Capítulo VIII |Bonhomía

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—Alizee, ¿por qué las personas buenas sufren?

Miro a Aiden cuando hace esa pregunta; su mirada mostraba curiosidad, tan típica como la de un niño que quería saber e indagar más allá de lo que podía.

—¿Por qué lo preguntas, dulzura? 

—Es que supe que tu mami estaba enferma y suponía que ella es buena, como tú también lo eres.

—¿Y cómo te enteraste que estaba enferma? —dejo de escribir en mi computadora para prestarle total atención al niño que estaba sentado a mi lado, jugando con los lápices de colores que sus pequeñas manos sostenían.

—Le escuché hablando a mi hermano de eso, pero como soy pequeño, no entendí mucho. —encoge sus hombros.

Suspiro.

No podía esquivar el tema, sé que Aiden era lo bastante inteligente para entender mejor que alguien mayor si se lo explicaba.

—La vida nos pone obstáculos, para que sepamos distinguir entre lo bueno y lo malo, para hacernos más fuertes. —acomodo un mechón de su pelo y él me observa atento— Para algunas personas, los obstáculos son cada vez más difíciles, pero si los sabes superar, también te hace más fuerte e indomable. 

—¿Y yo tendré obstáculos difíciles, bella?

—Capaz que sí, eso lo verás cuando vayas creciendo y viviendo experiencias.

Él se queda en silencio, mientras dibuja algo en su cuaderno con los colores que le había regalado Cece. Suponiendo que no preguntaría nada más, vuelvo a mi computadora para seguir haciendo el ensayo, hasta que su voz vuelve a llamar mi atención.

—¿Cómo se encuentra su madre?

Observó sus ojos claros, tan parecidos a los de Sean, que me hacía pensar que era él en miniatura; pero siendo sincera, de personalidad eran totalmente diferentes. Aiden abordaba inocencia, ternura, curiosidad; mientras que Sean era más carismático, audaz, impredecible e indomable.

—Mejor, ya se está recuperando—le sonrío, restándole importancia al asunto para que no se preocupe y siga preguntando— Sólo fue un sustito.

—¿Cómo los de la película Monster Inc?

En su rostro aparece un brillo de ilusión y emoción, al recordar aquella película de monstruos.

—Algo así. —me río de su inocencia— ¿Qué estás dibujando, por cierto?

—A ti. —levanta la hoja y me muestra el dibujo de una chica muy alta, junto a un niño pequeño y un intento de... ¿qué es eso? ¿un perro? ¿un dinosaurio tal vez?— Este soy yo y ella es Zanahoria, mi coneja. —sonríe de oreja a oreja.

—¡Me encanta! —miento mientras agarro la hoja con mi mano derecha observando más de cerca el intento de dibujo de un niño de siete años— Aunque tu coneja no es azul, Aiden. —le señalo el color que uso para pintar al animal blanco.

—Es una bufanda lo que tiene arriba, ¿no lo ve? — frunce el ceño en desconcierto.

Asiento repetidas veces, diciendo lo tonta que soy por no darme cuenta de algo tan obvio como eso. Me levanto para ir al baño mientras anoto mentalmente premiar al niño por hacerme más alta en su intento de obra de arte.

Los pasillos de la mansión se encontraban desolados, casualmente estaba algún empleado o Sean rondando por ahí, pero tanto los primeros como el segundo de mi lista, estaban en otra parte. El carismático Whitman se había juntado con sus amigos para la práctica de lacrosse, por lo que no volvería hasta eso de las seis o siete. Intento encontrar el baño, pero sin querer entro a la habitación de él, encontrándose un poco desordenada y con olor a perfume.

Prescindible AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora