X. Sergio

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5 años antes

Hay cierta belleza en las cosas muertas ¿No les parece? Existe incluso una vertiente del arte que alaba a la naturaleza muerta, grandes obras se han hecho baja el nombre del misterioso más allá...

¿Qué es lo que la muerte tiene que nos mantiene tan fascinados?

-¡Cuánto lo siento me tropecé!- El ruido del libro cayendo al suelo hace que Sergio de un brinco sobre su silla. Con las manos adoloridas lo toma de nuevo y levanta la mirada a donde dos niños más grandes se ríen de él.

"Se tropezaron" claro, piensa con un dejé irónico. El timbre suena sobre sus oídos, el recreo ha terminado y Sergio tiene que volver pronto a la aula donde la madre Catalina lo espera para iniciar la clase de matemáticas.

Sergio odia las matemáticas.

A su lado, observa con la vista pegada al suelo a sus compañeros correr hacia su salón. Todos ellos riendo, acompañados de sus amigos...

Sergio no tiene ni un sólo amigo.

-¡Quítate fenómeno!- lo empujan entre todos, siempre ha sido así. Sergio no tiene un recuerdo escolar en el que no suceda lo mismo de siempre, desde pequeño ha sido el blanco de burlas de sus compañeros. Antes las monjas solían defenderlo pero pronto se habían dado por vencidas, después de todo a estas alturas, todo le daba igual.

El salón de nuevo parece más un purgatorio y tratando de ser lo más invisible posible, estanca la vista en sus zapatos. Están sobrenaturalmente lustrosos, su madre lo obliga todas las mañanas a limpiarlos. El negro charol le devuelve su aspecto... un chico ojeroso y pálido como las paredes sobrias de aquel colegio católico, su cabello de un rubio similar al pasto seco de los enormes patios de ese sitio y los ojos, de un color verde triste y apagado que duelen mirarlos.

Sergio tiene quince años pero siente que ha envejecido tanto que sus huesos no son sus huesos y su piel es solamente un disfraz que tiene que usar todos los días para que dejen de hacerle preguntas.

El ruido de las sillas arrastrándose lo despiertan de sus pensamientos y entonces se da cuenta de que la madre ha llegado. Sus ojos se encuentran con ella por un segundo, la misma súplica en sus pupilas que siempre evoca pero nadie parece escuchar... ayuda.

-Silencio- alza la voz entre todo ese griterío de críos- ¡Silencio!

Y nadie tiene el poder de retar aquella orden, todos se sientan derechos sobre sus sillas, manos firmes sobre el pupitre, ojos fijos sobre la pizarra. La madre de pie como una estatua que todo lo vigila.

-Abran sus libros en la página treinta- ordena mientras camina entre los estudiantes, el único ruido son sus mocasines recorriendo la estancia. Sergio observa su libro y busca la página indicada, sus ojos observan aterrado lo que acaba de entender, en su libro arrancada cruelmente esta toda la lección de hoy. - Empezaremos la lectura ¿Escucharon?

Pero Sergio esta aterrado, pálido e inmóvil por aquella cruel broma, detrás de él se escucha una risa sobre su hombro. A Sergio le tiemblan las manos, ha ido demasiado lejos, romper su libro así de repente, no sólo se llevaría el regaño de la maestra sino también de su madre... Sergio no tenía para más libros, no tenía ni siquiera para otro uniforme que el que usaba diario.

-¿Señor Alfaro? -La voz de la madre Catalina lo llama desde el otro extremo del salón, el chico traga saliva antes de mirarla asustado desde su hombro. Aquella mujer de mediana edad lo mira seriamente, las manos a ambos lados de su cadera- ¿Puede comenzar la lectura, por favor?- Pero Sergio vuelve la vista temblorosa a esas páginas arrancadas, le tiemblan las manos y ha comenzado a sudar en frió- ¿Señor Alfaro, tiene algún problema o porqué no ha empezado a leer?- Y los escucha, todo ese silencio de parte de sus compañeros son una burla, lo saben... Por supuesto que saben lo que han hecho- ¡Señor Alfaro!- lo llama de nuevo y escucha como de nuevo, ese andar pesado recorre la estancia hasta llegar a él- ¡¿Acaso no me oyó?! ¡Quiere que lo devuelva a los grupos anteriores para que le enseñen a leer!

-Lo... lo siento, madre- tartamudea el chico.

-¿Qué dijo?

Sergio se encoge en su sitio y con la respiración entre cortada, levanta la mirada al rostro de aquella mujer que no tiene paciencia alguna- Lo siento- repite- No puedo leerla...

-¿Y se puede saber, el porqué?

- Mi.. mi libro...

-¡¿Es que acaso tampoco puede hablar?!- le recrimina. Sergio se vuelve a encoger en su lugar, la sangre se le sube toda al rostro y aunque lo odie, siente ganas de llorar. -¿Señor?

-Lo siento, mi libro- repite con dificultad- A mi libro le falta esa lección...

Las risas se sueltan a su alrededor, nadie a podido aguantar la broma más tiempo. La madre abre la boca indignada y manda a todos a callar con su mirada de hielo, con paso pesado acude hasta el chico rubio que tiene apretado los puños para evitar derramar las lágrimas. Toma entonces el libro de su alumno, corroborando que dice la verdad.

-¡Esto es el colmo!- dice enfadada sus ojos, vuelan a todo el salón -¡¿Quién ha sido?!

El silencio, es su respuesta.

Nadie va a hablar, Sergio lo sabe y también la maestra. Nadie va a hablar porque así ha sido siempre y así siempre será.

 Nadie va a hablar porque así ha sido siempre y así siempre será

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-¿Cómo te fue cariño?

-Bien- dice subiendo las escaleras, se queda un minuto más ahí, de pie... esperando por algo que no va a llegar. Mira de nuevo a la sala, su madre ve su programa sin siquiera mirarle la cara, mejor así igual tendría que explicarle el porque lleva un ojo morado. Sube entonces hasta su cuarto, cierra la puerta con seguro y se va directo a la cama.

Debería quitarse el uniforme, no puede permitirse arrugárselos pues lo necesita al día siguiente pero hoy se siente tan cansado que ni siquiera puede moverse, los ojos se le cierran por inercia, casi una pesadez que tira de él al suelo.

Quiere dormirse para siempre... Ojalá pudiese quedarse dormido para siempre.

-Pobre de mi niño- se escucha en su oído- Siempre, siempre tan triste...

Sergio ni siquiera abre los ojos, conoce esa voz. En cambio, trata de escuchar el ruido de la lluvia que ha comenzado a caer fuera de la casa, es un día triste, es un día como él.

-Pobre de mi niño- repite la voz de su abuela y se queda ahí, tendido en la cama boca abajo, sintiendo como las manos frías de su única protectora lo acogen y le acarician con cariño.- Siempre tan solo, siempre tan triste... pobre, pobre de mi niño.

-Estoy cansado- le responde con voz soñolienta, las caricias en su cabello se sienten tan bien.

Hay algo hermoso en las cosas muertas, ¿No crees?

Quizá es el alivio que trae consigo el descanso eterno, el hecho del fin de todo el dolor que la vida puede darnos, el placer de haber llegado a su fin.

-Quiero irme contigo- le dice entre sueños, las manos de su abuela se detienen un minuto. Sergio abre los ojos con lentitud, no ve el rostro de aquella mujer y sus consuelos. Observa la ventana y como las gotas resbalan sobre ella.- Quiero irme de aquí.

El maullido de un gato lo despiertan por completo. El gato negro se ha quedado afuera, donde la ventana se empapa al igual que su pelaje. Sergio se levanta de mala gana y va directo a abrirle para que el animal no se moje más por la lluvia.

El gato salta hacía adentro y corre literalmente a su cama, su cuarto esta vació, nadie más que su mascota y él ocupan el sitio. Sergio se sienta sobre el edredón y deja que el gato se acomode en sus piernas, lo acaricia como hace minutos estaba siendo el mismo acariciado.

-¿Por qué siempre te escapas, Greg?

Las Horas en el JardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora