Capítulo XLIV. El alardear de los cuervos
En lo alto, el graznar de los cuervos se vuelve una sinfonía que acompaña al bosque y el lamento del viento, recorre las hojas muertas del suelo.
Pablo camina deprisa, dejando atrás los senderos por los que vino y que lo llevarían a la salida. Y, a medida en la que deja atrás el arrebol puede oír a sus costados como, lo vigilan.
Al cabo de unos minutos, los cuervos se detienen volando en círculos sobre un claro que él y su compañero, conocen muy bien. Sus ojos se abren lentamente por el impacto y ni siquiera el olor a muerte es lo que más lo tiene aterrado en esos momentos.
— Volvió a suceder— la voz de Ethan, es a penas un susurro en la conmoción de su cerebro. Al frente, la cabaña que alguna vez construyó Antuan, esta hecha cenizas. Pablo asiente y camina con cautela sobre el campo quemado, se lleva una mano cubriéndose la boca, pues el humo que desprende el suelo es tan denso que le provoca toser. — imposible...
Los ojos verdes de Ethan viajan al cielo, los cuervos de Antuan revolotean sobre ellos. Su rostro baja de nuevo y sus ojos buscan algún rastro de su sobrino. Si los cuervos están aquí... ¿Dónde está él?
Entonces se topan con el cuerpo de Pablo, todos sus músculos tensos, esta de pie, su vista pegada al suelo, este se encoge a mirar algo y Ethan lo sigue con la mirada.
Por un momento, siente que toda la sangre huye de su cuerpo, un escalofrío e impotencia le empapa el alma y con cierto tropiezo, corre al lado de Pablo, que mira un cuerpo calcinado.
No
No
No puede ser cierto
No puede ser...
Con una mano, empuja al muchacho para que pueda ver mejor... si los cuervos están aquí, quiere decir que...
Sus ojos, se encharcan un momento, pero entonces nota algo antes de romper en angustia.
—N... no es...
Pablo niega con la cabeza y Ethan se desploma en el suelo, un alivio enorme le embarga por completo. Delante de ellos hay un cuerpo de un hombre fornido, de tez oscura que es casi irreconocible.
—¿Quién es? — le pregunta a Pablo, este niega con la cabeza mientras se pone de pie nuevamente, sus ojos vigilan alrededor suyo.
— No lo sé — y entonces el recuerdo le asalta la memoria. — Debe ser uno de sus amigos...
—¿De quién?
— De la chica– dice él mirando de nuevo al cuerpo– ella dijo que había llegado aquí con más personas.
—¿Qué chica? ¿Alguien más se atrevió a pisar este sitio?— preguntó escéptico. Esta gente no debía de ser de aquí, nadie de los pobladores se atrevía ni siquiera a mirar por asomo la reserva.
Pablo lo dejó a un lado y entonces suspiró hondamente, alejándose de nuevo del olor a muerte. Ethan observó un poco más el cuerpo y luego, los restos de la cabaña.
Caminó hasta Pablo y lo miró a los ojos.
— No me estás diciendo algo— le dijo entrecerrando los ojos. Pablo recorre su mirada al cielo, los cuervos parlotean sobre ellos pero... ¿Dónde está su dueño?— ¿Qué es?
Pero Pablo no le consterna pues entonces se fija en uno de los árboles roídos y nota algo que no había visto, hay una marca ahí y a penas la toca, los cuervos vuelan de nuevo.
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Las Horas en el Jardín
ParanormalHabía una vez, un bosque. Dentro había un laberinto, Y en él un sólo camino, Que la llevaba siempre a él. Trilogía de flores Marchitas , libro III