A las ideas descabelladas.

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Saben que la verdad duele, ¿no?

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Saben que la verdad duele, ¿no?

Esas verdades que se dicen sin pensarlo porque te duelen tanto en el pecho por guardartela durante tanto tiempo que necesita salir. Y el mundo es tan despiadado en caminos que deberían ir más despacio, lleno de sueños y esperanzas pero aunque te aferras a ello, la calamidad te alcanza en toda etapa de la vida.

Sientes en lo más profundo de tu mente qué es lo correcto y en contraposición, lo más despiadado que puedes hacer por vos misma. La presión, en todos los aspectos de la vida, sea en lo social, en la parte económica, por como te vestís o si pensás diferente, es despiadada.

Eso aprendí, luego de abordar temas como la religión, el deporte o la política, en conversaciones sin sentido de mesas poco concurridas; como somos pocos y nos conocemos tanto, ¿qué problema podría surgir?

Olvidé mencionar.

Tal vez sorprenda la decisión que tomé, pero lo hice. No como hubiese querido ni en la situación que deseaba pero claramente no causó el efecto esperado. Sólo quería llamar la atención. Quería que me miraran y respetaran como la persona que siempre fui; una niña en busca de aprobación. Así, de esa manera, con el dolor de toda la mierda que jugaba mi mente, con las palabras que me susurraban mis compañeros de escuela, los golpes, la exclusión, mi mundo. ¿Qué mundo? Exacto. ¡Qué mundo! El mío, o el de todos los demás.

Creo que al menos uno de cada cinco, se sentía igual. La necesidad de formar parte de algo, de sentir eso que algunos tienen de la cuna. Aquellos que lo tienen y no lo aprecian. Aquellos que están en tu mismo lugar, no piensan que un día todo va a terminar. Que no estarán más aquellos que te hacen sentir especial o esas cosas que hacen que te definan.

No, claro que no. ¿Quién podría ser positivo cuando te pisan la cabeza? ¿Quién en su sano juicio lo haría?

—No quiero vivir más.. — dije ensimismada.

Se dieron vuelta y me miraron.

—No digas pelotudeces —dijo mi papá —toma un té y andá a dormir.

—Jose, sabemos bien que no es así —mencionó mi mamá y siguieron hablando de lo que sea que hablaran.

—Algún día, lo haré — dije por debajo.

Ese día me fui caminando por la avenida, el borde mas que nada, contando pan y queso hasta llegar a la siguiente. La calle estaba vacía, por suerte. El parque estaba vacío, circunstancialmente. Mi mirada estaba sumergida, mi corazón latía en pausa. Llegué al borde. Me crucé la baranda. Miré hacia abajo...

—Estás lista para hacerlo —dije en voz alta.

—No, no lo estás —añadió una voz decir muy cerca de donde estaba.

Las intenciones son a veces las más afortundas. Las ideas que uno cree tener claras, suelen ser densas como la niebla y nos convierten en ciegos sin guión. Las causalidades. Destino. ¿Mi destino es este?

—¿Quién sos? —pregunté al extraño.

—Alguien que podría decirte un par de cosas para que vengas del lado correcto —dijo alarmado.

—Dejame sola, por favor —miraba el agua del fondo con determinación.

—¿Me vas a decir que no tenés un solo motivo para vivir? —agregó.

Sí, la tenía.

Noche sin café. [Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora