Carta a un ciego.

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Una noche, donde los gritos se palparon en todo el barrio, mi piel se erizó alertándome. 

Mis ojos se encontraron de repente hinchados de tanto llorar, pero aun así escuchaba. 

Escuchaba tu dolor y aunque temía lo peor, ahí estaba mi cuerpo tembloroso firme ante cualquier cosa que pudiera suceder, sosteniendo a mi hermano para evitar la intervención.

— Todo estará bien, tranquilo... prometo que te cuido — dije entre lágrimas. Creo que mordí tan fuerte el labio, para no arrojarme al piso como él.

Tal vez estabas sumergido en tu dolor para no ver el nuestro. Tal vez estabas tan desesperado por una explicación que te olvidaste de la nuestra. 

Creo que... te quebraste esa noche.

ººº

Años después, quiero contarte, sigo sintiendo miedo. Miedo que todo me salga como a vos en cierto punto. 

Duro de confesar, lo sé. 

Te has equivocado tantas veces y has arrojado tantos dardos al centro, en el tablero del dolor. Te encerraste... porque aquella noche te perdimos. Perdimos la pata fuerte de la mesa y tambaleó para nunca volver a ser la misma.

No soy la misma. Y vos tampoco.

En algún momento del camino censuraste tu memoria y te olvidaste de nosotros. Ella se fue pero aunque te quedaste, continuaste ausente... caminando a ningún lugar, con el corazón helado, con las manos cansadas y los ojos oscuros.

Cada día estás siendo derrotado por la calma que deseas fervientemente y no llega. Queremos darle vida a nuestra casa que fallece, momento a momento, y no lo permites porque temes que vuelvan a lastimarte.

No quieres dejar entrar a nadie más. A nada más.

Estás en silencio. Estás en ese punto de inflexión. No viviste. No vives.

Te ríes sin ganas y duele.
Insultas nuestro ego,
Y nos regalas silencio.
Nos peleas, nos alteras,
Nos empujas, nos echas.
Te encierras una y otra vez en ese espacio tan diminuto, que es tu cabeza, para llorar en la tranquilidad del aislamiento, sin reproches, sin voces petulantes, sin sentir el dolor que no podés calmar. 

—  Vivo cansado, quiero que entiendan eso. — dijiste con la expresión dura.

Nadie dijo que es fácil señalar el abandono que no fue, porque seguís acá, pero te perdiste. Tal vez, si llegara el momento que también nos pierdas, entenderías que viviste todos estos años ciego por todo el powerpoint de los recuerdos, que tantas ganas le metes para modificarlos y no podes.

Fui orgullosa. No tuve manera de decírtelo. Nunca me dejaste. Pero sí me hiciste a un lado porque te parecía fuerte. 

Aquella vez me pediste un favor, mientras sostenías el cuadro de tu mujer, a quién amas hasta hoy en día, para que te ayudara.

— ¿Y ahora qué hago, jose? —  me dijiste entre lágrimas.

No sé, pa. No sé. Solo se que no supiste ver que nosotros también te necesitábamos.

Noche sin café. [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora