Capítulo XLI. Azul, rojo y los pedazos de un ayer

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Capítulo XLI. Azul, rojo y los pedazos de un ayer

Algunos años antes...

— ¿Todavía aquí?— Fer le sonríe a medias a la chica rubia que tiene al lado, Penny pestañea sorprendida cuando lo mira. Ambos se encuentran delante de la puerta principal de la clínica de rehabilitación, Penny asiente. —¿Claudia no va a venir?

—¿Puedes dejar de sonar tan desesperado?— le sonríe burlonamente, las mejillas de Fernando se colorean de rojo, avergonzado por la insinuación, lo que hace que Penny suelte una carcajada completamente divertida por su expresión.

— Basta— masculle molesto mirando al piso, ella no para de reír, la gente que va entrando a la clínica los mira incómodos por el alboroto de ambos, pero ni así disminuye las carcajadas de su amiga.

Comienza a sospechar que nunca debió haberle dicho que le gustaba su hermana.

— Mi hermana no ha de tardar— menciona la rubia moviendo sus cejas de arriba a bajo—, además no te sientas incómodo, ella también pregunta por ti.

—¿En serio?— no quiere sonar desesperado pero por alguna extraña razón, no lo logra. Penny le sonríe mientras asiente, el viento de verano vuela un poco de su cabello rubio y Fer, se pierde un minuto en su color dorado.

— En serio— susurra ella, mirándolo con detenimiento.

Por un momento, ambos se miran al rostro, Fer piensa que jamás la había visto con tanto detenimiento, la piel clara de Penn, la forma en cómo resaltan algunas de sus pecas en el puente de su nariz,el color rosa de sus labios, la forma de corazón que estos tienen, el azul de sus ojos...  el dorado de su cabello.

Una palabra que se le viene a la mente, le sabe a prohibida.

Hermosa.

—¡Penny!— se escucha al otro extremo de la banqueta. Ambos salen del trance y miran al otro lado, donde Claudia los saluda efusivamente. Llega hasta ellos y se detiene un minuto recuperando el aliento.Ha corrido desde la parada del autobus, por lo que necesita recuperar aire antes de que le de un paro cardíaco —¡Lo siento!— dice jalando aire— se me hizo tarde...

— Está bien— dice su hermana con una sonrisa dulce, Penny recoge con una mano su cabello suelto— no importa, estaba platicando con Fer ¿verdad?

El chico no le contesta, sus ojos se quedan a mitad del sueño de día que estaba teniendo. Penny parpadea asombrada al notar la mirada fija del muchacho aún en ella y no evita que sus mejillas se pinten de rojo.

Sin embargo, la historia de este amor prohibido no comenzaría en ese instante, habría que pasar días hasta que la bomba de las manos de Fernando explotara. Quizá... siempre supo lo que iba a ocasionar sentirse minúsculo en su corazón partido, un fantasma en medio de un mundo de sombras que vaga sin ser parte de nada.

Habría que pasar tiempo y probar labios equivocados para la tragedia.

Cuando por fin lo vio, era tarde. Claudia lo tomó de la mano y él se sintió extraño, ausente, Claudia le besó los labios y se sintió amargo. Cuando iba por ella a su casa y salía Penny a recibirlo su corazón se aceleraba de una manera que no se suponía debía acelerarse.

— Ella vendrá enseguida– le decía, sin embargo Fer rogaba que su novia se tardará un minuto más, unos minutos más... que esos ojos azulísimos lo miraran un poquito más.

Entonces todo fluía como debía ser, sus labios hablaban por él cuando estaba a su lado, cuando Penny y su cabello de oro lo miraba y le sonreía...

— Estoy tan feliz de que estés con Clau— le dijo cierta ocasión en la sala. — La ha pasado tan mal todo el tiempo, ella no me lo diría pero sé perfectamente que, cuando mis padres murieron tuvo que cargar con la responsabilidad de cuidarme... — sus ojos palidecieron un rato y Fer no tuvo la fuerza para soltar su mano. — le agradezco mucho que haya cuidado de mi pero... aveces siento que le robe algo, ya sabes, que una chica de su edad no debería preocuparse por cosas como cuidar una enferma...

— Es importante nuestra salud mental— le recordó los consejos de la terapia, una sonrisa amarga se le dibujó en los labios.

Ella asintió.— Lo sé y de nuevo, le agradezco todo lo que hace por mí pero... quiero que sea feliz— y sus ojos lo miraron con anhelo, uno que le supo más ácido que amargo. — Por eso estoy tan feliz de que estés con ella, la haces feliz de una manera que jamás la había visto antes.

Se sentía un farsante.

Alguien cruel y despiadado... pero ¿Podía contradecirla?

Ella era feliz viendo a Claudia a su lado. Fer se mordió los labios y se sintió la escoria más grade del mundo cuando le dijo que la amaba.

Lo recordaba todo muy bien, Penny había tenido una de sus crisis nerviosas en la calle, Fer la había llevado a su casa para tranquilizarla. Entonces le había tomado de las manos mientras ella lloraba, la había abrazado de la cintura, pegándola a su pecho, consolándola.

- ¡Estoy tan casada de esto!- había murmurado ella, envuelta en su propio pasado, en sus memorías, en ese túnel oscuro en el que aveces nos perdemos. Fer le había acariciado ese cabello dorado, que alguna vez le había hecho mirarla más de dos segundos, le seco los ojos azules, esos por los que su corazón había firmado sentencia y en medio de toda la tormenta, la beso.

- Te amo- le dijo en voz bajita y los ojos de Penny se asustaron por esas palabras. Por la verdad que le había estado ocultando tanto tiempo, por la culpa del secreto. Por un momento, pensó lo peor, que había echado todo a perder, que era obvio que escogería estar del lado de su hermana, que descubriría que era un monstruo que utilizaba el corazón y los sentimientos de Clau para mantenerla a su lado, para qué (aunque sea de esa manera) pudiese seguir a su lado.

Estaba enfermo... y sin embrago, grande fue su sorpresa cuando los labios de la chica rubia presionaron los suyos y continuaron el beso. Fernando recuerda jadear sobre la garganta, una resolución y paz le empapo el alma cuando la tuvo en sus brazos, cuando la beso como siempre había querido besarla, cuando la recostó en su cama y la amó como solo puede amar un corazón loco y enamorado.

- Te amo- le volvió a susurrar a la mañana siguiente, antes de dejarla un momento... un sólo momento para bajar a comprar café... había tantas cosas que tenían que hablar.

Había tantas cosas que discutir.

El café se regó por todo el suelo cuando Fer abrió la puerta de su dormitorio al regresar, las sábanas esparcidas en el suelo y sobre la cama, estaba la chica rubia bañada de rojo, una escarcha que iba desde sus muñecas hasta el suelo. Y sus, esos azules de los que se había enamorado, lo miraban sin vida.

Las Horas en el JardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora