Capítulo V |Fotografía

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"No pasa nada mientras estés sentado en casa. Siempre que puedo llevo una cámara conmigo a todos los lados, así puedo disparar a lo que me interesa en el momento preciso. "

-Elliot Erwitt.

Mi primera cámara me la obsequiaron cuando tenía alrededor de casi seis años. Fue el artefacto tecnológico más barato, pero fascinante que me podía haber regalado mi madre, aunque sea con el mayor esfuerzo y esmero puesto en el trabajo.

Cada vez que podía, iba a la plaza y empezaba a sacar fotos a los animales, personas, paisajes y demás, con el anhelo de mandarlos a revelar y regalarles a mi mamá. Siempre que podía, le sacaba una sonrisa con mis intentos de fotos.

Con el tiempo, la pasión por ese hobby fue incrementando de nivel, por lo que cuando comencé a trabajar en Barnum, lo primero que hice con el dinero fue cambiar mi cámara a una de mejor calidad.

Aunque como dicen los grandes fotógrafos, no hace falta tener una cámara de última calidad para realizar grandes fotografías. La mejor arma es la creatividad.

Los talleres que empecé a asistir me enseñaron eso, por lo que nunca olvidaré los grandes recuerdos que arme yo misma con mi cámara vieja y menos moderna. Hasta hoy en día la tengo guardada, confiando que algún día se la podré regalar a mis hijos para que formen sus propios recuerdos.

—Okay, Valentín—observó al niño sentado en la silla de madera y mirando al techo mientras juega con sus manitos—, dame una buena sonrisa para la cámara, así tu mami se pone feliz y guarda esta foto para colgarla en la pared de su habitación. —enfocó bien el lente y veo que no tenga polvo mientras acomodo todo para la sesión. Vuelvo a mirar al niño, quién me observa con el ceño fruncido— Sólo... posa para la cámara, Valentín.

Él muestra sus dientes y pone la mejor cara de angelito para las fotos. Yo le saco de muchos ángulos, tratando de que sean espontáneas y alegres. Le pongo gorros, lentes, globos y demás para ambientar.

—¡Perfecto! —exclamo, sonriéndole al pequeño mocoso de cabellos pelirrojos— Salieron hermosas, ahora puedes ir hasta Marcel para que te dé una manzana de caramelo.

Abro galería para ver las fotos mientras espero al siguiente niño que deba fotografiar.

—Eres increíble en tu trabajo, Alizee. —comenta una voz atrás de mi— Lo haces con tanta pasión.—al voltearme pude ver que se trataba de Tacher, mi profesor de fotografía— Cada día lo haces mejor.

Le regaló una sonrisa al hombre bajito, de canas blancas y lentes color amarillo, acompañados por una barba blanca. Tacher era como el padre que nunca tuve, él que me dio las alas para volar del nido.

—Muchas gracias, Tacher. —dejo la cámara en el trípode y luego me acerco a él— Es genial ésta idea de dar fotografías gratis a las personas para aprender mejor como realizar una sesión.

—Y eso, combinado con tu imaginación y creatividad, es un privilegio.

—Exageras. —ruedo los ojos con diversión— Los demás hacen lo mismo.

—Por eso voy de alumno en alumno repitiéndole lo mismo que te estoy diciendo a ti.

Me guiña un ojo y se va riéndose, para hablar con el siguiente chico. Lo observó, haciéndome la  indignada y luego suelto una gran carcajada. Ese hombre podría tener cincuenta años, pero afirmo que a veces parece uno de diecisiete años.

Al final de la clase me queda el gustito dulce de haber hecho las cosas bien, el oír a las familias decir que mis fotos le encantaron me sacaba una sonrisa, afirmaba que algo bien estaba haciendo y que todo el esfuerzo puesto para mejorar, hacía frutos.

Prescindible AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora