Capitulo IV |Cafeína.

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Primer día de clases.

Ese primer día donde tenes que volver a la rutina. Nuevas clases, nuevos compañeros molestos, profesores insoportables y exámenes pesados. Lo único que me gustaba de la mañana era pasar por Barnum y comprar un café, antes de ir a la insufrible preparatoria publica, llamada San Gregory Hight School. La cárcel de niños más odiada de todos los tiempos, porque con su increíble estructura y años de historia, San Gregory es una secundaria donde se hospedan los chicos delincuentes, como nos llama la secretaria gruñona de la directora Gregory.

Pero nada me iba a amargar el día, pues tenía mi libro "Las cenizas de Ángeles" de Frank McCount y un café acompañándome. Quería comenzar bien mi semana, éste era mi último año y tenía pensado ser una de las alumnas con mejores calificaciones de la secundaria. Obviamente no podría ser la primera, porque mi coeficiente intelectual no llega tan alto y además hay chicas que son diez en todas las materias. En fin, si quería entrar a una buena universidad, debo alcanzar notas mayores a las que estoy acostumbrada.

Teniendo ya el número de mi nuevo casillero, me dirijo a el con rapidez. Quería entrar a mi primera clase temprano para poder elegir un buen asiento y también quedarme leyendo hasta que dé la hora de entrada. Al estar en, ahora mi nuevo casillero en los próximos meses de clases, le agrego la contraseña y lo abro. Estaba vacío y gris, ya en estas semanas lo decoraría a mi gusto, mientras tanto solo pongo mis libros y me quedo con los que utilizaré en la primera hora. Unas manos se posan en mi cintura y me sobresalto del susto, pero luego me doy cuenta que es Alessandro.

Él se reía de la cara que he puesto hace unos segundos y yo ruedo los ojos. Lo observo mejor y veo que van con el uniforme del colegio, solo que más desaliñado. Tenía puesta la camisa blanca, con los tres primeros botones sueltos, mientras que la prenda estaba por fuera del pantalón y no por dentro, como debería ser. Su corbata la tenía puesta, solo que más suelta y no tan ajustada, mientras que su pantalón negro estaba bien, comparado con lo demás, perfectamente. Tenía cara de sueño, el pelo desordenado e igual que yo, un café en la mano. Estoy segura que deseaba que eso lo haga despertar para las próximas seis horas de clases.

—¿Cómo está hoy mi bella mejor amiga? —sonríe— ¿Un Macchiato acompaña tu mañana?

—Eso no hará que te perdone el susto que me has dado—cierro mi casillero y empiezo a caminar a su lado—, y bien, si lo preguntas con honestidad y no por cortesía—agarro su mano y acercó su taza a mi boca para darle una probada a su café— Un delicioso latte.

—Eres la única que está de buen humor siendo primer día de clases. —da un sorbo a su café y coloca bien su mochila en su hombro izquierdo— Eres de otro planeta.

—Tomaré eso como un cumplido, gracias.

Saco mi celular para ver la hora y lo escucho quejarse a mi lado.

—Te dije que cambiaras ese vejestorio, me recuerda al celular que usa mi abuela para llamarme los domingos y preguntar como estoy—rueda sus ojos—, y eso que ella es más moderna que tú.

—No gastaré mi dinero en un celular nuevo, con este estoy bien. Solo mando mensajes y le llamo a mi mamá, no me sirve algo tan tecnológico.

Lo veo poner los ojos en blanco. Pasamos por los baños de chicas y de estas salen dos rubias gemelas, le saludan a mi amigo y a mi amigo un poco más y se le cae la baba. Le devuelve el saludo, con un guiño de ojo algo extraño.

—No hagas eso nunca más en tu vida, pereces un alíen. —Niego con la cabeza bromeando
—Ahora quede traumada de por vida.

Pasamos por el salón de historia antigua y el profesor Montgomery nos saluda alegre. Era el único profesor que le emocionaba dar clases, los demás siempre andaban con caras serias y ganas de morirse. A veces no se distingue quién es alumno y quien es profesor.

Prescindible AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora