaban en el suelo movidas únicamente por el viento otoñal que envolvía a la ciudad.

Mirando aquella danza, todo parecía a punto de morir. Un baile que tiene de acompañamiento el constante movimiento de las manecillas del reloj.

Su mente, vaga a atardeceres de años pasados, todos protagonista de momentos más felicites: una casa en la playa, una pelota estancada en la arena, una niña rubia con vestido azul.

El mar de recuerdos, se vierte sobre ella y tan pronto como inoportuno, se encuentra llorando en silencio.

Penny

La puerta principal se abre de golpe y de ella aparecen dos hermanos, con los ojos atormentados. Claudia no se levanta a recibirlos, en cambio se queda sentada en el mismo sitio donde los vio partir.

La mujer, parece completamente ausente al entrar en la sala. Clau se da cuenta de que sus manos tiemblan cuando se apoya en la pared continua. Detrás de él, estaba el oficial que la sacó del bosque, al igual que su hermana parece consternado.

—Lo sabías — murmuró Martha a medias. — Lo sabías ¿No es verdad?

Sus ojos, son dos esferas negras que miran inquisitivamente a su hermano. Este no la mira, su vista estancada en el suelo, Pablo lame sus labios secos y luego pasa saliva gruesamente.

— No... no lo recordaba.

—¡¿Cómo puede ser eso...

Pero la radio de Pablo interrumpe el reclamo. La estática abarca todo el espacio, llamando la atención del policía, las manos largas de Pablo toman el aparato de su cinturón y se lo lleva a los labios.

—Escuchó– dice apretando el botón de la izquierda. El silencio pasa a través de la bocina y luego, de nuevo la estática. Pablo junta sus cejas, extrañado y vuelve a llevarse la bocina a los labios— Te escuchó.

Por un momento, alguien dice algo indescriptible. La frente del oficial se arruga mucho más cuando vuelve a repetir la pregunta pero sólo el ruido blanco le devuelve la respuesta.

— Te escu...

"Pablo" se escucha a medias. Pablo sacude el aparato y antes de que pueda volver a hablar, la voz de un joven sale del aparato. "Pablo"

—¿Antu...

"Tienes que venir"dice la voz distorsionada, por la manera en la que el rostro de Pablo se ensombrece Claudia sabe que algo malo pasa. "Tienes que venir por mi"

Las Horas en el JardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora