Capítulo XXVII. Fernando
Era difícil pensar en una tragedia mayor, mucho mayor después de haber vivido el infierno en vida.
Sin embargo, algo estaba claro y es qué hay veces que la realidad nos sorprende y termina por burlarse de nosotros pues no tenemos ni idea de lo que hay a nuestro alrededor, ni siquiera de lo que nos espera.
Fer veía trepar una tras otra las llamas ardiendo sobre la madera de aquella roída cabaña, sin embargo no fue bien la terrible escena de ese infierno lo que lo tenía congelado en su sitio. Dentro de la casa, a través de los cristales, el rostro de Penny lo observaba con determinación.
Hay veces, en algunas ocasiones que queremos decir algo y que sin embargo no nos atrevemos a hacerlo. Fernando quería decir en voz alta que ahí dentro estaba viendo el fantasma de la mujer que había amado tanto, sin embargo la realidad fue que su sangre se congeló por completo y sus labios se sellaron como plomo, tenía el corazón acelerado y lo único que podía prestar atención era el rostro de Penny detrás del cristal.
-¿Qué demonios haces?- le preguntó Moi a su lado, el agarre fuerte de su mano sobre su hombro fue lo que hizo despertarse y darse cuenta de que estaba caminando directo a las llamas de aquella cabaña. Fer frunció el entrecejo y volvió la vista a la ventana, donde solo a segundos antes estaba Penny. - ¿A caso estás loco? ¿Quieres morir?
-No... yo...
-Tenemos que irnos de aquí- dijo Sergio a su lado, ambos se miraron entre ellos, la quietud con la que hablaba su amigo los consternó más de lo que las llamas lo hacían. Sergio miraba la escena como si de un cuadro se tratara, como si estuviese reflexionando entre todo el caos, como si... esperará que esto sucediera.
-¿Dónde esta Claudia?- se oyó a mitad del bosque, Fer dejó de mirar al chico rubio para poner atención a lo que Moi estaba diciendo, el chico de los rulos cafés miraba desesperado a su alrededor y fue entonces que Fernando entendió a quién buscaba tan desesperadamente, los ojos de ambos se encontraron. -¿Dónde está Clau?- repitió Moisés- ¿Alguien la vio?
Los ojos de Fernando recorrieron los alrededores, buscando junto con su amigo los rastros de la chica peli azul, sin embargo la noche comenzaba a caer sobre ellos y no fue sino más las sombras de los árboles y ramas lo que se visualizaba a su alrededor.
-¡Clau!
-¡Clau!
-¡¿A dónde creen que van?!- les gritó Sergio y su voz sonó diez tonos más arriba- ¡Vuelvan aquí! ¿Es que acaso quieren perderse también?
-Tenemos que buscarla- le contestó Moisés, asustado. Sergio bufó por lo bajo, mostrando un rostro completamente enojado- No podemos dejarla en medio de la noche...
-Tenemos que estar juntos- le repitió el muchacho, Moisés apretó los labios, furioso.
-¿Qué estas diciendo? ¿Qué debemos abandonarla?
-Qué tenemos que seguir juntos- le repitió. ¿Qué vas a ganar buscándola solo, en medio de la noche? Seguramente también corrió como nosotros al ver este infierno.
Fernando que no había podido decir palabra, pestañeó como si de nuevo, despertara de su ensueño. -Tenemos que buscarla- dijo- hay que buscarla.
Sergio iba a decir algo, hasta que las llamas se alzaron de nuevo y entonces, el fuego se expandió por completo no solo devorando las tablas secas de la cabaña si no consumiéndose todo a su alrededor, lo primero que sintió Fernando, fue el calor inmenso que se propagaba por todo el lugar y lo segundo fue la tormenta que caía sin ímpetu sobre ellos y que, a pesar de la fuerza en la que caía no era la suficiente para apagar el infierno que se había desatado entre ellos.
Lo siguiente que pudo hacer, sin pensarlo dos veces y por mero instinto animal fue correr, cuesta a bajo de la colina escapando del incendio. Hay veces que el sentimiento de sobre vivencia puede más que el compañerismo y eso fue el detonante para que Fernando corriera lejos de aquella catástrofe.
Fue hasta que el bosque fue tan denso y los árboles a su alrededor tan estrechos que le impedían seguir corriendo que se detuvo por completo, el cielo estaba tan oscuro, sin estrellas a penas un luna pálida que lo dejaba ver sólo un poco de lo que estaba a su alrededor.
Su cuerpo se estremeció cuando se dio cuenta de que, al igual que su amiga, se había perdido. Una ansiedad le recorrió el cuerpo, un terrible nudo lo dejo sin aliento cuando comprendió que se había alejado tanto que era posible, no encontrar la salida de aquel lugar. Fer, sacó su móvil del bolsillo de su chaqueta negra, la luz de la pantalla lo alivio un poco entre tanta oscuridad, sin embargo esta duro muy poco pues se dio cuenta de que en ese sitio no había ni un poco de señal, ni siquiera para un mensaje o para una llamada de auxilio.
El saberse en medio de todo ese arrebol, solo y sin poder hacer nada, lo dejo afligido y cansado que lo único que pudo hacer fue encogerse en su sitio y recargarse sobre los troncos de los arboles. Aterrado, enterró la cara entre las rodillas, mientras sus ropas mojadas por la lluvia se cernían sobre él como cemento sobre sus huesos.
Entonces, en medio de su desesperación a mitad del enorme bosque, escuchó en medio de la calma, la voz de una mujer que cantaban entre los árboles... Al principio, no comprendió muy bien que es lo que cantaba, pero la imagen de Claudia le inundo el pensamiento, fue entonces que se levantó de golpe y prestó atención.
-¿Clau?- preguntó ante la negrura- ¡¿Clau?!
Sus pies, volvieron a correr a dirección de aquel canto, con presura en el corazón y las manos sudando, nervioso por aquella voz en medio de la nada pero decidido a no quedarse en medio de la nada.
La luna le regaló entonces una escena que lo hizo sentir todo, menos a salvo. Delante de él, los árboles le ofrecían un caminó directo a lo que parecía un pantano, pero no fue si no bien las aguas pastosas lo que lo hicieron empalidecer, si no que de las ramas gruesas habían cinco cuerpos de hombre colgando y más allá del lago muerto, había una mujer de cabello canoso, aspecto cadavérico, don dos cuernos que salían torcidos sobre su cabeza y que cantaba una canción un y otra vez... llamándolo.
...Venez, venez âmes égaées,
et qui errent das l'obscurité...
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Las Horas en el Jardín
ParanormalHabía una vez, un bosque. Dentro había un laberinto, Y en él un sólo camino, Que la llevaba siempre a él. Trilogía de flores Marchitas , libro III