A mis cicatrices

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¿Por qué lo haces esta vez?

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¿Por qué lo haces esta vez?

Porque es la única manera de pararlo ─.


El impulso prevaleció durante varios días. Aquella noche desencadenó la primera de tantas sensaciones profundas e inertes, creando la metamorfosis del nuevo mundo que vendría. El sueño dejaba de ser participante de este juego que es el perdón. Se olvidó como cicatrizar las miradas, multiplicando el prejuicio del que todos hablan.

No era un tipo de moda.

Tampoco vital como lo es respirar o beber agua, pero podría estar desencadenado por emociones intensas que no soy capaz de expresar, como la rabia, la pena, la vergüenza, la frustración o la alienación.

A veces me siento ajena a algún sitio o que nadie me comprende.

¿Cuántas de esas llevas?

No lo sé... ─

Mi vida llegó a un punto de ebullición tal que los ojos se desorbitaban, la cabeza me estallaba, mis manos no funcionaban como deberían funcionar. Acostada en mi cama, pensando y derramando lágrimas oxidadas, en la plenitud de la juventud ─ como dirían los sabios ─ concluí en una sola cosa: no quería sentirlo más. No quería sentir más ese dolor intenso que te cierra el pecho, que te da vueltas, que te punzan la sien. Sentirme inútil, desdichada, exiliada en un espacio tan reducido, que debía sacarme la remera para liberar presión.

El corazón ya no era corazón, por las heridas que lo vaciaban todo.

Y por allá entonces, el ruido de un jazz, en la casa de los vecinos me dio una idea. Al compás de la canción, comencé mirando por la ventana, tomando con la mano derecha mi brazo y contando una a una todas las heridas que provoqué, reconociendo así, la marca de mis propios errores.

La marca del primer desamor. La del primer accidente.
La cicatriz que quedó, después de llorar por el abandono.
La del golpe por desobediencia.
Las cicatrices que me dejaron la mala suerte e irresponsabilidad.
La marca de la autodestrucción.
Del primer adiós a la inocencia.
La marca de aquellos amigos que dieron vuelta la página. Amores oxidados. Exigencias derrochadas.
Tajos de sumisión. De pérdida de la memoria. De lágrimas atoradas. Palabras filosas. Ausencias. Reproches. Noches largas de insomnio. De dolor intenso. Manos que tocaban las heridas luego de provocarlas.
Cicatrices del primer impulso. Del primer trabajo. Del primer viaje.


Estas cicatrices que quedaron en mi piel, me recuerdan a la historia que llevó a escribir estas palabras simples y sentidas, consciente de mi negligencia. Con premisas delicadas y detalladas, aunque desdibujadas con el tiempo.

Envuelta en la soledad de mis convicciones. Desparramando resentimiento, tal vez. En lo que me queda en este espacio que lo siento ajeno por momentos, porque las palabras ya fueron dichas de una forma u otra, ante estos sentimientos tan comunes para la humanidad, aunque nuevas para mí.


El reloj es así de obstinado; corriendo a todos con su desesperación. Determinando el desdén ante las adversidades que ocasionan un futuro incierto.


No estoy escondida en estas palabras, ni en mazos cometiendo injuria. La vida me presiona, me mira de soslayo, me discrimina. Me aleja de la verdadera meta.

Y la meta siempre fue calmar la tormenta de vehemencia y timidez. De escupir el veneno que ha dañado el débil músculo animado.


¿Vas a seguir haciéndolo?

Ya no hace falta... ─ dije con una sonrisa ─ se borrarán con el tiempo





Noche sin café. [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora